domingo, 9 de diciembre de 2012

Cuentos de hadas

Cuando llegamos a Italia, teníamos todo un plan. Evidentemente, y como es normal en la vida, ninguna parte del plan se cumplió. El primer año es el más difícil, me dijeron una y otra vez. Los primeros meses buscamos trabajo como locos, mientras vivíamos de los ahorros. Nos salieron algunos trabajos, pero todos en bolívares, los cuales, como ya sabemos, no son taaan útiles de este lado del mundo. En esta era cibernética, las empresas no quieren recibir papel, así que ese cuento de nuestros padres de "tienes que salir a la calle" ya no sirve. Bueno, sirve para que te regresen a tu casa a registrarte en la página de la empresa y a enviar tu curriculum electrónico. Ni siquiera te aceptan el papel por lástima. El spam vía email también cae en el vacío: después de enviar cientos de correos y recibir una sola respuesta, desistimos. Y el día en que abrí una oferta de trabajo para un supermercado (es decir, sueldo menos que mínimo), en la que ofrecían 22 cargos y habían más de mil aplicantes, cerramos definitivamente de los buscadores de empleo. Cuando todos los puestos de trabajo peor pagados están llenos por los locales, los extranjeros no tenemos mucho que buscar. (Es decir: si el carajito italiano que te vende las hamburguesas por 500 euros más cestatickets en el Burguer King de la esquina habla tres idiomas y tiene un título de arquitecto, tu carrera y tu postgrado te los puedes meter por el culo). Me sentí como Ariel: por fin tengo piernas, pero no me sirven para un carajo.

Empezamos a probar otras opciones, pero a medida que pasa el tiempo y empiezas a verle el fondo al pote, te puedes desesperar. En esta desesperación, plantamos muchas semillas, pero no le dimos tiempo a  ninguna de crecer. Y claro, intentando una cosa después de la otra, tampoco regamos ni cuidamos ni le paramos bolas a ninguna semilla plantada. 

Unas semanas después, nos dimos cuenta de que nada de lo que estábamos haciendo iba a funcionar, por el tema de las semillas que no crecen y tal. Además, soy terrible con las matas: hasta los cactus se me mueren. Ahogados o de sed, los he matado de las dos formas. Conversando con alguien, y dando consejos que yo misma no estaba siguiendo, me di cuenta de que emigrar, aparte de un reto y todo eso que ya se ha dicho hasta el cansacio con o sin romanticismo, representa también una oportunidad. 

Mi curriculum es el resultado tortuoso de una serie de decisiones, casi siempre fortuitas y forzadas, y orientadas por un deseo subyacente de hacer algo, que nunca terminó de ser lo que quería hacer. Es decir: ingeniería fue un error, porque en realidad nunca me gustó la carrera. Aparte de eso, nunca la pude ejercer, por motivos políticos y ajenos a mi voluntad. Ventas fue el único trabajo que pude encontrar en la Venezuela post-paro, y exportaciones fue algo que tuve que aprender para evitar el desempleo absoluto de la Caracas de antier. Comercio internacional fue un juego interesante y divertido, pero cuando ya había aprendido suficiente y me volví buena, el gobierno me cerró las exportaciones y mi trabajo de cinco años y mis postgrado quedaron convertidos en una gran carpeta en la computadora y un candado en el almacén. De ahí pasé a los ambientes digitales, una vez más por cuestiones del destino, los cuales desarrollé por cuenta propia hasta llevar a un nivel bastante aceptable (mentira, me quedan arrechísimos!). Que eventualmente se complementaron con un poco de diseño gráfico, y luego, mucho diseño gráfico, hasta el punto que tuve que empezar a tomarme en serio mi vaina y tuve que hacer cursos y leer muchos libros y preguntar mucho más, a falta de una educación formal. Reconozco que nunca fui capaz de llamarme a mi misma "diseñadora gráfica", y lo redondeaba diciendo que "trabajo en diseño". 

Lo cual me lleva al punto en el que estoy ahora: no soy ingeniero, ya que tengo el título sin nada de experiencia, y francamente, de vaina me acuerdo por qué es que hierve el agua. No soy internacionalista, ya que lo que aprendí fue para importaciones a Venezuela, y cuando cambias el país, la cosa cambia por completo y es como aprender una nueva carrera. No soy diseñadora gráfica, ya que aunque tengo la experiencia, carezco de la formación formal, así que no tengo entrada en las agencias de publicidad, y mi portafolio consistía básicamente en lo mismo repetido ad-infinitum, ya que siempre fue la misma empresa, el mismo logo. Pero me quedaban los ambientes! Y por ahí me iba a ir, hasta que me dí cuenta de que aquí eso es el reinado de los arquitectos, quienes lo defienden celosamente ya que según me dicen, arquitectura es una carrera maldita en este país. Y nada de trabajos mundanos: los mal pagados están copados por los italianos, y los muy mal pagados, por los bangladesíes y los tunesinos. 

Así que nuevamente, llegó la hora de decidir qué iba a hacer con mi vida. Empezar de cero estaba decretado, aunque si soy honesta, siempre estuve preparada mentalmente para esta posibilidad. Así que determiné que finalmente había llegado la hora de hacer lo que he querido hacer desde que tengo 5 años: dibujar. Cosa que nunca tomé en serio, ya que en mi país de origen, el 99% de los artistas no llegan a ningún lado, pero que de este lado del mundo, tiene un espectro de trabajo inmenso. 

Así que dicho y hecho: me enrolé en una de las mejores escuelas romanas de ilustración, lo cual aún no me termino de creer. Voy a las clases como en un sueño, llueve, truene o granize. Me gustan tanto mis profesores que les doy las gracias al final de la clase. No les puedo hablar demasiado por la barrera del idioma, que aún no termino de romper, pero les busco conversa, y entiendo todo lo que dicen. Tomo notas en itañol. A veces, en espaliano. Tengo un crush artístico en tres de mis teachers: el de anatomía, porque hace tres rayas y nace un personaje con historia y misterio, y además, el tipo está divino. La de Disney, porque es bella y desastrosa como todas las princesas que conozco desde que soy chiquita, y dibuja como a mi me gustaría dibujar; y el de narrativa, porque tiene 50 años de carrera y es una eminencia italiana del fumetto. Tengo que comprar lápices y pinceles profesionales que cuestan carísimos y son los mejores juguetes del mundo: los amo con pasión y locura y sonrío internamente cada vez que los saco de la cartuchera. Me dan como ganitas de llorar cada vez que pinto algo y me doy cuenta de que es un poquito mejor que lo último que pinté, y muchísimo mejor que cualquier cosa que haya dibujado en mi vida con mi mano de madera. Porque ojo: yo no sé dibujar. Nunca he sabido, y la única envida que siento es hacia la gente que lo puede hacer. A esto se suma el hecho de que mi esposo me acompaña en este camino: sus razones y sus metas son diferentes, pero afortunadamente, (aunque no casualmente), estamos juntos.

Una vez tomada esta decisión, y como por arte de magia, la primera semilla nació. Somos niños de la tecnología, así que fue una semilla cibernética. Empezamos a trabajar en páginas de freelancers, inicialmente en cosas simples como logos y tarjetas de presentación, y luego más complejas, como íconos, web e ilustraciones. Todo vectorial, naturalmente: sin la computadora no soy nadie. Pero esta semilla empezó a crecer exponencialmente, como la de Juanito y sus habichuelas, y en pocas semanas la cantidad de clientes y contratos fue creciendo tanto en tamaño como en calidad. De alguna manera, mis mejores trabajos siempre han sido los ilustrados, y mi perfil ha ido mutando: comenzó como "Artista 3D", luego pasó a "Diseño Gráfico", y ahora es "Ilustradora y Artista Gráfico". 

En mi casa creen que soy una hippie que anda haciendo dibujitos en Europa. Y tienen razón: felizmente, por fin lo soy.

jueves, 11 de octubre de 2012

Mulder y la Iguana

Una de las cosas que más me gustan de Italia es lo dramático de sus habitantes. Cuando uno viene de Venezuela, está acostumbrado a un bombardeo amarillista de noticias dramáticas y catastróficas que por lo general implicarán un cambio de carrera, de hábitos, o al menos, de planes. El periódico italiano es, en general, francamente aburrido. Salvo uno que otro caso de corrupción administrativa en el gobierno, los cuales son promocionados con bombos y platillos hasta que el malhechor renuncia a su cargo y se ponga a la orden, uno que otro antojo de la naturaleza (un pequeño terremoto aquí, un poquito de nieve por allá, un palo de agua horroroso que hizo que a las monjitas del Vaticano se le mojaran las faldas), aquí no pasa mucho como para que haya algo que contar. Y cuando finalmente pasa algo importante, esta gente lo sufre en carne propia y es hasta un poquito descorazonador verlos. Por ejemplo, hace unos meses pusieron una bomba en un colegio en el sur y mataron a una muchachita. Algo relacionado con la mafia y una entrevista que había dado la chamita en las noticias, no estoy segura. Lo que sí sé es que eso fue motivo de luto nacional, se cancelaron los eventos planificados para el día (lo cual hizo que yo perdiera un viaje de más de una hora, ya que era la noche de los museos), y las noticias retumbaron por días con el tema. La gente lloró, prendió velas e hizo vigilias. Un micro terremoto en Roma fue lo mismo: los vecinos pasaron la tarde en los parques narrando una y otra vez lo que estaban haciendo cuando sintieron el temblor, y explicando a quien quisiera escucharlos que estaban asustados y no querían dormir en sus casas esa noche. 

Supongo que por esta razón, los reporteros redactan las noticias como una novela. Me encanta leer las noticias italianas: es un guilty pleasure. Me siento como si estuviera leyendo a Corin Tellado. Hace unas semanas, dos muchachos discutían en Roma sentados en un muro que de un lado tiene la calle y del otro lado, las orillas del Tevere. Pero antes del agua hay una acera ancha, y la altura del muro es de unos tres pisos. Pues en el calor de la discusión, la chica se cayó para atrás y se partió la cabeza como un coco. Se la llevaron corriendo al hospital, pero nada, era demasiado tarde. Al día siguiente, el muchacho lleno de arrepentimiento y culpa, decidio saltar como un sapo demente en el mismo sitio que había caído su dulce Julieta, quien por cierto estaba borracha hasta las ñángaras, y quedó en coma. Los periódicos siguieron esta historia con lujuria y pasión, hasta que finalmente, yo me aburrí de esperar a que el chico despertara.

Hoy, leo la siguiente noticia, en primera plana del periódico romano:

"Villa Borguese, Iguana de un metro y medio encontrada en una cajita por un agente a caballo"
Y lee así: 
Una iguana en Villa Borguese.
Abandonada en un banco del parque en una pequeña cajita. Al descubrirla, el agente a caballo del parque sospechó del paquete y se acercó para comprobar el contenido. Para su sorpresa, descubrió una iguana de un metro y medio de largo respirando a través de los agujeros hechos por su anterior propietario. Inmediatamente, alertó al personal del Servicio Central del Cuerpo Forestal para que recogieran al animal, que se encontraba en un evidente estado de estrés. 
En las últimas semanas, el servicio ha intervenido en varios casos de abandono y recuperación de animales peligrosos y exóticos para asegurar el bienestar de los ciudadanos de la capital. Basta pensar en la Pitón Real que paseaba por las calles de Prenestino, o a las dos peligrosas tortugas mordedoras recuperadas en Lazio. 

