miércoles, 29 de febrero de 2012

Dedos fríos

Una persona que solo ha vivido en Caracas, cuando lee acerca de los embates del clima en otros países, simplemente no los entiende. Claro, uno se da cuenta de que antes no los entendía cuando por fin entiende. En una ciudad donde las temperaturas máximas oscilan entre 16 y 35°C, siendo la más común alrededor de 28 (diría yo), es común quejarse del calor, los zancudos y las constantes lluvias. Si me preguntan, yo siento que en Caracas la época de lluvia, calor y zancudos dura once meses, la de frío, lluvia y zancudos un mes. No me gusta el calor: en general, prefiero tener frío que calor. Prefiero arroparme que sudar, y prefiero vestirme que desvestirme. Y a los zancudos, los odio.

Sin embargo, habiendo llegado a un país de cuatro estaciones marcadas, me empiezo a dar cuenta de ciertas cosas que antes simplemente no sabía que existían. Europa me recibe además con un invierno que rompe record con las bajas temperaturas, y Roma me regaló una semana de nieve, cosa que es bastante extraordinaria, ya que aquí usualmente no nieva.

El problema del invierno, o más bien, del frío del invierno, se encuentra en los pequeños detalles.

Todo lo que uno toca está frío. Los muebles, los vasos, el teclado, el mouse. Tengo las manos frías desde diciembre, y tardan horas en calentarse. Pero enfriarse les toma unos minutos. Si me distraigo mucho tiempo trabajando en la computadora, aún con la calefacción prendida y abrigada como si estuviera en el Polo Norte, las manos igual se me congelan, y en ocasiones he tenido que parar porque un dedo se pone en huelga y se queda tieso. Lo mismo con los pies: hasta cuatro pares de media y mis pantuflas de Mario Bros, y nada. Nos compramos dos batamantas (http://bit.ly/zJz55T), a ver si ayudan con el caso, y confieso que... si... ayudan un poco. La piel se reseca, los labios se parten, hay que andar para todos lados con cremitas humectantes y chapstick, o enfrentar el riesgo de quebrarse como una culebra cambiando piel. 

Salir a la calle, así sea a comprar pan, es ir a una fiesta. Cuatro capas de ropa, sombrerito, guantes, botas, bufanda. Sin embargo, una vez en la calle, el movimiento hace que uno se caliente un poco, y nuestros largos paseos (amamos tanto la ciudad que en una noche podemos caminar 8 kilómetros simplemente viendo y conversando), hacen que se nos olvide el frío. Por nosotros, caminaríamos día y noche por todos lados. 

Cuando creíamos que ya hacía bastante frío, y que ya era como que suficiente, salió en las noticias que venía una onda helada proveniente de Siberia. Que era probable que nevara. Que la ciudadanía debía tomar las precauciones del caso. Unos días después, comenzó a soplar un viento muy fuerte, luego a llover incesantemente, y una noche, la lluvia se transformó en grandes trozos de escarcha (porque no se ve como los hermosos flakes que siempre nos muestran asociados con la navidad), que en pocas horas tapizaron las calles, árboles y carros de blanco. Es lindísimo y reconfortante, la verdad: al menos uno siente que todo ese frío sirve para algo. Cuando dejó de nevar y salió el sol, salimos a jugar con la nieve, a tomar fotos y a respirar aire fresco.

Varios días después, a pesar de que no nevó más, la nieve siguió ahí. Terca. Enfriando todo. Las calles en el día están todo el tiempo cubiertas de agua, encharcadas, y las aceras tienen la nieve tan compactada que se vuelve hielo y es muy fácil pegarse una caída monumental. En las noches, la capita de agua que corre por la calle se congela y se convierte en hielo, en el cual también el tortazo está escrito. Caminar por la calle ya no es tan agradable, porque constantemente caen pelotas de escarcha de los árboles, o simplemente gotean. Es como salir apenas acaba de terminar un palo de agua. Cuando finalmente la nieve comenzó a ceder, y la gente logró romper los bloques de hielo con punzones, volvió a nevar.

