martes, 24 de enero de 2012

Fin de año en Roma

Cuando alguien dijo que Roma era la ciudad eterna, estoy segura de que estaba buscando un baño en el centro de la ciudad en la madrugada del 1ro de enero.

En los últimos días de diciembre recibimos la visita de dos buenos amigos de Caracas. En los días que estuvieron aquí, tratamos de enseñarles algunos de nuestros mejores descubrimientos, esas cosas que no salen en las guías turísticas. La idea del plan era recibir el año en el centro de Roma, donde supuestamente se arma una rumba de dimensiones extraordinarias. Con esto en mente, hicimos una planificación estratégica investigada y analizada hasta el último detalle. Tomamos en cuenta desde los horarios de los autobuses y tranvías, hasta la hora de cierre de las tiendas de los alrededores. Verificamos el punto de encuentro de la gente, que era un concierto al final de la Vía del Foro Imperial, la manera de llegarle, e incluso le dedicamos el día en cuestión a la conversación relajada y al descanso de los pies, para poder aguantar la noche.

Como weapon-of-choice para el fin de año, (o capodanno) optamos por sangría, con fruticas y todo, especialmente porque había que descartar cualquier cosa que requiriera hielo. Diligentemente, picamos la frutita en pedacitos pequeños y metimos todo en botellas plásticas de agua, para evitar posibles decomisos, y cargados de vasitos plásticos, muchas servilletas, y un montón de abrigos, bufandas y guantes, partimos a festejar San Silvestro. Al llegar a Termini, donde llegan todos los caminos que llegan a Roma, nos dimos cuenta de que la cosa no iba a ser tan fácil como nos la habíamos imaginado. Eran ríos de gente que salían en todas direcciones y se perdían por todas las calles. El metro estaba inundado de personas. Y no era un flujo unidireccional en el que todos nos dirigíamos al mismo punto: la gente estaba regándose por todas las plazas y calles del centro. En la Piazza del Poppolo, Piazza Spagna, en Trastevere, en San Pedro, en la Via del Corso, la Nazionale, la Cavour y en dei Condotti, alrededor del Coliseo, la via dei Fori Imperiali y en la Piazza Venezia, gente por todos lados, de todas las nacionalidades imaginables, muchos con niños, y todos, menos los niños, con bebidas alcohólicas. Los italianos son adeptos a los fuegos artificiales, así que muchos se dedicaron a lanzar triqui traquis y cohetones. Hubo uno que incluso nos pasó rozando las orejas, haciendo que tomáramos la decisión de reubicarnos en un punto menos expuesto. Los niñitos tenían luces de bengalas y el olor predominante era a pólvora.

Después de mi cuarto vasito de sangría, pasó lo que tenía que pasar: me dieron ganas de ir al baño. Pero faltaba poco para medianoche, así que decidí esperar. A las doce de la noche lanzaron unos bonitos fuegos artificiales, y todos coreamos el conteo regresivo. Casi nadie tenía champagne o uvas, (luego confirmé que los italianos no tienen esa costumbre muy arraigada). Este año no pude correr con mi maleta por la cuadra, pero supongo que por ahora no habrá problema con ese tema. Tenía euros encima, y mi dolar de la buena suerte, así que eso si estuvo cubierto, así como el "algo nuevo algo viejo algo amarillo". Tampoco pude botar agua por la parte de atrás de la casa, pero lo hice discretamente cuando llegué, espero que cuente. En algún punto de la noche, todos comenzaron a partir botellas contra el piso, (evidenciando que fue innecesaria la precaución de las botellas plásticas), así que nosotros agarramos algunas botellas que estaban alrededor y también las partimos. Se formaron círculos de gente para tal fin. Luego descubrimos que esto no es una tradición, y aún no entendemos por qué la gente estaba haciendo eso. Asumimos que era pura borrachera colectiva. 

Sin embargo, mis ganas pudieron más que la euforia colectiva del año nuevo, y mientras me comía las uvas y planificaba cuidadosamente todos y cada uno de mis deseos (como he hecho siempre, y con un alto porcentaje de éxito, sobre todo desde que descarté el deseo de "que Chavez se vaya este año") me fui casi corriendo a buscar un baño. Mi sorpresa fue grande cuando descubrí que para todo ese gentío, y estoy hablando de miles de personas, solo habían tres baños disponibles, y eran los de los bares que estaban alrededor de la plaza. Me paré en una cola en la que habían no menos de 50 personas. Treinta minutos después, y ya casi llorando, tuve que salir corriendo a buscar otra alternativa, pensando que tal vez en las calles laterales habrían más negocios abiertos, con menos gente. Quince minutos de caminata desesperada me respondieron esa pregunta, y en vista de que estaba todo cerrado, tuve que recurrir a la desgraciada opción universitaria de "aquí mismo fue", y agradeciendo mi previsión de cargar toallitas para la nariz, me tapé la cara (porque primero muerta que sencilla, tampoco me voy a hacer propaganda y entre tanto sobretodo negro, quien va a saber que fui yo) y en un rincón detrás de un carro resolví mi problema. 

Sin embargo, y para evitar futuros desastres, desistí de la sangría.

Lo cual no sirvió para absolutamente nada, ya que media hora después me encontraba en una situación similar, y tuve que volver a decir "ya vengo, espérenme aquí". Esta vez si logré culminar con éxito la cola del baño. Incluso puedo decir que bailé bastante, ya que tanto yo como los que me rodeaban dábamos brinquitos y danzábamos al compás de las canciones "Por qué se tardan tanto" y "Por qué no hay más baños". 

Eventualmente nos acercamos al lugar del concierto, y ahí conocimos a unos venezianos que estuvieron conversando con nosotros un largo rato. También conocimos a un turco, muy elegante, quien estaba solo y aburridísimo, y se unió al grupo. No se que fue de la vida del turco, porque tuve que volver a salir corriendo a hacer, una vez más, la eterna cola del baño. Son los cuatro vasitos de sangría más productivos que me he tomado en mi vida.

Como a las seis de la mañana, el frío nos ganó la batalla y después de una breve atragantada de nuggets en Burguer King, que por algún milagro todavía estaba abierto, nos devolvimos a la casa, congelados, agotados, y contentos. Felizmente, descubrí que no fui la única que tuvo que usar el rincón detrás del carro blanco.

Gracias chicos por esa visita, espero que sepan que son bienvenidos cuando quieran, y que apreciamos muchísimo que hayan decidido dedicarle este fin de año a Roma y a nosotros. Los queremos!