Obviamente, tuve que leer la noticia de las peligrosas tortugas mordedoras, porque no me imaginaba como una tortuga podía ser una amenaza para los transeuntes.  Los trabajadores del cuerpo forestal aparecen en la foto como si fueran Mulder y Scully, agarrando a un pobre morrocoy que lo que quiere es que le den lechuga y lo dejen dormir, y el encabezado es: "Tortuga Mordedora en el parque de Fidene, voraz y peligrosa, ha sido capturada". Y a esto le siguen tres parrafos narrando como alguien la vió, llamó al servicio, como el morrocoy es una especia peligrosísima para la sociedad, y como fue llevado a un centro especializado en animales peligrosos.





Afortunadamente, Fox Mulder estaba de guardia hoy y felizmente, nos pudo salvar de la iguana.

miércoles, 10 de octubre de 2012

El mar de la infelicidad

Tal y como vengo pronosticando desde hace un año con todo el pesimismo que me caracteriza, ganó Chavez. El lunes, como todos los lunes post-electorales desde hace 14 años, fue un día muy triste para mi y casi todas las personas que conozco. 

La decisión de irme de Venezuela la tomé hace muchos años, y fue justamente el día después de las elecciones presidenciales anteriores. Yo trabajé en la mesa del colegio en el que yo voto durante el nefasto referendum, y en esa ocasión percibí que muchas de las cosas que me decían, como opositora rajada que era, no estaban completamente acertadas. Por ejemplo, en ese caso específico, recuerdo que se insistió hasta el cansancio que las captahuellas eran instrumentos definitivos de espionaje para saber por quien votaba cada persona, y créanme: es virtualmente imposible ligar los dos procesos en este sentido. Recuerdo haber tratado de explicar esto en las conversaciones post-referendum, pero aparentemente todos los que no trabajaron en una mesa electoral sabían más que yo del proceso que me tuvo presa durante tres días y tres noches, casi sin poder comer ni ir al baño, y mucho menos dormir. Los argumentos no se diferenciaban en nada de los de un fanático religioso. O, seamos sinceros, del canto chavista.

Esta experiencia me hizo dudar de los dirigentes de la oposición en la misma medida en la que dudaba de los del gobierno. En las siguientes elecciones, las encuestas, como siempre, daban ganador a Chavez. Recuerdo principalmente las de Datanálisis, pero cuando daba este argumento, me decían que Luis Vicente León era un chavista rajado vendido al gobierno que manipulaba las encuestas para engañar a la gente. Yo estuve en varias conferencias de este señor, y en realidad es una de las personas más liberales que conozco, y que más duro le tira al gobierno. Sin embargo, le dicen vendido porque insiste en que la oposición no ha dejado de cometer errores (por ejemplo, convencer al público de que su voto no sería secreto), y en que efectivamente, hay un número importante de personas que por una razón u otra, siguen votando rojo en el país.

Cuando en esas elecciones voté nuevamente por el perdedor, y descubrí que no se puede dialogar ni con una mitad ni con la otra, decidí que ya no quería vivir más en ese país. Yo soy una persona de derecha y demócrata, y estoy clarísima que el principal problema de esta posición política es que estoy obligada a aceptar la decisión de la mayoría. Así que enfrenté la realidad: yo era parte de la minoría del país, y tan minoría era que ni siquiera pertenecía a ninguna minoría existente (porque no estaba de acuerdo con la actuación de la oposición ni con su programa izquierdista, y tampoco era ni-ni) y simplemente no quería seguir viviendo como la mayoría dicta. Y como buena libertaria que soy, no creo que las fronteras sean para atrapar a la gente en un destino que no quiere y decidí irme.

Entre tomar la decisión, y efectivamente irme, tuvieron que pasar muchas cosas y muchos años. El esfuerzo de irse es monumental. El adiós que uno se ve obligado a decir es tan masivo que uno queda agotado y disminuido. Hay que deshacerse de todos los bienes materiales que sobran, meter en cajas tus posesiones más preciadas y rezar porque una inundación no las desbarate, tienes que asumir el hecho de que a partir de ahora vas a estar muy solo, y que todo aquello que te era familiar y normal, ya no va a estar ahí. Cuando yo visualizaba el momento de irme, pensaba que iba a ser una lloradera horrorosa de esas que uno ve en las películas. En realidad, cuando llegó el momento de montarme en el avión, yo estaba tan moral y físicamente agotada, que no me salieron las lágrimas. Creo que estaba vacía por dentro.

Emigrar es sumamente difícil. Acostumbrarse a la idiosincrasia de otro país es duro, no poder comunicarte bien es terrible, penetrar el sistema es complicadísimo. La noción de que tu familia y tus amigos están todos juntos en algún otro lugar hace que uno dude constantemente de la decisión tomada. En algún momento de debilidad, la pregunta: "¿Será que me equivoqué?" es inevitable. Descubrir además los defectos del lugar en el que estás tampoco hace la situación más fácil. Cuando uno está tres horas en una cola infernal en Caracas, fantaseas con las ventajas del primer mundo, no con sus problemas. Y por más consciente que estés de su existencia, es muy distinto el batazo de realidad que te da en la nuca cuando un autobús que te debería haber dejado frente a tu casa te suelta en el medio de una autopista sin ninguna razón aparente, a 10ºC, un domingo a las doce de la noche. Y obviamente, en ese momento, tu brillante cerebro no se acuerda de las colas de mierda o de los motorizados zumbándote en el alma, sino de tu cómodo carro con aire acondicionado y calefacción y gasolina a 2 euros al mes. Si uno como emigrante, además, se enfoca en estos defectos y pierde de vista el panorama, es inevitable hundirse en una depresión patriota apátrida que no nos va a llevar a ningún lado bueno. Para ser felices hay que disfrutar las cosas que nos gustan del lugar en el que estamos. Si decidimos que ese lugar es Venezuela, pues entonces disfruten sus playas y sus arepas y su gente. Y si decidimos que no es Venezuela, entonces disfrutemos de la seguridad, o la comida, o la posibilidad de viajar y conocer otras culturas, o de lo que sea que nos guste.

El evento del domingo sacudió los cimientos de todos los que estamos afuera. Yo en lo particular no pude trabajar desde el miércoles, (por lo que ahora estoy hasta el culo), pendiente todo el tiempo de las noticias, del Twitter, del celular y del Facebook. Hasta vi Globovisión, canal que dejé de ver después del paro. Y confieso que lo que vi en los días antes de las elecciones en mis allegados fue feísimo, pero lo que estoy viendo después es aún peor. 

En primer lugar, culpan a los que no votaron. Cosa que me parece absurda porque en primer lugar, no votar no significa necesariamente que no quieras a tu país, sino que no crees en el sistema, y eso también es una posición política que debería respetarse. Pero como ya sabemos, la oposición no respeta nada que no sea su canto opositor. Adicionalmente, 20% de abstención electoral es bastante normal para cualquier elección presidencial de cualquier país. Y por último, la lógica dice que en esos abstencionistas la tendencia del otro 80% se hubiera mantenido igual, por lo que el resultado hubiera sido el mismo.

En segundo lugar, nos culpan a nosotros, los que nos fuimos. Apátridas, vendidos, que decidimos buscar nuestro futuro en otra configuración en vez de compartir la miseria con el resto. Desgraciados que somos que no estuvimos el lunes para ir al trabajo trasnochados y amargados, sino que nos montamos en nuestros trenes malditos del primer mundo y fuimos a fregarle los pisos a los extranjeros que nos están maltratando y vejando en otros países que no se asemejan, ni de cerca, a la gloriosa Venezuela. La cantidad y calidad de insultos que he recibido en estos últimos días por esta causa ha sido bárbara. Y este nuevo concepto etéreo de nacionalismo venezolano de mierda tampoco: porque los mismos pajúos que andan hablando ahorita como si llevaran la bandera tatuada en el culo son los mismos que en su gloriosa ciudad se andan comiendo el hombrillo, manejando borrachos y atropellando a cualquiera que se les atraviese en su camino. 

En tercer lugar, gritan fraude, al igual que han gritado en las últimas 16 elecciones de los últimos 14 años. Gritar fraude a estas alturas me parece absurdo. El fraude empezó el día en que el señor se montó y cambió la constitución a su favor, el día en el que le entregamos la alcancía de PDVSA en sus manos en un paro de mierda en el que todos salimos a jugar en la autopista, el día en el que le dimos la asamblea, el congreso, el CNE, los jueces, las gobernaciones, el día en el que lanzamos a Rosales y a Arias Cárdenas, el día en que los dirigentes de la oposición se cayeron a coñazos públicamente por ver quien se iba a quedar con el coroto en el supuesto que lo sacaran, el día en el que todo esto está pasando desde hace 14 años y lo que hace la oposición es salir con banderitas y optimismo y flores hippies a cantar y a bailar en la autopista, todos bonitos y llenos de material pop, a convencerse unos a los otros que ahora si, esto es suficiente: caminamos varias cuadras, somos muchos y estamos muy alegres, Chavez se va. 

Mientras sigan negando la existencia de esa mitad a la que insultan cada vez que pueden y culpando a cualquiera de sus desgracias menos a sí mismos, el resultado va a seguir siendo el mismo. La oposición es tan ignorante como el chavismo, y tan culpable de sus desgracias como los otros. ¿Como es posible que a Maduro lo insulten, no porque es un corrupto, sino porque es un chófer? ¿Como es que al otro lo insultan porque es un "maricón" y no porque se está robando un poco de plata? ¿Como es que yo soy una infeliz porque no ando disfrazada de bandera y bailando joropo por las calles de Roma? ¿Quien le dio el derecho a ustedes a decidir quienes son y quienes no son venezolanos? ¿La misma persona que le dio ese derecho a Chavez y a su gente? Y siendo este el caso, ¿qué los hace mejores que la otra opción? ¿que redactan mejor sus ofensas?

Si quieren un cambio, empiecen por su casa y por si mismos, y dejen de tirarles piedras a los vecinos porque ustedes también tienen techo de vidrio.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Teorema del Olvido

Ultimamente, me han preguntado varias veces lo siguiente: "si Chavez pierde, ¿te regresarías?" 

La respuesta a esa pregunta es una explicación tan larga que toma como media hora, porque una de las cosas que me he dado cuenta es que la decisión de emigrar no viene de una sola razón, sino de muchas. Al final cada quien le dá más peso a unas razones que a otras. A algunos les importa más la seguridad, a otros les importa la estabilidad económica, en otros casos las razones sentimentales son las que ganan. (El amor que se queda o el amor que está allá). En mi caso particular, una de las razones importantes es que estaba francamente harta de tener la política metida en mi vida día y noche. No me refiero solo a la eterna conversadera de política, sino a las decisiones del gobierno jodiéndome la vida a diario. (Aunque confieso que en los últimos seis años evitaba las discusiones políticas como a la peste bubónica). 

En el último año, los venezolanos solo hablan de las elecciones del 7 de octubre. No sé como será con los demás emigrantes, pero en mi caso, Facebook es mi ventana hacia Caracas. Ahí me entero de como está mi gente, qué andan haciendo, como fue la parrillita que me perdí, el vestido de novia de mi mejor amiga que se casó y no pude ir, el cumpleaños de mi papá, el nuevo novio de mi hermana. Y ahorita, no se nada de nadie porque lo único que veo son propagandas electorales, Capriles y la gorrita por todas partes, y todos los días un poquito más de violencia de bando y bando. Correo, Twitter, celular, lo mismo.

