miércoles, 25 de marzo de 2009

La solución


Como me suele suceder, después de una hora y media en cola, tuve una epifanía. En esta ocasión vislumbré la solución a nuestro problema social. Todos nuestros problemas, y me refiero a todos, se terminarían si se hiciera un aumento contundente de la gasolina. Y no me refiero al pírrico y cobarde aumento que medio asoma el gobierno: estoy hablando de un golpe sustancial a la psique colectiva y a los bolsillos. Algo así como 8,5 Bs/litro. Solo hace falta hacer un pequeño ajuste de alrededor de 8700% y estamos en los papeles.

Procedo pues a explicar la naturaleza de mi conclusión.

En esta ciudad hay DEMASIADAS camionetas. Donde hay un hombrillo, hay una camioneta. Donde hay una islita que saltar para colearse, ahí hay una camioneta. Donde hay una isla, hay dos o tres camionetas en línea sobre el rayado, esperando su turno para violar el derecho de alguien. La proliferación de la boliburguesía ha exacerbado un mal que ya veníamos arrastrando desde hace muchos años: la exaltación al rústico y al celular ha alcanzado alturas nunca antes imaginadas. Esto es un hecho: apenas un limpio se arma de dos o tres lochas, sale corriendo a gastarse cuatro en una camionetotota, y otra locha más se va en armarse con el último grito en celulares.

Antes, y afortunadamente, los únicos interesados en este tema eran los hombres. Inflados como loro pidiendo cosquillas, lucían sus vehículos como los más finos instrumentos de precisión. Con una ceja ligeramente levantada, recostados cómodamente de la puerta del conductor, con el vidrio siempre abajo, y manejando solo con el brazo derecho, los hombres solían inflar sus egos midiendo el caballaje de sus vehículos, que por alguna razón, siempre eran hembras. Freud hubiera sacado conclusiones interesantes del hecho que los hombres por lo general manejan sus camionetas como si fueran penes gigantes.

En una ocasión, hace algún tiempo, llegué a mi trabajo malhumorada y frustrada debido a un par de dueños de rústicos que me habían agredido brutalmente en el trayecto. Queriendo descargarme con alguien, le pregunté a un compañero, quien recientemente se había comprado una Autana, que por qué la gente que maneja este tipo de vehículos se comporta de esa forma. La respuesta me sorprendió por su candidez: "lo que pasa es que cuando estás montado en ese animal, y sientes todos esos caballos de fuerza entre tus piernas, no te queda más remedio que pisar esa chola a fondo. El motor te ruega que lo uses." Ante mi ceja izquierda levantada, agregó, con cierta condescendencia: "algún día tú, como yo, también llegarás al punto en el que te puedas comprar tu camioneta y nos entenderás".

De más está decir que le agradezco profundamente a este individuo que haya demostrado de forma tan contundente todas mis hipótesis.

En los últimos tiempos, y supongo que gracias a la bendita emancipación femenina, las mujeres también han ingresado a estas filas. Como las mujeres siempre están histéricas y premenstruales (ahora el SPM comprende desde el primer día después de la menstruación hasta el día antes de la menstruación siguiente), no se comportan como si manejaran un pene gigante (si fuera así, pobres maridos): se portan como si manejaran un instrumento de destrucción y humillación. Es decir: los hombres manejan horrible, pero las mujeres manejan peor. En este respecto, sugiero temporalmente una ley que elimine el derecho de uso de vehículos (de cualquier tamaño) a mujeres que tengan hijos de menos de 22 años (porque creen que como ya están jodidas, tienen derecho a pasar primero y a que nadie las importune mientras le gritan a sus críos atravesadas en cualquier parte), a las doñitas egoístas que van por todos lados a 50 kilómetros por hora, y que te tiran el carro cada vez que tratas de pasarlas, y a las ejecutivas emprendedoras, que, absortas en su carrera profesional, se olvidan de buscarse un perro que les ladre y andan en la calle redireccionando de mala manera toda su energía libidinosa. Iría incluso más lejos, y, mientras se concreta el asunto del aumento del combustible, sacaría una segunda ley que obligue a poner en funcionamiento aquella olvidada ley de no hablar por teléfono mientras se está al volante, (incluyendo ESPECIALMENTE los mensajitos de texto), con pena de cárcel para los caballeros que incurran en esta infracción. De más está aclarar que los hombres son incapaces de hacer dos cosas al mismo tiempo. Manejar y hablar se les hace complicadísimo, pero manejar y mandar un mensajito (o incluso leerlo!) es una tarea titánica, digna de buscarse un lugarcito tranquilo y apartado del tumulto.