Sin embargo, y a favor del frío, desde que llegué a Roma solo he visto un zancudo. Medía más o menos tres centímetros de largo (y no estoy exagerando, tengo pruebas), y la idea de que semejante animal me tratara de chupar sangre me aterraba, así que me delicadamente, me quité mi pantufla de honguito y lo aplasté estrepitosamente contra la pared. El desastre que tuve que limpiar no fue normal.

La semana pasada se derritieron las últimas montañas de nieve sucia que quedaban por ahí. La temperatura oscila alrededor de 16°C en el día y 8°C en la noche. Después del último mes, prácticamente siento que me puedo ir a la playa.

Supongo que es verdad lo que dicen, y que el cuerpo se acostumbra a todo. Espero que sea lo mismo con el verano infernal que me tienen prometido.

viernes, 10 de febrero de 2012

Fútbol - o Milán III Parte

"Ganar no es lo importante siempre y cuando ganes".
Vinnie Jones.

En Italia, el tema del fútbol es delicado. Uno no puede andar vociferando a favor de su equipo o en contra de los otros sin estar preparado para la posibilidad de algún tipo de respuesta.

La noche que llegamos a Roma se jugó un partido importante para el equipo local. Estábamos mi esposo, mi hermana y su novio, y yo, después de 35 horas de viaje (Australia como que quedaba más cerca, después de todo), exhaustos, adormilados y muertos de hambre. El amable encargado del edificio nos llevó a un pequeño restaurante que queda a una cuadra de la casa, donde instruyó al dueño, un señor gordo y alto con un bigotito italianísimo, que nos sirviera pasta a todos y nos mandara a dormir. Dicho y hecho, el señor nos llevó a la parte de atrás del local, donde habían dos mesas ocupadas, todos hombres, que bebían cerveza y miraban el juego. Nos sirvieron cervezas y pasta, y felices, empezamos a comer y a echar una miradita de vez en cuando al televisor. No habían pasado diez minutos antes de que se evidenciara que una de las mesas le iba a un equipo, y la otra al rival. Había un señor, gordo y malhumorado, que le gritaba incesantemente al televisor, sobre todo cuando la Roma perdía un pase. En la otra mesa había otro señor, flaco y también malhumorado, que hacía lo mismo con su equipo. Antes de que terminara el juego, estos dos estaban de pie, habiendo olvidado por completo el juego, dándose barrigazos y señalando hacia afuera. Nosotros estábamos felices y deleitados por la demostración, porque la situación no podía ser más estereotípica. Eventualmente, el dueño del negocio, que era más grande que los otros dos juntos, se les acercó y les echó una mirada significativa con un gesto hacia nosotros, como diciendo "están poniendo la cómica frente a los turistas". Yo le quería decir que no éramos turistas y que siguieran, pero decidí quedarme quieta, como Julieta, porsia.