El punto de vista de los que estamos afuera es evidentemente muy diferente al de los que no lo están. Así que en realidad, Chavez no dividió en dos a los venezolanos, sino en tres. Más de una vez, si quiero dar mi modesta opinión política (lo cual no es muy a menudo), me callan diciendo "bueno, y a ti qué te importa, ya tú te fuiste". La clásica posición opositora, que a mi juicio no se diferencia mucho de la chavista, es que si no estás 100% de acuerdo con el canto general opositor, eres un renegado, o un traidor, o algo peor. Todos los emigrantes que conozco, y son muchísimos, me dicen cosas parecidas: "uno no les puede decir nada porque se ponen histéricos", "yo prefiero no hablar de eso porque se lo toman como una ofensa personal", etc. Y ni siquiera es que estoy políticamente en contra: estamos de acuerdo y aún así cualquier diferencia con la línea tradicional genera un peo horroroso. Por ejemplo: "has considerado la opción de que no gane Capriles?" Wow. Gritos e insultos, mínimo. 

Muchos de mis amigos se fueron antes que yo. Cuando venían a Caracas de visita, en más de una ocasión yo no pude atenderlos como me hubiera gustado porque estaba trabajando, o porque era mi única semana de vacaciones y me iba de viaje, cosas así. Recuerdo haber pensado, tratando de limpiarme la conciencia: "bueno, así como ellos tienen su vida afuera, la vida aquí adentro continúa, no es que yo estoy suspendida en el tiempo esperando que vengan a visitarme". También recuerdo haber pensado, cuando me fui, que una de las cosas que me iba a pasar a mí era esa: eventualmente, yo ya no iba a formar parte de la vida de la gente, y poquito a poco, cada vez iban a tener menos tiempo para mi. Esta sensación se ha venido acrecentando a medida que se acerca la fecha

Es decir: el olvido es directamente proporcional a la agitación política del venezolano.

Ahondando más la distancia, la gente se comporta como si uno no entendiera o a uno no lo afectara lo que pasa en Venezuela. (Supongo que a eso se refería Franco de Vita con aquella pavosísisima canción de los 80s). Pues les tengo noticias: si entendemos, y si nos afecta. Entendemos tanto que nos fuimos, y nos afecta mucho, tanto en el lado personal como en el práctico. Es decir: la inquietud de la llamada a medianoche (o en este caso, a las 7 de la mañana) con malas noticias no se acaba en el momento en el que uno se monta en el avión, sigue igualita porque allá están metidos mis padres, mi hermana, mi familia y mis panas. Y les recuerdo que las desastrosas decisiones intestinales del gobierno afectan a todos los que estamos afuera. Si no me creen, pregúntenle a los que viven en Miami y tienen que vender arepas en la calle para ir a votar en Nueva York.

Gane quien gane, las metas que nosotros nos planteamos cuando decidirnos mudarnos de país no las hemos cumplido y según veo, falta un rato para llegar ahí. Tal vez en un futuro se vuelva a abrir esa posibilidad, pero en este momento, y así el precio sea el olvido, la respuesta a la pregunta sigue siendo no.

domingo, 23 de septiembre de 2012

Heroes de guerra


Esta semana cumplimos nuestro primer año en Italia. Tengo la sensación de que llegamos hace dos semanas, y al mismo tiempo, hace diez años. Por lo tanto, decidimos hacer algo especial para celebrar. El calor del verano nos hizo hibernar dentro de la casa, así que decidimos que era hora de mover esos músculos y salir a caminar por ahí. Me puse a dar vueltas en Google Maps buscando algún sitio que estuviera a una distancia razonable porque por razones de trabajo, tenía que ser un viaje ida y vuelta. En algún momento conseguí pasajes a Cracovia por 5 euros y casi que me lanzo, pero las condiciones para la oferta eran tantas que al final tuve que desistir. Finalmente conseguí un sitio que parecía perfecto. A una hora en tren y con una excelente tradición de comida de mar. Adicionalmente es un mapa que nos cansamos de jugar en DoD, así que al día siguiente nos levantamos temprano y nos lanzamos para allá. El trayecto, como siempre, encantador: verde por todos lados, una zona super industrializada (fábricas de cerámica, de procesamiento de alimentos, de carros, etc), otras zonas habitadas con pueblitos, y muchos sembradíos.

Pasamos un día delicioso. Ya estamos en otoño (gracias a todos los poderes naturales y sobrenaturales que permiten que eso pase!!!) así que, a pesar de ser un viaje a la playa, no llevamos trajes de baño. (Bueno, esto también está relacionado con el hecho de que no los encuentro, supongo que cuando saque las cosas de invierno apareceran). De todas formas hubieran sido innecesarios, ya que el día estuvo nublado y la temperatura estaba en 22º C. Y la del agua, yo diría que en -8. Sin embargo, para pasear fue perfecto: nada de calor, nada de sol (me da dolor de cabeza), un día fresco y sabroso. Como buena venezolana, a la vista de la playa me enternecí hasta los huesos, y sin entrar en consideraciones logísticas (como por ejemplo, que andaba en medias y zapatos de goma y que iba a caminar todo el resto del día), en un brinco estaba descalza en la arena con los zapatos en la mano. Recorrimos toda la playa, que estaba casi vacía, y luego nos decidimos por uno de los tantos restaurantes. Nos comimos una pasta deliciosa llena de vongolas y langostinos, y seguimos por ahí, sin rumbo como de costumbre. 

Recorrimos el centro del pueblo, vimos la iglesia y la plaza principal, la respectiva exposición de artesanos locales vendiendo cosas horrorosas hechas de guacucos y chipi-chipis (mención especial al monstruo que hacía ramilletes de estrellas de mar y esponjas muertas pintadas de colores, como si fueran flores), las calles llenas de tienditas cerradas porque es hora de la siesta, y eventualmente conseguimos una heladería encantadora, con vista al puerto, donde dos viejitos preciosos te vendían helados mientras te explicaban que ese negocio tiene ahí más de cien años y que sus padres (y el edificio) sobrevivieron la segunda guerra mundial. Ahí nos quedamos un buen rato, comiendo helados, tomando café y conversandito. 

En alguna de las esquinas con indicaciones turísticas descubrimos que había un "Museo del Desembarco" (Museo dello Sbarco), así que sin pensarlo dos veces nos lanzamos para allá. En 1944, los aliados hicieron un movimiento táctico de atacar Cassino (más al norte) para abrir espacio a sus tropas para desembarcar en Anzio, cortar la línea de suministros, y tomar Roma con más facilidad. Las tropas efectivamente desembarcaron, pero luego tuvieron que aguantar aislados cuatro meses de plomo alemán antes de que pudieran comunicarse con el resto del ejercito que venía del sur y de Cassino. Por esta razón, Anzio es una ciudad prácticamente reconstruida, y llena de memorabilia de guerra (se encuentra por ejemplo, el cementerio inglés, donde están los soldados británicos que cayeron en esa batalla, y algunas ruinas de edificios bombardeados). El museo es pequeñito, y nos atendió uno de sus fundadores. En el museo habían cosas interesantisimas de todos los ejércitos, armas, fotos, etc., pero para nosotros lo más interesante fueron las personas que casualmente estuvieron en el museo durante el tiempo que estuvimos ahí. Llevábamos menos de diez minutos dentro, cuando llegó un señor muy mayor, más de noventa años, con su hija (una señora muy mayor también!). El señor que atendía el museo, un italiano amable y entusiasta,  los hizo pasar frente a un televisor y nos preguntó si queríamos ver el video. Nos acercamos, y resultó ser que este señor mayor era un inglés que vivió en Anzio durante 14 meses, y que llegó con las tropas británicas que venían abriendo camino desde el sur (aunque no sabía desde que parte del sur). Llegó después del desembarco y se quedó durante la resistencia a los alemanes, y los meses siguientes. El italiano que atendía el museo, il signore Rinaldi, desembarcó en Anzio a los 16 años con las tropas americanas, ya que era el hijo de dos italianos que se habían ido a Estados Unidos cuando comenzó la guerra. Ambos comentaban durante  el video (que era uno de estos videos de propaganda de la época explicando el éxito del movimiento táctico), y asentían, diciendo cosas como "si, los alemanes no dejaron de bombardear durante dos días, eso que dicen ahí es verdad". El inglés le explicaba a la hija, pero como estaba un poco sordo todos podíamos escuchar sus maravillosas explicaciones. Al final del video, y después de un rato de conversación, le pedí permiso para tomarle una foto, y creo que esto fue lo mejor que podía pasar, porque la hija inmediatamente sacó de la cartera una boina negra (la del uniforme original) y sus medallas, y lo decoró para la ocasión. Le pedí a la señora que apareciera ella también y me dijo riendo que "yo no hice nada, todo lo hizo él, yo nada más lo traje hasta acá". El señor me explicó que aquí habían peleado los americanos, pero que también el ejército inglés había formado parte del desembarco. Y un rato después regresó para explicarme que no solo habían sido los ingleses: todos los británicos había formado parte. (Escoceses, irlandeses, etc.) Que no se quería robar el crédito. Y se fue otra vez a explicarle más cosas a la hija. Casi me lo traigo para la casa.

Luego agarramos al Sr. Rinaldi, quien estaba más que dispuesto a contestar cualquier cosa que se nos ocurriera preguntar. Nos echó su cuento, nos mostró fotos suyas y de sus compañeros que estaban en las paredes, nos explicó sus medallas, y luego sacó su cartera y nos mostró fotos de él con Clinton, Bush padre e hijo, Cheney y con Hillary. Y una foto en blanco y negro de su esposa, una mujer bellísima al mejor estilo de Rita Hayworth. Cuando nos estábamos yendo, llegó un marine americano de pocas palabras, a quien lograron sacarle que estuvo en la segunda guerra mundial más no en Italia, y que había venido a la ciudad porque el movimiento táctico de Anzio fue muy popular en esa época entre los combatientes. 

El regreso en tren a la casa fue como volver en el tiempo, 68 años para ser exactos.

sábado, 11 de agosto de 2012

Nerón y Calígula

Finalmente puedo decir que puedo cruzar de mi lista aquello de vivir las cuatro estaciones. Siendo de Caracas, debo confesar que el tema me daba un poco de curiosidad y de envidia. Aquello de poder usar sobretodo, medias de lana y botas simplemente no es posible. En mi ciudad natal el clima es básicamente el mismo durante todo el año: hace calor y llueve durante once meses, y hace menos calor y llueve menos durante uno. A mi me han dicho toda la vida que "Caracas tiene un clima privilegiado", y la verdad nunca he estado de acuerdo, porque no me gusta el calor, pero pensaba que tal vez aquello de las estaciones me podía hacer cambiar de parecer. 

A Roma llegamos en septiembre, que era el comienzo del otoño. Aclaremos algo: las estaciones no terminan un día y comienzan al otro, sino que hay una transición como de una semana en la que las cosas empiezan a cambiar. El comienzo del cambio es evidente, y hay un punto en el medio de cada estación en el que uno piensa "wow, así que esto es!". Curiosamente, los romanos cambian el vestuario el día que el periódico indica el cambio de estación. Es decir: el invierno termina el 6 de marzo! Y hasta el 6 de marzo anda esta gente con aquellos abrigos de invierno, así estén haciendo 20ºC en la calle. Yo me asfixiaba de solo verlos.