Un aumento contundente del precio de la gasolina sacaría de un plumazo al 80% de estos vehículos de circulación, ya que la mayoría de sus dueños se queda sin un medio todas las quincenas después de pagar las cuotas de la camioneta, la de las tarjetas de crédito, y los 7000 minutos y 500.000 mensajitos de su plan de telefonía móvil. En los países desarrollados solo los ricos y famosos tienen camionetas, por su altísimo consumo de combustible. La mayoría de las personas tienen vehículos compactos de alto rendimiento litro/kilómetro. Yo personalmente les recomiendo un Twingo: pongo solo 30 litros de gasolina cada dos semanas. Serían 510 Bs. mensuales, versus los 2400 Bs. que podría llegar a consumir cualquier mostruo de esos. Incluso podrían estacionarse dentro de las enormes Trail Blazers que seguramente quedarán abandonadas por ahí.

Ahora examinemos la parte científica de mi teoría. Si graficamos el tiempo en cola versus el número de vehículos, nos podemos dar cuenta de que la curva es exponencial. Es decir: después de cierto número de vehículos circulando, solo hay que agregar unos pocos carros para que el tiempo en cola se incremente muchísimo. Es el principio en el que se basa el pico y placa: quitando el 20% de los vehículos, los tiempos en los recorridos bajan de una hora y media a quince minutos.

Incluso podríamos inferir que, si cada rústico es cambiado por un carrito, se reduciría la extensión de la cola en al menos un 30%, dejándonos con 10% de holgura para jugar con las estadísticas.

Piénsenlo bien. Imagínense a una mujer premenstrual conversando en el celular trantando de convencer a su mejor amiga de que deje al perro de su marido, tres niños malcriados gritando y saltando dentro del carro, embarrando los preciosos asientos color arena con chocolate y migas de galleta, la cartera enredada en la palanca de las velocidades, tratando torpemente de estacionarse de retroceso en un puestito ajustado del estacionamiento del Tolón, mientras ciento veinte carros esperan por ella para seguir su camino. Las probabilidades son mucho más favorables (para todos) si estamos hablando de un pequeño Ford K, o incluso de un Focus o similar, que si se encuentra navegando una Autana. ¿Nunca ha metido el freno de mano con cara de resignación ante una situación similar?

Ahora imagínese esta otra: usted está en su cola, y como siempre están los hombrillistas de rigor, el único patrimonio nacional que se ha podido preservar en los últimos diez años de ruptura de tradiciones. ¿Qué Twingo es capaz de saltar una isla y comerse la flecha picando los cauchos sin quedar patas'parriba como un cucarachón? Al principio parecerían escarabajos, todos agitando sus patitas en el aire tratando de voltearse nuevamente, pero eventualmente terminarían haciendo su colita junto al resto de los mortales.

En este punto es importantísimo aclararle a todos mis amigos y conocidos poseedores de rústicos, y demás contactos del Facebook, que este blog no es con usted, que usted es la excepción, y que yo sé que usted no se compró su camioneta para echársela, que sería absolutamente incapaz de meterse por el hombrillo en la autopista, o de negarle el paso a alguien que amablemente se lo está solicitando. Usted, definitivamente, cae en ese porcentaje pequeñísimo que hace que el resto sea la regla.

En resumen, si se logra reducir el tiempo que los ciudadanos pasamos en tráfico, también reduciríamos la cantidad de emisiones de monóxido y dióxido de carbono que achicharran a diario nuestros cerebros. Adicionalmente, ese tiempo extra que obtendríamos fuera de la cola nos permitiría respirar un aire menos viciado de nuestra propia estupidez, y alejados de las opiniones políticas que escuchamos a diario en la radio de uno y otro bando, seguramente nuestros cerebros vuelvan a ponerse esponjositos y activos.