Como ya saben, el regalo de navidad para mi esposo fue ver un juego de fútbol de su equipo en su estadio. El Inter, uno de los dos equipos de Milano, en el Giuseppe Meazza, en contra del Lazio, uno de los dos equipos de Roma. Estas entradas las compré con bastante anticipación, ya que me han dicho que se agotan muy rápido, en una página web italiana que se dedica al tema. La diferencia de precios entre una sección y otra del estadio era bastante significativa y la oferta no era muy amplia, por lo que opté por asientos en uno de los laterales, en la primera fila de la última sección. En la página web me indicaron que las entradas estaban reservadas, pero que los tickets se emiten solo a una o dos semanas antes del partido, y recibí varios correos donde me decían, tranquilizadoramente, que mis entradas estaban ahí, y que las recibiría con seguridad con tiempo suficiente para ver el juego. Cosa que obviamente me mantuvo en vilo hasta que llegaron, ya que estoy acostumbrada al sistema venezolano donde no importa lo que te digan, igual no van a cumplir. Unos diez días antes del juego, recibí una llamada de los organizadores, (no sé si del evento o de la página web). Era un hombre muy amable, que me preguntó si nosotros eramos romanos. Sin entender muy bien lo que quería decir, le contesté que vivíamos en Roma. El insistió en la pregunta, y yo seguí sin entender, hasta que me dijo: "es que para la gente que vive en Roma hay ciertas restricciones para este juego". Le pregunté cuales, y me dijo "no pueden verlo". Inmediatamente le dije que ambos somos venezolanos, turistas, que queremos ver un juego de fútbol, y que en nuestros pasaportes dice que somos de Venezuela, cosa que lo tranquilizó y me dijo: "Ok, entonces no hay problema. Ya estoy imprimiendo tus entradas y las recibirás en dos o tres días". Mi esposo me explicó luego que a los tiffossi, que son los hinchas radicales de los equipos, los ponen en un sector especial, que es la portería opuesta a la de los hinchas del equipo local, para evitar cualquier tipo de interacción entre ambos bandos, y si uno es local del equipo contrario tiene que sentarse en esa sección. El resto de la gente se sienta tranquilamente en los laterales y entran y salen del estadio sin problemas.

El Giuseppe Meazza, o San Siro, dependiendo de quien vaya a jugar porque es sede tanto del Inter como del Milan, es una estructura impresionante. Fue construido en 1925, y en los ochentas fue ampliado. En la ampliación se agregaron 11 torres de concreto que sirven como acceso para el público, unos espirales gigantescos que puedes pasar unos buenos diez minutos subiendo, y también como soporte para el techo y las gradas adicionales que le colocaron. Le caben 81.000 personas, sin embargo, yo calculo que estaba a media capacidad, lo cual sigue siendo un número formidable. Alrededor se instalan cientos de puestos de venta de comida, café, cervezas y accesorios de los equipos participantes en el evento específico. Se veían cosas de otros equipos, pero en general el nero-azzurro era lo que predominaba. A medida que se acercaba la hora de entrar, la gente se iba animando y se iban formando grupos que cantaban o agitaban banderas. Darle la vuelta al estadio es un paseo interminable.

Finalmente, abrieron la puerta. Nosotros cargábamos la mochila viajera encima, y los amables vigilantes nos dieron la opción de dejarle la mochilita a las señoras que venden el café afuera, o de que botáramos las posibles armas blancas que constituían un par de desodorantes casi sin nada, y un pote de acondicionador casi vacío. Agotados de los eventos del día, botamos los potes y seguimos, a pesar de la insistencia de que las señoras "nos cuidaban los desodorantes". Dada nuestras experiencias previas en eventos grandes en Caracas, nos pareció que sacar a ese gentío del estadio podía ser un caos y que probablemente no encontraríamos el puesto donde habíamos dejado las cosas. Además, con el frío y las ganas de ir al baño que este genera, ya no estábamos pensando muy claro. Entramos al estadio y por dentro es todo lo que promete por fuera. Inmenso, hermoso, puro fútbol. Rápidamente ubicamos nuestros asientos, que fueron igual de incómodos que los de cualquier estadio, y nos sentamos a esperar. 

Al rato, salieron los jugadores a calentar, pusieron cositas en el piso y jugaron alrededor de las cositas, dieron brinquitos, trotaron, patearon, atajaron. Luego entraron todos, salieron y se tomaron su fotazo los dos equipos, se desearon suerte, himnos de los equipos, presentación de los jugadores.

La presentación del juego fue divertida. Cuando presentaron los jugadores del Lazio, simplemente decían el nombre: "Miroslav Klose", por ejemplo. La lista se leyó completa en segundos sin más aspavientos. Cuando leyeron la del Inter, el comentarista decía el nombre y el público contestaba gritando el apellido. Caso especial, Diego Milito, quien es el ídolo de su fanaticada y cuando lo mencionaban, los gritos salían del corazón.