El otoño y la primavera son, en términos de temperatura, prácticamente lo mismo. En el otoño los árboles se quedan calvitos y la ciudad se ve bastante sobria y seria. El suelo está cubierto de hojas con colores bellísimos, y se corresponde con toda la poesía que se ha escrito del tema. El comienzo es caliente, como Caracas al mediodía en marzo, y el final es bastante frío. La primavera es exactamente lo contrario: los árboles se llenan de las más extraordinarias flores que además van cambiando de colores a lo largo de la temporada. Mención especial a unos árboles que están por todos lados que cuando florecen se cubren de pequeñas florecitas rosadas, como un cerezo chino, y en un par de semanas las florecitas explotan en unas flores color durazno inmensas, que luego se ponen blancas e inmediatamente se caen, dejando unas pequeñitas en su lugar. Este mismo árbol en verano se carga de unas frutitas pequeñitas rosadas, como un duraznito, y son super dulces y refrescantes. También hay unos que se cargan de flores rojas preciosas, y mucha gente tiene lavanda sembrada en las entradas de su casa, por lo que de vez en cuando uno se siente que camina entre ropa recién lavada. En estas temporadas, el estilo de vestuario es más o menos el mismo: quizás una chaquetita ligera y algo enredado en el cuello. Estas dos estaciones se podrían comparar con hombres solteros: fáciles de entender, no necesitan mucha logística y uno entiende claramente qué es lo que hace falta para sobrellevarlas.

El invierno y el verano, por otro lado, son mujeres casadas y con hijos. La logística de cada una es complicadísima y la cantidad de alternativas, sobre todo para los novatos como nosotros, pueden resultar abrumadoras. Los costos se disparan, porque ya estamos hablando de calefacción o refrigeración serias, y francamente, no existe vestuario venezolano que esté preparado para afrontar tres meses de estas exageraciones. 

El invierno comienza muy rico, sobre todo si a uno le gusta el frío. A mi en lo particular me encanta, mientras que al calor lo detesto. Noviembre y diciembre son dos meses en los que uno anda abrigadito en la casa, con mediecitas rechonchas, suéter y mono, y para salir, pues toda una pinta: vestidos de lana, medias gruesas, botas hasta las rodillas, bufanda, gorritos, etc. Una cantidad de accesorios adicionales que para cualquier mujer son el paraíso: más excusas para comprar pendejadas. Estando dentro de la casa, básicamente basta con andar abrigadito y dejar las ventanas cerradas. Si acaso una que otra noche haría falta prender la calefacción. Pero cuando llega enero, ya la cosa se comienza a complicar. En mi primer apartamento romano había un problema con la calefacción, así que tuvimos que recurrir a unos termoventiladores pequeñitos, que no calentaban el apartamento mucho pero mientras estuvieras con el bicho pegado en la barriga ibas bien. El único detalle es que luego ese termoventiladorcito, prendido incluso con cuidadito, hizo que nos llegara la cuenta de luz con 300 euros adicionales a lo que ya pagábamos. La calefacción normal es más económica, pero tampoco es que es barata. La ciudad sigue formal y gris, como en otoño, y de vez en cuando se aparece una ola de frío siberiana que es anunciada por los noticieros con bombos y platillos, que en mi caso, en algún punto me hicieron pensar que tal vez el calor horroroso de las colas caraqueñas no era tan malo, después de todo.

Dejo por último el verano, que es el que estoy viviendo ahorita. Bueno, sobreviviendo. El primer mes del verano es muy caliente. Estamos hablando de 35º clavados, con una pepa de sol impresionante en un cielo en el que nunca jamás se aparece una nube pero es que ni por equivocación. Por alguna razón que no me explico, hay un montón de plantas que deciden florear y dar frutos en esta época, así que la ciudad se vé hermosísima: entre los colores brillantes del cielo y el verde de las plantas, más las flores anormales que deciden que esta es una buena época para aparecer, visualmente todo es muy agradable. El calor comienza alrededor de las 9 de la mañana, (antes de eso es medianamente tolerable), y a las 9 de la noche todavía es insoportable, ya que aún es de día y hay un sol playero como si estuvieras en Puerto La Cruz. Salir a la calle es como un castigo. El hormigón se calienta (tal vez no freír un huevo pero podrías calentar tu comida sin un microondas), y el suelo, las paredes y los vidrios que te rodean en la ciudad irradian tanto calor como el sol. Apenas sales de la casa empiezas a sudar, y después de caminar un par de cuadras estás sudando en sitios en los que ni siquiera sabías que podías, como por ejemplo, entre los dedos de las manos. En algún punto del día son líneas contínuas de agua que corren por tu cara y no puedes hacer absolutamente nada al respecto. Los locales no tienen aire acondicionado, como en Caracas, ni los centros comerciales, ni los trenes, ni nada. Aquellos sitios que lo tienen, es como si no lo tuvieran. Supongo que tiene que ver con el precio de la electricidad en Italia. Es decir: salir a hacer una diligencia a pie es como ir voluntariamente a las pailas del infierno a darse una vuelta. El abanico que dulcemente me trajo mi amigo Juan de España a veces ni me sirve, porque lo que estoy echándome en la cara es aire caliente.  Uno bebe agua sin parar, y te venden botellas medio congeladas para que puedas volver a rellenarlas en las fuentes públicas, y los turistas andan todos con caras de cansancio absoluto y completamente insolados. Es como un desfile interminable de langostas rechonchas. En verano hace un calor insoportable todo el tiempo, y de vez en cuando, llegan olas de calor africanas que incendian todo a su paso. En este verano han pasado alrededor de 6, siendo la última la peor, y los graciosos estos la llamaron Nerón (como el emperador que quemó Roma). Entre las víctimas de Nerón se encuentra mi computadora. Después de Nerón viene Calígula, lo cual me tiene absolutamente aterrada.

Aquellos paseos interminables por la ciudad fueron postergados hasta nuevo aviso. Sin saber de la llegada de Neroncito, salimos a comernos un heladito en Roma, en una heladería famosa que está por el centro. No habíamos llegado a la heladería y yo me había tenido que sentar tres veces, con jaqueca, nauseas y mareos. Mi esposo no estaba tan mal, pero tampoco se veía particularmente feliz. Pasé toda la tarde desesperada por regresar a mi casa, bañarme con agua helada, prender el aire acondicionado a full mecha y acostarme en la cama sin moverme, lo cual eventualmente logramos hacer. Necesité dos horas para recuperarme de un paseo de cuatro.

Así que amigos: si nos quieren visitar, que no sea en verano. Los recibiremos, pero evitaremos a toda costa acompañarlos a cualquier lado!!!

sábado, 28 de julio de 2012

Mi primera experiencia peluquerística

Desde que tengo quince años me he cortado el pelo con la misma persona. Con ella recorrí al menos cuatro peluquerías, ya que si ella cambiaba, yo me iba detrás. Ella se sabe mi vida y yo la suya. Me peinó para mi graduación y para mi matrimonio. Me acompañó en todas las locuras que hice: pelo rojo, negro con rojo, rojo con negro, anaranjado con amarillo, anaranjado marrón y rojo, corto, muy corto, lánzate que no hay erizos. No soy muy delicada con mi cabello, porque ya aprendí que no importa lo que pase, él es noble y vuelve a crecer, pero si delicada con la persona que me lo corta. Cada vez que sucumbía a la presión de alguien o a las circunstancias y me lo cortaba con otra persona, el resultado era catastrófico. 

De hecho, la historia de mi cabello corto es esa: Martha estaba ocupada ese día y yo estaba de pasada por Caracas (en ese momento vivía en Margarita), y solo tenía esa única tarde para peluquearme. Así que ante la opción aterradora de cortarme el pelo en la isla, opté por ir a la peluquería de al lado y sentarme. Tenía el pelo muy largo, y lo quería un poco más corto por el calor, así que en una revista busqué un cortecito y se lo mostré a la muchacha. De reojo, vi como después del primer tijeretazo caían al menos veinte centímetros de cabello en el suelo. Pero pensé que era un corte escalonado, que era el lado más corto, qué se yo de peluquería. El segundo tijeretazo fue definitivo: brisa en la nuca. Con los ojos desorbitados le pregunté que qué diablos estaba haciendo, y ella me respondió: "Bueno mijita, el corte que me pediste!", y yo le señalé la foto, abierta frente a mí, y ella me dijo: "no, tu me dijiste el de al lado". Salí como un varoncito del Santo Tomás de Aquino, lagrimeando desde el Centro Plaza hasta mi casa. Eventualmente me acostumbré al tema, pero definitivamente, hubiera preferido que la transición fuese voluntaria. 

Aparte de mi peluquera de confianza, yo tenía mi esteticista de confianza. Una catira espectacular en el CCCT, con más cursos que un cirujano plástico enmarcados en las paredes, a quien le permitía arrancar de un tirón certero los rulitos que me salen en las cejas. Es una artista de la pinza: cualquiera que pueda acomodar mis cejas chicharronas tiene que serlo. Cualquier adicional referente al cutis también iba con ella: para algo tienen que servir ese montón de diplomas en las paredes. Antes de irme le supliqué que me enseñara que hacer sin ella, y pacientemente me explicó todo. De más está decir que no estoy ni cerca del mismo resultado.

Tengo que admitir que una de las cosas que me preocupaban de venirme a vivir a otro país era la ausencia de estas dos personas en mi vida. Ya me había advertido que aquí ese tema era bastante caro, y que no iba a poder estar yendo a la peluquería como lo hacía antes. Las europeas en general no invierten en sí mismas la cantidad de plata que invierten las latinas. Tengo que admitir que la diferencia se nota: las venezolanas siempre andan con el cabello, la cara y las manos arregladas, cosa que aquí no sucede. Esto hace que la amenaza de la gente sea certera: en la mayoría de las peluquerías (y estamos hablando de una peluquería en las afueras de la ciudad, vieja y fea) un corte te cuesta alrededor de 40 euros. Lo cual en comparación, es bastante. Ni siquiera pregunto cuanto vale un tinte, y mucho menos uno de esos en los que quieres tener cuatro colores en la cabeza, como solía hacer yo.

Adicionalmente, la noción de entrar a una peluquería y especificar como quiero el corte, con un peluquero nuevo, en un idioma que todavía me hace trampas, y sin conocer exactamente las costumbres del país (como por ejemplo, algo tipo "si no dices nada te ponen un baño de crema especial que vale 50 euros, tienes que avisar que no lo quieres", que son las cosas que me pasan a cada rato), me resultaba absolutamente aterradora. Por todas estas razones, pasé los primeros once meses aquí sin atreverme a solicitar el primer tijeretazo italiano. En algún punto me convencí de que lo que pasaba era que quería volver a tener el cabello largo. Un mes de verano romano fue suficiente para arrancarme de la silla y llegarme hasta una peluquería, recomendada, y tímidamente mostrarle una foto al peluquero de qué es lo que más o menos quería.

