Una de las primeras cosas que noté cuando llegué a Roma (y lo mismo le pasó a mis acompañantes), fue las extraordinarias piernas que tienen las mujeres de aquí. Sin importar si son gorditas o flacas, jóvenes o viejas, todas tienen las piernas bellísimas. Asumí que se trataba de un feat racial: las piernas de las italianas son como las tetas de las venezolanas. Y siendo que carecen de aquellas, con más razón.
Un par de semanas conociendo la ciudad me hicieron darme cuenta de que esas piernas no son un regalo divino sino el producto de miles de kilómetros recorridos. En Roma se camina muchísimo. Inclusive si se tiene carro. En Caracas, si una persona tiene vehículo propio, la necesidad de caminar es sustituida por la necesidad de estacionar el carro lo más cerca posible del destino, ya que aquello de caminar no es muy bueno para la seguridad personal. Uno simplemente no se estaciona diez cuadras del bar al que se dirige y se va el resto del camino a pie. Entre el terror al asalto común, al secuestro express, al ratero que te arranca el celular o la cartera, uno simplemente desiste de la idea y cambia el destino o se regresa a su casa. Además, Caracas, estando en un valle, está compuesta por subidas y bajadas muy empinadas, y no cuenta con una red de autobuses medianamente cómoda o eficiente como para andar por ahí a pie por gusto. Caminar en Caracas cansa y es desagradable.
Con este background, mis primeras semanas en Roma fueron horrorosas. Sentía que me moría del cansancio todo el tiempo. Llegaba a mi casa agotadísima cada vez que salía. Además, yo tengo los pies planos, lo cual resulta en que ningún zapato me queda realmente cómodo, y que cuando me empiezan a doler los pies, no es un dolor normal sino una sensación de que alguien me clava cuchillos en las plantas. Yo los llamo mis viajeros frecuentes: tienen un cierto número de millas para gastar cada día, y una vez que se acaban estas millas, no van para ningún lado. Por lo tanto, intento ahorrar millas cuando puedo (por ejemplo, siempre me siento en los autobuses y trenes), y siempre salgo con los zapatos más cómodos que consigo (que combinan! primero muerta que sencilla). Solo caminar desde mi casa hasta el autobús útil más cercano son catorce cuadras. Usualmente toma dos o tres autobuses llegar a cualquier destino, y estos cambios de línea suelen incluir unas tres o cuatro cuadras más. Y rara vez el bus te deja en la puerta del sitio: una vez fuimos a un centro comercial cuya parada de autobús más cercana estaba tan lejos, que solo veíamos las luces al otro lado de una montaña. La caminata, de casi seis kilómetros, incluyó cruzar una autopista corriendo como una gallina, y trepar por una montañita. Cuando llegué lo último que quería era recorrerlo.
Roma, al igual que el resto de Europa, se conoce a pie. La primera vez que vine a Europa alguien me dijo que uno sale en la mañana con una carterita que tiene tu monedero y una pinturita de labios, y que en la tarde estás botando la pinturita porque la cartera ya pesa como 100 kilos. Esto es totalmente cierto. Los que han venido lo saben, y los que no, les recomiendo que comiencen a pasearse por el Parque del Este de vez en cuando para que puedan aprovechar sus vacaciones. Eso si: dejen el Blackberry en casa.
Ahora, orgullosamente, puedo anunciar que seis meses viviendo en Roma han rendido frutos. No solo eso: caminar por la ciudad se ha convertido en uno de nuestros más amados hobbies. De vez en cuando agarramos una chaqueta, la cámara y una botellita de agua y arrancamos a caminar por ahí. A veces salimos con un destino determinado, otras simplemente vamos cruzando a la derecha aquí y a la izquierda por allá a ver que sorpresa encontramos. La ciudad nunca nos defrauda: una de las cosas más espectaculares de Roma es que en el sitio menos pensado doblas una esquina y te encuentras con una catedral monumental de enorme significado histórico, o una ruina que no sabías que existía, o algo rarísimo que no vas a olvidar jamás. Sin darnos cuenta, terminamos recorriendo muchos kilómetros, conversando, buscando en Wikipedia qué diablos es esto que estamos viendo, bebiendo café en tacita de papel, y tomando fotos. Usualmente nos regresamos a la casa no porque estamos cansados, sino porque preferimos agarrar los autobuses en su ruta normal que en la nocturna, que comienza a las 12 de la noche. A veces simplemente repetimos algún sitio que nos gustó mucho, otras nos ponemos peligrosamente creativos y terminamos dando vueltas en círculos. En ocasiones, hemos llegado al sitio del que partimos y no tenemos idea de como pasó eso.
El hecho es que a mis viajeros frecuentes les duplicaron las millas, les dieron una tarjeta de afiliado con bonos especiales, y ahora viajan cómodamente cuando y como quieren.
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