Los tiffossi del Inter estaban a nuestra izquierda, y era la grada más llena de todas. Los de Lazio a la derecha, y la verdad no había mucha gente, sin embargo, los que estaban hicieron su mejor esfuerzo por animar a su equipo. Una cosa que me pareció curiosa es que cuando los hinchas del Lazio cantaban, los del Inter, con todo y que eran muchos más y fácilmente podían apagarlos, esperaban hasta el final de la canción para comenzar a cantar ellos. 

El primer gol no lo vi. Estaba ocupada ajustando la cámara, y me enteré del gol solo porque mi esposo dijo, bajito: "gol". Lo miré incrédula, sobre todo por el silencio espectral que cubrió el lugar. Ni siquiera los fans de Lazio celebraron. Como el partido era en vivo no tuve repetición. Eso ocurrió con los dos goles. En cambio, cuando el Inter anotó, y lo hicieron tres veces, la gente empezó a gritar cuando el balón aún estaba en medio campo. Los goles y pases de Milito fueron los más celebrados, y el comentarista, que solo hablaba cuando hacían goles, gritaba tres veces "DIEGO" y la gente contestaba, deleitada: "MILIIITOOOOOO!". Mención especial tienen los seis caballeros, fanáticos del Inter hasta la médula, que estaban detrás de nosotros, que criticaron a todos los jugadores con aguerrida intensidad, los insultaron floridamente cada vez que perdieron la pelota, sufrieron varios niveles de pre-infarto cuando les metieron gol, y aplaudieron con ojos llorosos cuando lo metieron ellos. Solo un fanático del fútbol italiano puede estar extremadamente contento y arrecho al mismo tiempo. Aunque pensándolo mejor, tal vez los argentinos se les igualen, como demostró el Tano Pasmán.

Finalmente, el juego llegó a su fin, y la gente comenzó a salir. Nosotros nos retrasamos pues fuimos al baño, nuevamente el frío haciendo de las suyas, a pesar de no haber bebido nada durante el juego. De hecho, nadie lo hizo. La gente no estaba ni bebiendo ni comiendo: fueron a ver fútbol, y eso fue lo que hicieron. Cuando salimos del baño, el cual para mi sorpresa estaba totalmente vacío, solo quedaban en el estadio los tiffossi del Inter, los de la Lazio, y nosotros. Comenzamos a salir por uno de los espirales, contentos y relajados, comentando los eventos del juego. Cuando íbamos por la segunda vuelta, nos dimos cuenta de que justo por el espiral frente a nosotros estaban sacando a los fans del Inter. Venían cantando himnos y gritando, y estaban escoltados por unos 30 policías gigantescos y muy serios, y cada vez que coincidíamos en las vueltas sentía la mirada de cientos de personas. Por instinto, apuramos el paso. Cuando finalmente llegamos a tierra, nos encontramos con un camino bien específico creado por otros tantos policías anti-motin, que nos miraron alarmados, y rápidamente nos empujaron fuera del estadio, supongo que para evitar cualquier cruce con el otro bando, aún cuando nosotros teníamos bufandas y ropa del equipo. Los fans del Lazio los sacan al final, cuando ya no queda nadie cerca, también escoltados.

El estadio se vació en menos de quince minutos. La mayoría de la gente se dispersó por las calles laterales, pues muchos habían dejado los carros estacionados cerca. Los que se decidieron por el estacionamiento sufrieron lo mismo que se sufre al salir del poliedro: una cola fenomenal. Para los que iban al metro habían unos treinta autobuses que partían a medida que se iban llenando.