Hice cita, primeramente, porque aquí todo es con cita. Y llegué puntualísima. De hecho, un poquito antes. El chico me dijo que me podían ir lavando mientras él terminaba con la muchacha a la que le estaba secando, y que me atendía en seguida. "Subito". La asistente de lavado, una catirita simpática, me ofreció café y agua, y me llevó diligentemente a lavarme el cabello. Cerré los ojos y apreté los dientes por reflejo, porque no importa en qué peluquería caraqueña me lavaran, era como si estuvieran sacando mugre de hace mil años: uñas clavadas, rasguños, sangre en el cuero cabelludo. Esas mujeres lo tratan a uno como si estuvieran lavando un cochino para cocinarlo. Un minuto después, abrí un ojo, y después el otro, y luego aflojé los dientes. Esta chica me lavaba como si fuera una mamá bañando al bebé. Así que me relajé y la dejé hacer lo suyo. Al rato, después del conocido shampoo-shampoo-acondicionador, en lugar de el golpecito en la espalda y la toalla alrededor de la cabeza, lo que sentí me hizo abrir los ojos nuevamente un poquito alarmada. La chica me estaba haciendo un masaje en la cabeza. Y con un cariño, además, que por un momento hasta pensé que le gustaba. No solo eso: es el mejor masaje que me han hecho en mi vida. Ese día entré en la peluquería preocupada por un montón de cosas que todavía no logro recordar qué eran. Resulta que cuando ella terminó, el peluquero todavía le faltaban como diez minutos, así que la costumbre es que para que no te aburras, o te pongas un poquito triste mientras esperas, te hacen tu masajito, como quien dice, un servicio. 

Cuando me tocó a mi, y el chico me volvió a pedir que le explicara bien el corte, estaba tan relajada y tan absolutamente feliz, que le respondí: "la verdad es que ya ni me importa, córtalo como quieras"... 

martes, 12 de junio de 2012

Curriculum Bizarro

Es un clásico de la literatura venezolana el comentario de que los que se quedan están "trabajando por el país". Se infiere evidentemente que los que se van, no lo están haciendo. En la realidad actual, la emigración es un tema calientísimo. Basta rozarlo para que se prenda una discusión acalorada. El que defiende la inmigración es un apátrida, en cambio el que dice que se va a quedar a "defender su patria" no lo es. Ese es un patriota, un verdadero orgullo nacional.

El otro día me estuve tratando de contestar una pregunta sin éxito alguno. ¿Qué significa trabajar por el país?

Pasé un buen rato analizando las opciones. Digamos que trabajar por el país (y en este caso, el país es Venezuela, ya que si aplicamos la pregunta a otra nación la respuesta es totalmente diferente) se trata de intervenir activamente en su futuro político. Para lograr esto, tendría que ser militante de algún partido con el que estoy de acuerdo, y participar en mitings, hacer pancartas, distribuir panfletos, contribuir a la causa, y todas esas cosas. Conozco gente que lo hace, y creo que hasta reciben sueldo por hacerlo, sin embargo, es una minoría muy chiquita. Por otro lado, reconozco que detesto la política, me enferman los bululús, y no soy del tipo de persona que quiere convencer a los demás de que piensen como yo. Así que la política no es lo mío. También pienso que esto está bien: ¿se imaginan un mundo en el que todos fuéramos políticos?

De aquí mi análisis me llevó a las obras sociales. Tal vez dedicarle mi tiempo a la ayuda de los menos afortunados, trabajar en alguna Misión entregando lochas a las familias pobres, meterme con los pantalones arremangados en las curvas más intrínsecas de Petare a enseñar a los niñitos a leer y a escribir, porque la educación es lo que nos va a sacar de abajo. Bueno, del primer día no salgo viva, así que evaluemos otra alternativa... ¿quizás hacerlo más de lejitos? ¿Donar plata a las iglesias o a las organizaciones para que otros más valientes o mejor conectados lo hagan por mi? No creo que la limosna sea la solución para una sociedad, y los cincuenta años de populismo salvaje se han encargado de demostrarlo. ¡Que traigan los niños a mi!. No, no vienen. 

Bueno, quizás si soy una persona honesta y trabajadora, que sale todos los días a la calle a enfrentarse al día a día con honestidad y espiritu luchador, emprendiendo negocios nuevos que nos permitan crear un futuro competitivo y exitoso. 

Veamos.

En mi vida, he cambiado tres veces de carrera. Cuando trato de explicar esto a un tercero, siempre trato de hacer trampitas y de exponerlo como si se hubiera tratado de una decisión propia. "Es que a mi me gusta mucho el diseño y por eso decidí hacer de mi hobby una carrera". Aunque en el fondo es cierto, la razón real de mi bizarro curriculum no tiene nada que ver con decisiones propias. Me maté estudiando ingeniería. Me costó Dios y su ayuda graduarme, lo confieso, pero lo hice. Caminé temblando por ese pasillito resbaloso para casi arrancarle mi título al rector, en ese entonces Malpica. Salí de la universidad feliz y pedante, creyendo que en dos meses estaba seleccionando el color de mi Ferrari. Nada más lejos de la realidad. Debí saberlo antes, en el momento en el que empecé a buscar pasantía y me encontré con una cartelera vacía. Desde que entré a la universidad, la cartelera de Mecánica siempre estuvo llena de papeles de empresas buscando pasantes. Imagínense: quien no quiere un nerd de la Simón Bolívar trabajando como un esclavo sin pagarle ni en especies? Resulta que cuando me tocó a mí, el amigo Chávez ya estaba haciendo de las suyas y las empresas dejaron contratar. Me tocó adaptar una pasantía de Industrial a Mecánica, lo cual logré gracias a mis dotes lingüisticas más que matemáticas. Y esta la conseguí gracias a que durante toda la carrera trabajé por horas en una sub-contratista de PDVSA. La cual, para el momento en el que me tocó comenzar a buscar trabajo, un par de trimestres después, ya había sido víctima del paro y había prácticamente cerrado sus puertas. Todos los contactos que hice durante esos años de trabajo se volvieron agua, ya que el paro acabó con los IPC y todos hicieron reducción de personal simultáneamente. Aún así, insistí, (no de gratis salí de la universidad más prepotente del país). Mi curriculum era absolutamente profesional, asesorado por expertos en el área. Lo entregaba en una carpetita de plástico impreso en opalina, una belleza. Y tristemente, veía como lo colocaban en una torre, mientras la secretaria me explicaba: "como ves, la cosa está difícil, no estamos contratando". En PDVSA ni hablar: en el momento en que chequeaban si había firmado empezaba a sonar una alarma y se prendía un bombillo rojo y tenía que salir corriendo del sitio. Eventualmente amplié mi espectro de búsqueda, pero entonces me rechazaban diciendo que no tenía ni experiencia ni estudios. Como buena economía en recesión, comenzaron a exigir tres y cuatro años de experiencia en ventas para trabajar en una tienda de ropa, por ejemplo. Un año y medio después, y ya habiendo fracasado con una excelente iniciativa de montar un negocio de importaciones (pues en ese momento nació CADIVI), y habiendo matado todos los tigres imaginables, ubiqué finalmente mi primer trabajito post-graduación. Era en ventas de exportación y pagaba una mierda. Mi jefe del momento estaba más loco que una cabra. El ambiente era absolutamente hostil, y de paso, yo no tenía ideas ni de ventas ni de exportación. A los pocos días descubrí que la empresa estaba dispuesta a pagarme todos los cursos que quisiera hacer, por lo que mi curriculum pronto engrosó una página completa con todos los cursos de aduanas, comercio exterior, inventario, negociación, y cartas de crédito que pude conseguir. En poco tiempo, el inventario de exportación lo tuve militarizado, los procesos organizados, y al personal semi-educado (dificilísimo hacer que los chivacoenses se organicen), y podía sacar del puerto cuarenta contenedores en dos semanas. Después de cuatro años levantando el departamento de exportación, y después de haber hecho un postgrado en Negocios Internacionales, un día me tuve que levantar de mi puesto y caminar a la oficina del dueño. Le dije: "ya, es hora". Y él me contestó: "si, es hora". El último contenedor que exporté tardó cuatro meses en salir del puerto. Ese día lloré, porque cerramos el Departamento de Exportación. Repartí mi impecable inventario de paletas especiales entre los buitres de las ventas nacionales,  y cuatro años de arduo trabajo, de viajes agotadores y de adaptar a los clientes a nuestras extrañas costumbres (como CADIVI, por ejemplo) se esfumaron en menos de cinco minutos. Mi reinado de terror entre los montacarguistas había terminado. Junto conmigo, todo el resto de los exportadores del país hicieron lo mismo, más o menos en el mismo período. ¿Quien aguanta las condiciones inhóspitas para los productores en Venezuela? Control de cambio, control de precios, control de materia prima, negado el CADIVI, ya tus productos no están en la lista, no hay producción nacional pero no los puedes reponer, la frontera con Colombia está cerrada nuevamente porque Chávez se peleó con Uribe, Puerto Cabello no está recibiendo barcos porque hay vacas flotando en el puerto desde hace un mes, el general eructante hizo un desastre y las navieras retiraron sus rutas de nuestros puertos, los camioneros hicieron un sub-sindicato y le cargan a quien les de la gana. Nos salimos del G3. Nos salimos de la CAN. No nos metimos en ningún lado. En fín: podría escribir páginas y páginas describiendo el sin fin de problemas causados por la imbecilidad del gobierno que eliminó las exportaciones de productos no-tradicionales y obligó al país a volverse dependiente, casi en un 100%, del petróleo. Durante ese tiempo me enamoré del comercio exterior: quería trabajar en una naviera, quería ser gerente del puerto de Los Angeles, quería montar mi propio negocio de exportación-importación de silicona. Imposible, en mi país. Pero aún así, yo no me iba, porque estaba "trabajando por mi país". Mi ramo de trabajo cambió nuevamente. De ingeniería, ni hablar. En verdad después de cuatro años ni siquiera recordaba los nombres de las materias que había visto en la universidad. En esos días, el dueño de la empresa llegó de Italia con un software especializado para hacer renders de ambientes, que es la mejor forma de exponer la cerámica. Como de costumbre, no sabía nada de render, nada de diseño gráfico y nada de nada, y vuelta a hacer cursos y a aprender remotamente. Tuve que aprender a usar un software en italiano sin hablar el idioma, y aprender de iluminación y texturas sin ningún tipo de preparación. Eventualmente me volví una experta en el tema. Y me fue muy bien, hasta que la empresa nuevamente entró en crisis gracias a la imbecilidad del gobierno. Sindicatos, control de precio, control de importaciones, control de materia prima. El país en recesión y las ventas en picada. Mi trabajo, inicialmente un proyecto inmenso de digitalización y mercadeo, se convirtió en una campaña interna basada en el deseo de salvar a la empresa del desastre. 

Durante todo este tiempo, yo marché, y marché y marché. Pinté pancartas. Hice videos. Traté de convencer a mis conocidos chavistas de que estaban equivocados. Grité hasta quedarme sin voz hablando de política. Investigué y leí de política y me hice una experta en derecha y en izquierda. Hablé con los rotarios y con los liberales. Me reuní con adultos y con niños buscando soluciones. Hablé con dirigentes políticos que hoy en día están presos o exiliados ofreciéndoles mi ayuda. Y eventualmente me dí cuenta de que la vida se me estaba yendo entre los dedos sin yo poder tomar una decisión que no fuera en respuesta a las malacrianzas de los gobernantes. Nada de lo que hice cambió nada. Todo lo que hice desapareció, borrado de un gacetazo.