De esta manera, es posible que en las próximas elecciones, no tropecemos nuevamente con la misma piedra.


domingo, 8 de marzo de 2009

Manual de Carreño II

El otro día estaba esperando el ascensor. Estaba apurada, y tenía una bolsa pesadísima entre los brazos, que no podía dejar en el suelo. Unos segundos después de mí llegó un hombre que presenció impávido como yo oprimía dificultosamente el botón de bajada.
Llegó el ascensor más alejado a donde yo estaba esperando, y no sonó la campana que usualmente anuncia su llegada. Yo en ese momento me estaba tratando de quitar un cabello de la cara. Por el rabillo del ojo, alcancé a ver como el hombre que esperaba a mi izquierda saltaba dentro del ascensor y oprimía el botón para cerrar la puerta. Me quedé sola frente a los ascensores, sintiendo más que nunca la hostilidad y la desesperación de la vida caraqueña. Volví a oprimir, ahora con más dificultad porque tenía los brazos cansados, el botón para bajar.

Ya la cuestión se está volviendo personal. Ya no es simplemente la desidia por el prójimo la que nos ataca: ahora es un odio aguerrido por todos los que nos rodean y conviven con nosotros. Ya los asuntos callejeros no se pueden saldar con una maldición gitana, “ojalá que se te marchite y se te caiga”. Hay que pasar a acciones más contundentes.

Yo pienso que esta sociedad se ha convertido en un animal que ha sido apaleado por su amo muchas veces sin razón. Es un animal masoquista y sufrido, porque sigue regresando una y otra vez a seguir llevando palo. Pero los efectos de tanta golpiza han generado que se vuelva hostil, bipolar y violento. No se percibe ni la más mínima amabilidad en la calle, cada vez menos personas se interesan en prever como sus acciones afectan a los demás. Sencillamente, ya no les importa.

En mis últimas vacaciones tuve la oportunidad de presenciar una escena que fue totalmente nueva para mí. Estaba esperando para pagar unos dulces, y no había una línea para esperar, ni números. La vendedora se demoró con una ancianita que quería conversar acerca de todos y cada uno de los dulces que allí había, y se fue acumulando la gente alrededor del mostrador. Cuando dijo “el siguiente, por favor”, nadie dijo nada. Una señora le indicó al señor que estaba al lado “señor, el siguiente es usted”. El señor le dio las gracias, le dijo que si ella lo decía debía ser así. Luego llegaron más personas, y preguntaron quien era el último, y allí mismo, frente a mis ojos, se encendió una discusión de lo más animada donde todos decían ser el último. Finalmente lograron organizarse y siguieron esperando tranquilamente, mientras conversaban o miraban por la ventana. Pagué casi llorando.

¿Hace falta que haga el contraste o ya todos lo tenemos bien claro?

Cypher dijo: “ignorance is bliss”. A veces comparto su opinión. Sin haber salido todavía de territorio europeo, en lo que uno llega al aeropuerto a tomar el vuelo a Venezuela, de regreso al control de cambio, al 60% de inflación, a la escasez y a la tierra de las continuas elecciones (en Alaska hay un pueblo en el que es navidad todo el año, se deben sentir igual que nosotros), se da cuenta de que también es el vuelo de regreso a los venezolanos. La puerta es fácil de identificar, a menos que haya otros vuelos a Latinoamérica cerca. Solo de acercarse comienza el estrés. En este último viaje hubo una mujer que hizo pasar a su mamá, una vieja retaca que se parecía ligeramente a un dodo, por lisiada. “Ella no puede hacer esa cola, está muy débil”. La pasaron delante de todos, en la ida y en la vuelta, con una silla de ruedas. Curiosamente, después vi a ese pajarraco debilucho forcejeando con un maletón enorme, (el cual logró izar en vilo, ante mi sorpresa, pues yo hubiera buscado ayuda), mientras la cretina de la hija corría como una loca por todo el carrousel de las maletas, apuradas para llegar de primeras a los taxis y no “calarse esa cola”. Como si en Barajas no hubiera ochocientos mil taxis. Esas dos se llevaron una de mis maldiciones gitanas más inspiradas.