La experiencia fue estupenda. Ver un juego de fútbol en vivo fue como siempre nos lo habíamos imaginado, y no puedo esperar a que sea primavera y haga menos frío para repetirlo.

viernes, 3 de febrero de 2012

Pantaletitas Milanesas, o El Incidente Bizarro

A las doce de la noche, más o menos, estábamos en Milán ante la perspectiva de esperar hasta las siete de la mañana que saliera nuestro tren. Veníamos en el metro junto con un montón de gente que también venía saliendo del partido y algunos turistas rezagados. El metro en el que nos montamos era curiosísimo: era completamente rosado y blanco, y las sillas, aunque de plástico, parecían sacadas de una casita de Barbie. Nos bajamos del metro frente a la estación central, con la sensación de estar en un sueño. Al salir a la calle, el cambio de temperatura nos agarró por sorpresa, como de costumbre, y el cansancio, el frío, y el metro de Bubblelicious acentuaron la impresión de irrealidad. Decidimos buscar un café o algún bar que estuviese abierto un domingo a semejante hora, y conseguimos tres: McDonalds, una pizzería con luces estrodoscópicas y dueño árabe-milanés, y un bar barroco. Nos decidimos por el bar, ya que McDonalds cerraba a la 1 y la pizzería era carísima. El local era ya de por sí extraño: la decoración era recargada, una combinación de negro, blanco y morado, lámparas antiguas por todos lados, un arreglo de frutas gigantesco en el fondo, y como cinco mesoneros paquistaníes con cara de odio. Solo habían cuatro personas dentro del bar, y estaban sentados en una de las tres mesas que había dentro. Cuando entramos, nos saludaron a gritos y nos preguntaron como había quedado el juego. Les respondimos riéndonos y nos sentamos. Ordenamos café y paninos, y nos dispusimos a tratar de estirar el tiempo lo más posible. 

El otro grupo estaba compuesto por dos parejas más o menos maduritas, calculo que estarían en sus cuarenta y algo. Sin embargo, todos eran hermosos al mejor estilo de Jersey Shore. Eran dos hombres y dos mujeres. Todos estaban al borde de la ebriedad y gritaban y bebían champagne como si fuera agua. Pronto entendimos que el más escandaloso era el dueño del local: un tipo super atractivo, una especie de Cristiano Ronaldo italiano, con un acentuado bronceado que lo tenía casi totalmente anaranjado, ojos azules y cabello largo. Su acompañante era una chica rubia, brincona, que se contoneaba y le mostraba el escote cada vez que podía, y que estaba a punto de caerse al suelo de la pea. El otro hombre estaba completamente vestido de negro, pero la ropa que tenía puesta era exageradamente metrosexual. También tenía el pelo largo, y estaba mucho más tranquilo que el resto del grupo. A él lo acompañaba una mujer, treinta casi cuarenta, muy bonita, con unas tetas inmensas.

Un rato después llegaron dos muchachas, que saludaron a todos con gritos y besos al aire. Dijeron que esperaban un amigo, y les sirvieron vino en la tercera mesa que quedaba libre. El local era pequeñito, así que para que ellas se sentaran todos tuvimos que movernos un poco. Había música que variaba entre baladas italianas y árabes. Un rato después, una de las muchachas empezó a contar que ella sabía bailar la danza del vientre, que estaba en clases de música árabe, y que si queríamos verla bailar. Obviamente, todos dijimos que si, así que la muchacha se levantó y se puso una bufanda alrededor de las caderas. Como todos los no-árabes que tratan de hacerlo, bailaba terrible, una especie de stripper principiante pero con mucho entusiasmo. No había pasado un minuto y ya la catira estaba de pie, meneándole el trasero a su dandy italiano. La otra chica, con aire dudoso, también se levantó y se puso a bailar, pero se le notaba la falta de compromiso en la cara. 