Cuando decidí irme del país, una de mis motivaciones más fuertes fue el deseo de crear el futuro que deseo, y no el que me toca.

lunes, 4 de junio de 2012

Juego de niños

Caracas, valle de balas, ha sido blanco mundial de críticas en materia de seguridad durante mucho tiempo. Las estadísticas son espeluznantes. Los muertos se amontonan en las morgues, a los presos los sueltan a la calle porque no hay suficientes cárceles, (este tema es más complicado que eso pero no quiero entrar en esos deprimentes detalles), la gente se ha autoimpuesto un toque de queda en zonas perfectamente delimitadas tratando de evitar ser el número rojo de la noche. Nadie hace nada, aparte de hablar del tema, y la cuestión ha empeorado progresivamente durante los últimos quince años. Se han "puesto en práctica" veinte operativos de seguridad en este tiempo, y los resultados son desoladores. Estamos entre los países más inseguros del mundo,  y los gobiernos emiten circulares a sus ciudadanos advirtiéndoles del peligro que correrían de viajar a Venezuela. 

El tema de la inseguridad, como bien se conoce entre los venezolanos, es la razón principal que dan los que deciden (decidimos) emigrar. No es la única, pero ciertamente es una razón de peso. Muchos de los que se han ido toman la decisión el día en que los atracan o los secuestran. Otros, la toman antes tratando de evitar justamente eso. Yo confieso que fui muy afortunada, ya que nunca me atracaron ni me secuestraron. No voy a contar aquella vez en la universidad que me persiguieron dos malandros enormes hasta la puerta de mi casa para quitarme "mi mochila", la cual no tenía la más mínima intención de entregar ya que adentro tenía mi fabulosa y nuevecita HP-48G, y todas mis notas de Transferencia de calor II, elementos indispensables para no volver a ver la materia que tanto me estaba costando pasar. Claro que eso fue en otras épocas más inocentes y la amenaza provino inicialmente de un niñito con un cuchillo. Comencé a correr como una loca cuando vi de reojo que dos monstruos venían corriendo hacia mí. El problema terminó cuando tranqué la puerta de la casa: los monstruos siguieron de largo y se olvidaron de mi suculenta mochila estudiantil y de mis notas de transfe dos. Estoy segura de que este episodio no hubiera culminado tan amigablemente en estos días, pero de igual manera no lo puedo contabilizar. En dos ocasiones vi en la autopista como a alguien le quitaban el celular, una vez pensé que me habían robado el carro pero solo me lo habían remolcado (el susto fue el mismo, créanme), y una vez me robaron una Texas Instrument en la universidad. De resto, siempre tuve la grandísima fortuna de ser oyente de las historias y nunca protagonista. Me cansé de escuchar cuentos de como al amigo de este lo mataron el día de su cumpleaños, o al otro que se llevaron por semanas, o aquella fiesta a la que nunca pude ir porque secuestraron a uno de los invitados antes de que yo llegara, o la otra fiesta a la que no fui pero entraron dos coleados y atracaron a todo el mundo, o la otra que ha chocado dos veces el carro contra un muro por que se niega a llevar a los delincuentes a su casa. No quiero entrar en detalles, porque son demasiados y todos muy muy tristes, los cuentos abundan y en muchos casos son muy cercanos. Tan cercanos como mi mamá, por ejemplo, quien pasó el peor susto de su vida una noche tranquila, tempranera, después de pasarse un día riquísimo conmigo. 

El día de hoy, irónicamente, y por primera vez en mi vida, estuve presente y en primera fila en el robo a un establecimiento. Digo irónicamente porque se supone que estoy tratando de vencer a las estadísticas venezolanas. Estaba tranquilamente haciendo la cola para pagar en el automercado con mi esposo, y de pronto sentí una conmoción más adelante. La cola estaba larguísima, como es costumbre en ese sitio. Al principio, y por la reacción de la gente (una mezcla de sorpresa y disgusto), pensé que habían cerrado la caja en la que estaba haciendo la cola y que tendría que hacer una cola considerablemente más larga en una de las otras cajas abiertas. Estiré el cuello para ver que estaba pasando, y mi esposo me dijo "hmmm.... están atracando el supermercado". Pero me lo dijo con tal tranquilidad que instintivamente volteé porque pensé que estaba bromeando. Efectivamente, en mi caja había un muchacho inmenso vestido de motorizado (aquí los motorizados usan ropa muy específica, como si fueran a participar en una carrera en cualquier momento), con una capucha como los malhechores de las comiquitas, y una Beretta que blandía silenciosamente de un lado a otro. Instintivamente, mi esposo y yo retrocedimos tranquilamente y nos fuimos al fondo del supermercado. Algunas personas hicieron lo mismo, otras reaccionaron un poco más histéricamente y se fueron corriendo, y otras simplemente se quedaron ahí, estableciendo su indignada posición ante los hechos.

En cinco minutos ya el hombre había barrido con el efectivo de las cuatro cajas y con la misma rapidez y silencio con la que entró, se fue. El supermercado cerró las puertas para que no pasaran más clientes, pero a los que estábamos dentro nos permitieron pagar, lo cual hicimos con un poquito de pena ya que las pobres cajeras lloraban mientras le cobraban a la gente. Antes de que nos tocara a nosotros ya había llegado la policía y estaban tomándole declaraciones a la gente. De manera muy informal, debo aclarar.

Cuando llegamos a la casa nos conseguimos con uno de los vecinos, con quien comentamos los sucesos. Se mostró sumamente sorprendido, ya que ha vivido aquí toda su vida y es la primera vez que escucha que pase semejante barbaridad en su zona. Las exclamaciones de horror e indignación fueron abundantes, sobre todo porque aparentemente, todos en Italia conocen nuestra situación de inseguridad ("Oh! Venezuela! Pelicoroso! Dangerous!"). Y luego nos preguntó: "¿y pasaron mucho miedo?", a lo cual nosotros contestamos riéndonos: "que va, nosotros venimos de Venezuela!".

jueves, 31 de mayo de 2012

Lost in translation, o l'amore tradotto

Finalmente cedimos a la presión general y nos metimos en clases de italiano. Me hubiera gustado hacer esto antes de venir a vivir a Italia, pero los cursos de italiano en Caracas son extraordinariamente caros y además duran entre dos y tres años, y ante la falta de tiempo y recursos, recurrimos a los cursos caseros. Juiciosamente me compré un curso completo de Berlitz, niveles básico, intermedio y avanzado, el cual como buena niña empecé a estudiar meses antes de venirme para acá. Cuando llegó el momento de montarnos en el avión, yo me sentía medianamente preparada para enfrentarme al nuevo idioma, ya que podía entender, por ejemplo, las páginas web en italiano, buscar apartamento o pedir comida y pagar en un negocio.

Una vez acá, me di cuenta de que aunque podía entender lo que estaba pasando, en el momento de hablarle a alguien o pedir algo, mi douchebag brain me daba pantalla azul, y me quedaba viendo a mi interlocutor con cara de vaca atragantada, ya que a pesar de tener una noción de las palabras que debo utilizar, se me formaba un merengue entre el español, el inglés y el poco italiano que tenía registrado en los archivos. Aparentemente, si quiero pensar en otro idioma, automáticamente paso al inglés, y de ahí trato de saltar al italiano, pero el español se me atraviesa, ergo, ojos de vaca cagona. Por ejemplo: disculpe, en italiano, se dice "scusi". En inglés, "excuse me". En una ocasión, una chica me hizo una pregunta referente a una dirección. Casualmente conocía el lugar, así que orgullosamente le iba a contestar cuando ella me dijo algo que no entendí. Así que le dije "escuisi", mezcla originalísima de los tres idiomas. La chica me miró, se rió e hizo un gesto así como que "ni de vaina vas a saber lo que te estoy preguntando" y se fue. Me quedé con las ganas de demostrar mi recién adquirido conocimiento de la ciudad, y molestísima, porque desde que llegué, esa es la primera palabra que aprendí y la que más he usado.

El italiano es muy parecido al español. Esto es una ventaja notable en el momento de leerlo, ya que es tan parecido que prácticamente se puede leer corrido, y las palabras desconocidas se sacan por contexto. La pronunciación también es fácil de aprender. En el momento de escuchar a alguien hablarlo, depende totalmente del interlocutor. Por ejemplo: mi casero anterior era rumano, así que prácticamente no le entendía nada y la comunicación era, por decirlo bonito, tortuosa. Si es un italiano de Roma o del norte, se le entiende bastante bien, pero si es del sur, (digamos, napolitano), está hablando en otro idioma. Al grupo de los extranjeros y de los sureños hay que agregarle los ancianos: por alguna razón a ellos tampoco les entiendo ni papa.

Nos pasó más de una vez que por las dificultades lingüisticas terminábamos pasando mucho más trabajo del necesario, sobre todo en el tema del transporte. Más de una vez llegaba a la casa furiosa, y pasaba días pegada a la computadora estudiando rabiosamente, determinada a que "esto no me vuelve a pasar". Eventualmente, y viendo que el enfermo no mejoraba, decidí cambiar de técnica ya que mi maravilloso curso de Berlitz esté en inglés y aparentemente, eso no me ayudaba con el caso, y me bajé otro curso llamado Rosetta Stone, el cual está completamente en italiano y se basa en la asociación de palabras con imágenes. También le dediqué horas y horas a este método, que es muy conocido y de hecho, si se compra el programa original, carísimo. (Yo ho ho ho a pirate's life for me!). Eventualmente me dí cuenta de que entendía mucho mejor, pero aquello de poder hablar con alguien aún no sucedía. La cara de vaca cagona seguía apareciendo cada vez que necesitaba expresar algo medianamente complejo. Digamos: puedo pedir una pizza y una Coca Cola, puedo pedir pan salado y blando, comprar tickets o pedir e incluso explicar una dirección. Pero si tengo llamar al proveedor de internet y armarle un peo porque no han mandado al técnico y llevo dos semanas esperando, se podría decir que no soy tan exitosa.

Cuando llegamos a Roma buscamos cursos de italiano para extranjeros, que son muy comunes aquí ya que para obtener la nacionalidad debes presentar un examen del idioma. Los cursos son prácticamente gratis, y los dan en los colegios públicos. En donde vivíamos antes, el curso más cercano se encontraba a dos horas en autobús: irónicamente, aunque en el mapa estaba muy cerca de la casa, para llegar al sitio había que dar un vueltón enorme, ya que las rutas de los autobuses no se triangulan muy bien entre esos dos puntos. Cuando nos mudamos reiniciamos la búsqueda, y logramos ubicar un cursito cercano y la verdad, bastante cómodo. Nuestra profesora se llama María y es una mujer inmensa, tanto en persona como en corazón. Nos metió en un curso super intensivo ya que llegamos con ocho meses de retraso, así que nos dijo que fuéramos todos los días para ver si podíamos alcanzar a los otros. Los otros son una catajarra de bengaleses, (del Bangladesh), dos chinas, un africano (ghanés, y habla inglés pero es como si fuera extraterrestre) y un dominicano. Afortunadamente, los cursos caseros pagaron el esfuerzo y rápidamente no solo los alcanzamos, sino que ya los pasamos y más bien ayudamos a la teacher a explicarles a los muchachos. Y es que también el hecho de venir del español ayuda mucho: al menos nosotros no tuvimos que reaprender el alfabeto. Las pobres chinitas son las que pasan más trabajo: cada sílaba es agónica, y termino con la garganta seca cada vez que las ponen a decir algo. María, pacientemente, le grita cada vez que se equivoca. Es italianísima, María, grita por todo y en los momentos menos pensados, y al mismo tiempo, es puro amor y empatía. 