En el avión, me encuentro con que la señora que está frente a mi tiene la silla recostada, en esa posición en la que no se debe estar hasta que el avión despegue. A duras penas logro escurrirme en mi angostísimo asiento, pero ya no puedo hacer más nada. Mi esposo se inclina hacia la doñita, y le dice “disculpe señora, ¿podría enderezar su asiento para que mi esposa pueda acomodar su cartera?”. La mujer le contestó, con voz alterada y chillona “ella no puede meter la cartera debajo del asiento porque tiene que meterla en las gavetas de arriba”. Molesto, mi esposo le dijo, con un tono de voz que no se prestaba a segundas interpretaciones: “señora, el asiento debe estar en posición vertical hasta que el avión despegue, así que le agradezco que enderece su asiento”. La señora le hizo caso, pero agregó altaneramente que era solo hasta que el avión despegara. De más está decir que la señora pasó un vuelo terrible, porque el asiento hay que enderezarlo a cada rato, y cada vez que lo hacía era como una pequeña derrota para ella: el asiento estaba trabado y tenía que pedirle ayuda al marido, un gordo horroroso que se desparramaba por todos lados. El problema que acarrea esa actitud es que hay que cosechar lo que se siembra, y mientras yo reclinaba mi propio asiento con cuidado y preguntándole a la chica de atrás si ya estaba lista, (en vez de hacerlo de golpe y sin avisar, como la mayoría de la gente), actué durante las DIEZ horas de vuelo como si no hubiera nadie delante de mí. Es decir: esa silla llevó tres veces más patadas y empujones que si la doñita hubiera sido civilizada conmigo desde un principio. A mitad de vuelo tuve un deja vu: unos dedos horribles, arrugados y manchados reptaron por el monitor instalado frente a mi asiento, como dos garritas de murciélago, y se clavaron en mi película. Esperé unos segundos a ver si se daba cuenta, pero no me quedó de otra sino darle tres toquecitos impertinentes en un nudillo. “¿Podría quitar sus dedos de mi monitor?”.

El principal problema de esta situación es que mientras nadie le ponga un reparo, solo va a empeorar. Por eso siempre se habla del “espiral de violencia”: mientras más violencia hay más violencia se va a generar. Supongo que eventualmente, terminaremos en una guerra civil: por algún lado hay que destapar esa olla de presión de odio y resentimiento, entre todos los bandos. Ricos y pobres, opositores y chavistas, nuevos ricos y vieja oligarquía. Algún día se formará la gran tángana.

miércoles, 4 de marzo de 2009

El dominó de la burguesía

Si queremos adaptarnos a la realidad venezolana post-SI, es imprescindible que comencemos por asimilar y comprender los términos que se manejan en la otra mitad del país.

Empecemos por definir el peor insulto que existe.

Burguesía:

En la Edad Media, clase social formada especialmente por comerciantes, artesanos libres y personas que no estaban sometidas a los señores feudales. Grupo social constituido por personas de clase media acomodada. (RAE).

Históricamente, la burguesía proviene de las clases medias o comerciantes de la edad media, cuyo estatus o poder provino del empleo, educación y riqueza, a diferencia de aquellos cuyo poder era producto de haber nacido en una familia aristócrata feudal. En tiempos modernos, es la clase que posee los medios de producción. (WIKI)


Ahora, el peor desprestigio de cualquier ciudadano:

Clase media:

Conjunto social integrado por personas cuyos ingresos les permiten una vida desahogada en un mayor o menor grado. (RAE)

Es el grupo de personas en la sociedad contemporánea que están entre la clase trabajadora y la nobleza. Esta clase socioeconómica incluye a los profesionales, trabajadores altamente entrenados, y la gerencia media y baja. También son aquellas personas que comparten un conjunto de valores culturales, comúnmente asociados con los profesionales. En otras sociedades, la clase media se refiere a las personas entre las masas laborales y la clase regente. (WIKI)


Aparentemente, y según el 54,8% de la población, yo soy un ser despreciable por mi afición al trabajo, a la educación y a la buena vida. Parece ser que como yo me madrugué durante infinitos años para tener una educación, que como no tuve tres hijos a los 19 años, que como me la paso arropándome hasta donde me llega la cobija (dícese=ahorrar), soy una burguesa de mierda.