En vista de que ya no era la estrella de la noche, la primera chica se montó de un brinco encima de la barra y empezó a dominar la concurrencia desde ahí, emocionándose cada vez más, una pequeña Shakira in-the-making. En ese momento, dos italianos de unos sesenta años venían pasando frente al bar y cuando vieron semejante espectáculo, se miraron con ojos inmensos, se riéron a carcajadas, y entraron. El mesonero les dijo que no habían mesas, que si querían sentarse afuera, y los dos viejos le devolvieron una mirada de "obviamente no", así que les habilitaron una cuarta mesa en un rincón, desde donde los viejos veían a las muchachitas bailando y se reían fascinados. Un rato después, esto se repitió con una pareja de alemanes: era evidente que la mujer estaba indignada con lo que estaba pasando, pero al hombre le parecía de lo más interesante, así que metieron una quinta mesa donde solo parecía caber tres. El alemán sonreía y enrojecía cada vez que volteaba a ver a las señoritas danzantes. La rubia pareció entrar en calor, y del contoneo insinuante inicial pasó directo al perreo más reggetonero, en su versión italiana sin movimiento de caderas. Eventualmente, se le lanzó directamente encima al dandy y comenzó a lamerle la oreja como si quisiera sacarle una metra que tuviera dentro.

Al rato llegó el caballero amigo de las dos decentes señoritas, un hombre vestido como el mejor de los bohemios, con boina y sobretodo marrón, y se sentó con cara de no haber estado esperando eso. Al terminar la canción, las señoritas se bajaron del bar, la rubia se sentó encima de las piernas de su recién adquirida conquista, y los viejos pagaron y se fueron porque francamente, ya habían visto lo que querían ver. Mientras esto pasaba, nosotros recibíamos continuamente miradas interrogantes, supongo que preguntándose como íbamos a reaccionar, pero como nos estábamos riendo y conversando mientras mirábamos el baile, eventualmente dejaron de preocuparse.

Pedimos otro café, hablando de que ese bar había sido excelente elección. Las muchachas se fueron con el bohemio, y salieron cubiertas de aplausos de todos los presentes, particularmente del alemán, que casi les hace una standing ovation mientras la mujer lo miraba con ojos chiquitos. Mientras tanto, la música árabe y el perreo intenso habían puesto a la catira en una bajada en la cual no la paraba nadie, y de lamerle la oreja al hombre había pasado a chuparle toda la cara mientras lo agarraba por todos lados como si se estuviera cayendo. La otra pareja se reía y brindaba, y les decían que dejaran el sebo, que qué ladilla (en italiano). Un rato después la catira estaba sentada encima del tipo, de frente a él. Tenía un minúsculo vestidito de flores, el cual en esta posición se había convertido básicamente en una camisa, y una pantaletita hilo dental la cosa más bella e inútil del mundo, ya que nos dejaba ver todo lo que estaba pasando allá abajo. Mi esposo se reía y me decía que era como tener un televisor al frente, simplemente no podía dejar de ver aunque quisiera. El alemán estaba en la misma situación, mientras su mujer lo miraba furibunda desde el otro lado de la mesa, y de vez en cuando dirigía miradas reprobatorias hacia la pareja indecente. Yo me reía y de rato en rato también echaba una miradita, sobre todo porque era comiquísima la forma en la que la mujer continuaba lamiendo al tipo. Quizás pensaba que era una gran zanahoria. El caballero ya había sido arrastrado por la rubia y andaba rodando por la misma bajada, y en pocos minutos ya la pantaletita estaba toda estirada, lo mismo que la parte de arriba del vestido.

La otra pareja, aburrida, voltearon sus sillas hacia nosotros y establecieron una apuesta: si iban a "hacer el sexo" ahí frente a nosotros o no. "Do the sex", repetían una y otra vez. Apostamos un euro, aunque no logro recordar si apostamos a favor o en contra, ya que a mi me parecía que para efectos prácticos, la apuesta estaba tardía y ya lo estaban haciendo. Cuando supieron que éramos venezolanos se quedaron sorprendidísimos, ya que ni siquiera sabían que Venezuela era un país. De nuestro presidente nunca había escuchado hablar. A mi esposo le decían que no parecía italiano, aunque fuera hijo de uno: "pareces irlandés", fue el veredicto. Y a mi me dedicaron unos buenos cinco minutos, ya que cuando les dije que era 100% caraqueña, simplemente no lo podían creer. "Pero pareces una italiana!" "Te ves igual a mí", me repetía la chica. No se si es que tenían la noción de que Latinoamérica es un gran Perú o qué. El hombre se presentó como un diseñador de modas milanés, dueño de una revista de modas, y ella como su esposa, también diseñadora y dueña de la misma revista. Nos ofrecieron trabajo en Milán y ayudarnos a abrir una cuenta bancaria en Hong Kong. Y nos dijeron que Milán era hermosa, pero que Roma era Roma, y que en el mundo solo habían tres ciudades: New York, París y Roma.