Lo bueno de los cursos es que me ha ayudado a entender por qué me equivoco tanto hablando. Las reglas del lenguaje van todas más o menos así: "se usa x para tal y tal caso", peeeeero "si estás nadando con un pez azul se dice diferente, y cuando vas en caída libre desde el Coliseo también cambia, y si te tropiezas y te caes cuando vas cayendo lo dices de esta otra manera"... los bengaleses se agarran la cabeza y gimen. Esto se conjuga de esta manera a menos que te hayas levantado después de las once de la mañana. Pero si lo escribes con un bolígrafo azul también cambia y le pones una doppia t delante del apóstrofe. Las chinas se ponen a textear en los celulares, que parecen una extensión de sus manos. El africano mira al cielo como rezando, y yo sigo preguntando: "pero por qué?????" buscando una explicación lógica. Más de una vez la respuesta es: "eeeeeh... porque sí!". Y fin del caso.

Supongo que eventualmente lograré mimetizarme con las reglas gramaticales y ortográficas del idioma. Ese día llamaré a mi proveedor de internet y le diré hasta de qué se va a morir.

viernes, 25 de mayo de 2012

Pizza sin Pepperoni

Mi primer pedazo de pizza italiana fue particularmente terrible para mi: en una pizzería rustica pedí un trozo de una pizza con lo que parecían champiñones gigantes y queso. Amante de los champiñones, pero ignorante de su variedad, pensaba que todos los champiñones eran iguales, y al llegar aquí descubrí que hay un montón de tipos de hongos, y que una de sus variedades es llamada hongo champiñón, y aparentemente, es el único que me gusta. Estos hongos que pedí en mi primera pizza en Italia eran (descubrí luego) funghi porcini, y su textura es gelatinosa: es como morder un pedazote de grasa fría. Aquí son un hit, pero yo no puedo con ellos. De más está decir que ese primer pedazo de pizza me lo comí quitándole los pedazotes de "grasa" y dándoselos a mi hermana, que felizmente se los devoraba porque ella no tiene problemas con la textura de las comidas, como yo. A esta terrible experiencia siguió un profundo aprendizaje pizzístico, porque esta es mi comida preferida, y como es posible venir a Italia y que no le guste a uno la pizza del lugar.

En Venezuela se come básicamente dos tipos de pizza: la que se hace en hornos de leña al estilo italiano, y la  americana, que es la que venden en locales como Pizza Hut o Domino's. Ambos tipos de pizza llevan bastante salsa de tomate, queso mozzarella, y una buena cantidad de adornos. A veces hasta extravagante. (De hecho, recuerdo que hay una pizza que se llama Extravaganza o algo así). Mi pizza favorita en Caracas lleva su base de salsa de tomate y queso, con pepperoni, cebolla, champiñones y algún extra como jamón o maíz. Me gusta la masa normal, que es más bien gordita, no me gusta la extra-gruesa porque es como comer solo pan, y la extra-delgada tampoco, porque entre la salsa y el montón de cosas se hace imposible de comer con las manos. 

En las pizzerías italianas en Caracas, la pizza es muy delgada, y también lleva múltiples ingredientes sobre una masa particularmente delgada, con salsa y queso. Esa pizza es cocinada con horno de leña y usualmente hay que comérsela con cubiertos. 

Cuando uno viene a Italia llega con todo tipo de recomendaciones pizzísticas. Finalmente, aunque no se ha determinado quien la inventó, ciertamente fueron los italianos quienes la perfeccionaron, así que las expectativas con las que llegamos a Roma a comer pizza eran muy altas. La impresión inicial en mis primeros días fue un poco de sorpresa y de desilusión: la pizza aquí no tiene nada que ver con lo que yo estaba acostumbrada. Olvídense de una pizza repleta de adornos, con mucha salsa y queso. Eso aquí no existe. Y lo que orgullosamente llamamos "pepperooonnnni", aquí no existe, y una pizza con peperoni es una pizza con pimentón. Que por cierto, aquí es dulzón. Y el equivalente al peperoni es un salami picantoso, que se parece pero no es igual, pero las rodajitas rojas como tal, nadie sabe como se llaman o a qué demonios me estoy refiriendo. Así que es muy fácil quedarse lost in translation, con la fortuna de que aunque te equivoques ordenando, la comida va a ser buena, a menos que tenga unos pedazos inmensos de grasa fría que se hacen llamar a sí mismos "hongos".

Los romanos (no hablo por el resto de Italia porque sé que es diferente en cada región) tienen un ángulo bastante práctico con respecto a la pizza. Desayunan, almuerzan y cenan pizza. La comen en el metro, caminando, en sus casas, en frente de la computadora. Hay más de una pizzería por cuadra. Es abundante y barata, y puede resolver cualquier apuro. Hay tantas pizzerías aquí que es hasta un poquito cliché.


Además, hay varios estilos básicos de pizzería: está la pizza al taglio o pizza rustica, (que significa al corte), que viene en bandejas cuadradas y se vende por peso: uno le indica al vendedor más o menos cuanto quiere comer, y ellos cortan, pesan y entregan. De la misma forma se vende la pizza alla palla, con la diferencia de que esta pizza se cocina en una bandeja larga y se saca con largas palas de madera. También la cortan con una tijera y te la entregan envuelta en una servilleta. El pan es gordito y suave, y es casi imposible conseguir una pizza que tenga salsa y queso simultáneamente. Las combinaciones más comunes son: chorizo y queso, salsa y orégano, tomates cherry con albahaca y pedazos de mozzarella, jamón y queso, camaroncitos con rúgula, salchichon picante, queso y papas, y distintos tipos de hongos combinados con queso o con prosciutto. Nótese que en ningún caso dije "salsa y queso y..." Son buenísimas todas y conforman el tente-en-pie perfecto para cualquier momento. Cuando se pide para "portare via", o para llevar, te pican tu cuadrado por la mitad y lo cierran como un sandwich, llegando al extremo de la practicidad pizzística.

El otro estilo de pizza es el que se come sentado en un restaurante, o que se pide en el mismo restaurante para llevar. Aunque el estilo callejero me encanta, reconozco que este es mi preferido. Estas pizzas son más parecidas a las que conocemos en Caracas, ya que son hechas con un pan bien delgadito y crujiente en los bordes. Por lo general, en cualquier restaurante al que uno vaya, conseguirá más o menos el mismo menú: margarita, con queso y salsa, napolitana, (salsa, queso y anchoas), cuatro quesos, caprichosa (salsa, queso, aceitunas, huevo y alcachofas, a quien se le ocurre!), diavola (salsa, queso y salami picante), marinara (salsa, ajo y orégano), y algunas combinaciones con berenjena y hongos. Aquí la berenjena da hasta para postres y es muy común encontrarla en todos los platos.

Las pizzas además suelen ser individuales, por lo que los amantes de las anchoas como yo no nos tenemos que reprimir ante el disgusto general por el pobre pescadito. Curiosamente, la pizza con anchoas en Roma se llama "napolitana", mientras que en Nápoles se le llama "romana".

Los espero para darles el tour de la pizza romana  ;)

miércoles, 9 de mayo de 2012

Receta de Pan de Jamón con Queso Crema

Esta receta es de mi creación. Fue un experimento con ingredientes sobrantes que quedó tan bueno que decidí compartirla. Por esta razón uso la masa del cachito de jamón que es dulzona, en lugar de la del pan de jamón, que no lo es.

Masa:

Ingredientes:
3 huevos (uno para pintar)
1 cucharadita de sal
½ taza de azúcar
½ taza de aceite vegetal (o de mantequilla derretida no muy caliente, el aceite es más fácil)
3/4 taza de leche
5 tazas de harina para todo uso (más un poquito extra para amasar)
1 cucharada de levadura en polvo o fresca (depende de la cantidad de harina que vaya a usar)

1. Active la levadura: coloque la levadura (fresca o en polvo) en un poquito de agua caliente con una cucharadita de azúcar hasta que le salga espuma. Esto tarda para la seca unos 10 minutos. Yo lo hice con fresca y no vi ninguna diferencia.

2. Bata los dos huevos en un recipiente grande. Agregue la leche, el azúcar, la sal, el aceite y la levadura y mezcle bien.

3. Agregue el harina taza por taza y siga revolviendo hasta que no queden grumos. Preste atención a las primeras tazas especialmente. 

4. En una mesa enharinada, amase con ganas durante diez minutos hasta que la masa no se le pegue a los dedos. Si hace falta agregue más harina, cuidando de no secarla demasiado. Si la masa queda muy seca, puede humedecerla con un poco de leche.

5. La masa debe quedar suave y esponjosa. Colóquela en el recipiente grande. Tape con un trapo húmedo y guarde en un sitio tibio durante dos horas (no en la nevera). La masa duplicará su tamaño.

6. Vuelva a enharinar la mesa y sáquele el aire a la masa con la punta de los dedos. Divida en tres o cuatro partes iguales y trabaje cada porción a la vez. Si desea guardar algo, envuelva con plástico y guarde en el congelador.

Con eso saldrían 3 o 4 panes de jamón (grandes o medianos).

Relleno:

- Entre 400-500 grs de jamón cocido en lonjas. (En Europa el jamón normalmente viene seco, si se usa el que viene con agua queda mejor)
- 1 taza de pasitas (o más, dependiendo del gusto de cada quien)
- 1/2 taza de aceitunas rellenas con pimentón picadas en rueditas
- 220 grs de queso crema (esto también es al gusto, sin embargo si se le echa demasiado puede quedar pastoso)

Montaje de los panes:

1. Sobre una mesa enharinada, se extiende una parte de la masa y se amasa con un rodillo hasta un espesor de aproximadamente 5 mm. Si le gusta el pan de jamón con más masa, déjela más gruesa. Con un corta-pizzas o con un cuchillo bien afilado, corte los bordes de la masa para hacer un cuadrado.

2. Con un dedo mágico, extienda el queso crema en una capa delgada, de 2 o 3 mm de espesor, dejando un espacio en el borde de unos 3 cm. Este espacio es importante porque es lo que le va a permitir cerrarlo al final.

3. Coloque las lonjas de jamón sobre el pan y rocíe las aceitunas y las pasitas al gusto.

4. Tome la masa de un extremo y enróllela sobre si misma como un brazo gitano. Los extremos se cierran apretando la masa y enrollando hacia adentro, o apretándola, como más le guste. Con la masa que sobra puede hacer pequeñas decoraciones, incluso puede agregar estrellitas, círculos, corazones hechos con un cortagalletas. Si decide decorarlo, tome en cuenta que esas decoraciones pueden hasta triplicar su tamaño, así que es mejor hacerlas bien delgaditas.

5. Bata un huevo con un poquito de leche y una cucharadita de azúcar en un recipiente pequeño. Con una brocha o con los dedos, cubra bien el pan con esta mezcla. Deje reposar por dos horas en un sitio tibio y preferiblemente cubierto con un trapo húmedo.

6. Una vez transcurridas las dos horas, vuelva a cubrir con al mezcla de leche y huevo, y coloque en el horno por 30-40 min precalentado a 200°C. De todas formas, como todos los hornos son distintos, esté pendiente de la superficie del pan: cuando esté bien doradita, seguramente el pan ya está listo.

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* Fotos cortesía de internet :)

viernes, 4 de mayo de 2012

Me iría demasiado (Odio Viral, Parte II)

Esta mañana me empezaron a llegar a mi FB una serie de comentarios acerca de un video llamado "Caracas Ciudad de Despedidas". Según entiendo, más no lo he podido comprobar, se trata de un video realizado por unos estudiantes para una entrega de comunicación social o periodismo o alguna carrera similar.