Adicionalmente, me he dado cuenta de que hablar correctamente (producto de una buena educación y de la lectura de miles de libros) es un stigmata diabólico: soy una sifrina de mierda. La manera como me visto, tampoco me anota puntos: como no ando en "bluyines" con media panza guindando por los lados, y con una absurda camisita de tiritas con las lolas afuera, he recibido miradas despectivas y hasta insultos. "Qué se cree la sifrina ridícula esa, que está en Europa".

También resulta que el hecho de ser caraqueña de nacimiento me desprestigia: como en Caracas siempre pierde la revolución, ahora resulta que en Caracas es que se encuentra la cuna de todo lo que es malo para este país. Y esto se traduce en que cuando los caraqueños hacemos turismo, los del interior nos miran con recelo y con desprecio. Esa sensación la he percibido las pocas veces que he hecho turismo en Venezuela, y supongo que la próxima vez será más intensa. Lo había atribuido a diferencias culturales, pero ya se que ese no es el problema.

Finalmente, el hecho de haber recibido formación y de haber forjado una carrera es la gota que derrama mi vaso burgués-imperialista-neoliberal. Según leo y escucho continuamente, los profesionales de este país, aquellos que se quemaron sus pestañitas adquEriendo los conocimientos de los antiguos sabios y de Steve Jobs (el ultragurú moderno), somos objeto del más profundo recelo por parte de la otra mitad del país. ¿Quien dijo que hay que saber de leyes para legislar? ¿Quien dijo que para ser el Ministro de Economía de un país, había que saber economía? ¿O saber sumar? ¿Quien dijo que esa gente de PDVSA, a cuenta de tener unos currículum impresionantes, una experiencia bárbara, especializados en áreas super-específicas, se merecían esos sueldotes?

Los nuevos héroes nacionales son aquellos que de la nada, sin formación, sin experiencia, fueron colocados a dedo en puestos clave, puestos en los que se maneja muchísimo dinero y mucho poder, y que ahora están boyantes en sus Hummer, con un monitor para cada asiento, como un avión transcontinental.

Quítate tú para ponerme yo.

Mientras la burguesía patalea como gata patas pa'rriba para que no le quiten el coroto para siempre, sin aportar ninguna idea nueva, el chavismo se ha ido adueñando del país. Mientras nosotros cerramos los ojos y nos tapamos los oídos gritando "la la la la la trampa la la trampa la la", ellos se han ido contagiando las ilusiones de pobreza compartida (o socialismo) y ahora deliran como nunca, con los ojos llenos de lágrimas, emocionados por habernos robado otra vez la partida.

Lo más irónico del asunto es que el chavismo resiente a la oposición por burguesa, y resulta que no hay nada menos burgués que la clase media venezolana. En este medio, son pocos los que profesan amor al trabajo, y aún menos los que creen en la formación profesional como el mejor medio para ganarse la vida. Lo mal llamado clase media se compone de un montón de gente que lo que más valora es haberse ahorrado una cola pagándole a algún tipo por ahí para que lo pasara de primero. Que hasta ahora no se han molestado en informarse de qué significa la palabra socialismo, que implica ser de derecha, cual es la famosa historia de Cuba, quién fue Trujillo y qué diablos hizo al Ché tan famoso como para tener tantas franelitas como Mickey Mouse. Así sea, para que no los frieguen constantemente en las discusiones, o para no decir tantas sandeces en Noticiero Digital y en Noticias24.

El juego se trancó, y nos quedamos con la cochina y el doble cinco en la mano. No se que opinan ustedes, pero para mi, la tantera no pinta nada bien. Porque mientras ellos si saben lo que quieren, nosotros no tenemos ni idea.