Después de leer un montón de comentarios insultando a los muchachos, y llamándolos de las peores formas posibles, sucumbí a mi malsana curiosidad y terminé viéndolo.  El video dura 17 minutos y es francamente insoportable.

Son unos chamos hablando de como cada vez más sus amigos y familiares se van del país. Algunos están a favor, otros no tanto, unos se van, otros no. Hay algunas personas a las que la cámara los ama, y en el caso de estos chicos, a casi ninguno los favorece. No es que sean antipáticos, porque la verdad no creo que lo sean, pero creo que la forma como se editó los presenta, diciéndolo suavemente, como unos odiosos. Los caraqueños del este mandibuleamos todos, pero cuando uno lo ve desde afuera, choca más que cuando estás adentro.

Sin embargo, y como suele suceder con las iniciativas principiantes, tanto el video como sus participantes han sido inmolados en el fuego del cyber-hate. Los llaman sifrinitos, cotufas, mentepollos, les dicen que son unas mierdas, que no representan el sentir venezolano, que no son para nada reflejo del pensamiento nacional, que son unos pendejos, y algunos llegan más allá, diciéndoles que se vayan del país y que no vuelvan jamás. Ya tienen su propio trend en Twitter, ya están en el meme generator, e incluso salieron reseñados en La Patilla en un artículo obviamente diseñado para incitar más comentarios odiosos. La gente está subiendo el video en Youtube para poder burlarse de ellos, y para poder ensañarse más y más.

Sin embargo, yo difiero con la mayoría de las opiniones que he leído hasta ahora. Yo pienso que ellos tienen derecho a opinar lo que les dé la gana, así sea mandibuleado y mal redactado. ¿O es que acaso ya en Venezuela estamos tan acostumbrados a la mordaza en la boca que nos escandaliza una opinión distinta a la propia? Se ha formado una especie de dictadura opositora donde, al igual que los chavistas, todos repiten al unísono lo que les mandan a decir los "líderes opositores". Al que se salga un poquito de la línea, los demás le caen a peinillazos. En nuestro caso, ni siquiera hace falta una autoridad macabra que nos venga a pegar: nosotros mismos nos damos. La oposición está claramente en contra de la inmigración: la orden es de que nadie se vaya, todos se tienen que marchitar hasta que ellos logren afinar la fórmula mágica que va a acabar con los problemas. De hecho, recuerdo claramente una propaganda de Globovisión donde las principales personalidades del canal cantaban una canción en la que llamaban traidores y apátridas a los que decidían "abandonar el barco, como las ratas en un naufragio". Cuando terminó esa propaganda, borré a Globovisión de mi lista de canales y no lo volví a agregar jamás. Irónicamente, sé que los hermanos, padres e hijos de muchos de los cantantes escogidos para el evento ya se fueron del país.

Yo entiendo que el tema de la emigración se ha vuelto un concepto muy delicado para todos los venezolanos. Creo que en este momento, casi todos tenemos al menos un amigo, o familiar o conocido, que se fue. Y en algunos casos, muchos. También estoy clarísima que emigrar no es para todo el mundo. Para mí ha sido difícil, y yo era una convencida del tema. Me imagino que si uno se va teniendo leves dudas, será el doble de duro, y si tienes fuertes dudas, pues será infinitamente duro. También creo que cuando la gente tiene esas reacciones tan fuertes y tan severas, es porque de alguna manera le están metiendo el dedo en la llaga. Algunos porque no logran reunir el valor para tomar la decisión, otros porque están amarrados por terceras personas, otros porque les da ladilla... quien sabe. O tal vez es porque simplemente son de izquierda y no creen en la libertad del individuo de hacer lo que les parezca mejor con su limitado spam de vida. Cada quien hace de su culo un florero y busca quien se lo adorne, como pinta El Bosco. Y si estos chamos decidieron que en su tarea de la universidad iban a hablar de un tema que los atormenta, ellos también son venezolanos, y también forman parte del país, y también tienen derecho de decir lo que les venga en gana. Aparentemente, ya la Misión Jabón logró convencer a todo el mundo de que en Venezuela solo importa ese pueblo que está muerto de hambre y que no puede satisfacer las necesidades elementales, así que ahora la misma mal llamada oposición se encarga de auto-marginarse y termina haciendo lo mismo. Los sifrinos criticando a los sifrinos por serlo, qué irónico. La dictadura opositora es tan severa que ya nadie puede hablar en voz alta de los problemas del país sin recibir una lluvia de insultos por parte de sus "compatriotas". Hay que callarse, entonces, para poder pertenecer. De Venezuela solo se pueden decir cosas bonitas y cursis, como que hay arepas ricas, playitas incomparables y niñas bonitas. Hay que ponerse una venda en los ojos y Vic Vaporub en la nariz para no percibir el desastre escatológico que se desmorona a nuestro alrededor.

Entonces, para encajar en esta nueva clase media, todos tenemos quedarnos tranquilitos en casa, esperar las órdenes del magno líder supremo (el nuestro, no el de ellos), y estar atentos a cualquier movimiento en falso de alguien en nuestras redes sociales para atacarlo sin piedad.

Los chilliditos de cochino en Facebook o en Twitter ni te hacen más útil, ni te hacen más patriótico, ni te hacen más venezolano. Y como dice mi esposo, es tan hipócrita el que se queda y habla bien del país, como el que se va y hace lo mismo. 

Al menos estos chicos hicieron algo, y eso es más de lo que puedo decir de la mayoría de sus detractores. Fue su primer intento y seguramente están sorprendidos con el resultado, pero probablemente ellos, a diferencia del resto, aprendieron algo de la experiencia y para la próxima, lo harán mejor.


jueves, 26 de abril de 2012

Ciak! El cine en Roma

Caracas es una ciudad que se distingue por su deliciosa gastronomía. Siendo (antes) un hub de negocios para latinoamérica, la variedad de delicias culinarias que se puede conseguir es sorprendente. Comida china, italiana, árabe, cantonesa, vietnamita, peruana, japonesa, tex-mex, española, venezolana... desde la más sencilla hasta la más estrambótica, fusiones y recreaciones: en Caracas se come muy bien. Hay excelentes restaurantes que tienen precios desde el más solidario hasta el más digno de la realeza francesa renacentista. Pero lamentablemente, aparte de salir a un restaurante a comer (cosa que gracias a la eterna crisis, cada día se vuelve más difícil), no hay muchas opciones para divertirse. Son tres, básicamente: ir a una discoteca, reunirse en casa de alguien, o ir al cine. Yo dejé mi época discotequera en la universidad: creo que quemé mi fiebre de hacer cola en la puerta de un local hace años. Lo de reunirse en casa de alguien lo hicimos tanto que eventualmente y por el bien de nuestros hígados, comenzamos a intercalar noches de juegos con las noches de ron, llegando incluso a desarrollar juegos propios, como Calimocho Reloaded y Torta en la Cara. 

Es evidente, por lo tanto, que también íbamos mucho al cine. Íbamos tanto que a veces simplemente ya habíamos visto todas las películas en cartelera y teníamos que esperar hasta que estrenaran algo. Adicionalmente, tanto a mi como a mi esposo nos encanta ir al cine. Todo el tema de escoger la película, la combinación de cotufas con refresco y chocolate, salir corriendo al baño en mitad de la película en un punto cuidadosamente escogido para no perderse nada, y preguntar luego bajito "¿qué pasó?", simplemente nos apasiona. Afortunadamente, en Caracas los cines son excelentes. Tenemos dos empresas que se apoderaron de todas las salas de cine del país (quien dijo que los oligopolios son malos), y las unificaron bajo estándares similares, lo cual dio como resultado que todas las salas son bastante parecidas, y en general, bastante buenas. 

En Venezuela las películas, históricamente, han sido proyectadas en su idioma original, con excepción de las películas para niños. Como debe ser, en verdad, porque no es lo mismo Lucas Caminacielos que Luke Skywalker. La calidad de audio suele ser excelente, lo que no se puede decir de la calidad de video, ya que para ahorrar en costos de proyección, esperan a que la película ruede por varios países y luego agarran los rollos ya julepeados y los proyectan, dando como resultado que la imagen se vea rayada y un poco borrosa. 

Cuando decidimos mudarnos a Europa, una vocecita interior nos decía que probablemente el cine iba a ser una de las cosas que tendríamos que sacrificar. Ya nos habían advertido del tema. Además investigamos, sin obtener resultados alentadores. Efectivamente, en Roma no hay muchas salas de cine, las que hay son francamente pequeñas (a olvidarse de una pantallota), y todas las películas son traducidas al italiano. Además, las chucherías que venden son caras a nivel de aeropuerto internacional, y son pichirrísimos con las cotufas (aunque tengo que reconocer que por alguna razón, las cotufas son gordas y rechonchas). No solo eso: la primera vez que fuimos al cine en Roma, a la mitad de la película inexplicablemente prendieron las luces y detuvieron el video, lo que pareció sorprender a todo el mundo al igual que a nosotros. Un minuto después entro un chico vendiendo heladitos y papitas, y a los cinco minutos, reanudaron la proyección sin más comentarios. Resulta que aquí hacen "intermezzo", aunque solo sirve para comprar papitas carísimas al mesonero, ya que no da chance ni de ir al baño ni de fumar. En uno de los intermezzos, habiendo detenido la película en un momento importantísimo, alguien gritó: "Welcome to Italy!!!", y todo el mundo se rió.

No es que no las entienda, porque sí las entiendo. (Lo curioso del italiano es que aunque entiendo todo, soy incapaz de hablarlo. Pero eso es otro post.) Es que las odio. He ido varias veces al cine, y francamente, no es lo mismo. Una de las películas que vi fue Twilight. Vamos: es muy difícil odiar a Bella con la intensidad que se merece cuando habla como una persona normal, y no como la semi-autista de las películas anteriores. Y hay ciertos casos en los que simplemente, ni vale la pena. (Cualquier película de Woody Allen, por ejemplo). Hay algunos cines que algunas veces proyectan en idioma original, pero por lo general son temas bohemios o films franceses o rusos que a quien le importan. Conozco una página web donde veo cuales son los cines indicados, pero rara vez ponen algo medianamente interesante. Son dos o tres películas semanales, si acaso. 

Sin embargo, esta vez los dioses del cine italiano decidieron hacer una excepción y por un día, proyectaron Los Avengers en inglés. Eso sí: el cine quedaba a dos horas de la casa, y tuvimos que ir a función de cinco para llegar a tiempo y poder regresar a una hora razonable. Esta misma película fue estrenada con bombos y platillos en la Piazza República, evento al que tuve el placer de ir. Siempre había querido ir al estreno de una película, y ver a las estrellas titilar debajo de los flashes, pero eso (que yo sepa) nunca se ha hecho en mi ciudad. Esta vez pude ir a darme codazos con un montón de italianas y españolas igual de locas que yo, que casi nos sacamos la cabeza unas a las otras tratando de tomarle una foto a Thor, mientras los caballeros observaban sobriamente la escena desde atrás. Fue divertidísimo, y aunque parece tomada por un sniper desde otro edificio, estoy orgullosísima de mi foto. Incluso tuve un "incidente" con el guardaespaldas de Scarlett Johansson. Finalmente, puedo tachar eso de mi bucket list.