Finalmente, el dandy anaranjado se cansó del abuso físico al que estaba siendo sometido, o tal vez le dió frío por tanta lamedera, y decidió llevar a la chica a su casa. No sé si se refería a la de ella o a la de él, pero cuando se levantaron esa mujer estaba tan borracha que como que daba lo mismo, a donde fueran iba a quedar tendida cuan larga era. El hombre se puso un sobretodo negro que le llegaba a los pies, que parecía una chaqueta de flux larga, sin embargo, en el cuello, en las mangas, y en el borde de abajo tenía ese peluche blanco que se usa tanto en los inviernos en Europa. Tal vez era chinchilla, pero en esa confusión realmente yo no estaba para análisis de moda. El hecho es que entre la extravagante chaqueta, que hacía juego con los zapatos de piel de cocodrilo blanco, el color anaranjado, los ojos tan claros que eran casi blancos, y el pelo largo, rubio y húmedo de tanta saliva de la reggetonera, la impresión que me dió fue de que estaba en el bar-fachada de Lestat el Vampiro, y que la chica del vestido floreado en realidad era su cena. 

Cuando se fueron, los mesoneros paquistaníes nos llevaron inmediatamente y llenitos de odio la cuenta a la mesa, la cual pagamos y nos fuimos, después de una efusiva despedida de los diseñadores, que nos dieron sus correos, tarjetas de presentación, y nos desearon mucha suerte y mucha felicidad.

Cuando llegamos a la estación del tren y nos dimos cuenta que estaba cerrada, en realidad no nos importó mucho porque finalmente... pensábamos que estábamos soñando.

jueves, 2 de febrero de 2012

Logistics Logistics Logistics

De navidad, le regalé a mi esposo un juego de fútbol. Es fan de un equipo italiano desde pequeño, y nunca había tenido la oportunidad de verlos jugando, así que me pareció un regalo perfecto. Con meses de anticipación, me puse a buscar en internet ofertas y alternativas, y finalmente resolví que el lugar para ver el juego era Milano, ya que es una ciudad que él siempre ha querido conocer, y que el regalo aparte de fútbol incluiría dos días de romance por esta hermosa ciudad. Después de horas de diagramación y planificación, logré juntar por una suma asombrosamente pequeña dos pasajes por avión ida y vuelta, una noche en un hotel cercano al centro histórico, y dos entradas para el Giusseppe Meazza. 

En papel, la logística era perfecta. El avión salía el sábado a las 7 de la mañana, estaríamos alrededor de las 9 en el centro de la ciudad, y tendríamos todo el día y la mitad del domingo para pasear un poco y conocer las cosas más representativas de Milán. Afortunadamente, Milán no es Roma y se puede abarcar bastante en ese tiempo. El juego, según las indicaciones de las páginas de fútbol y las entradas impresas, era a las 3 de la tarde, así que teníamos suficiente tiempo para llegar al vuelo de regreso, que salía a las 9 de la noche. Incluso tomé la precaución de verificar la ruta desde el estadio hasta el aeropuerto, y el tiempo de recorrido eran unos cuarenta minutos en metro, que queda relativamente cerca del estadio. Llegaríamos a Fiumicino a las 10, y a Termini a las 11, con tiempo suficiente de tomar el autobús a la casa, sin tener que pasar por la agonía de un bus nocturno. 

Unos cinco días antes del viaje, caminábamos tranquilamente por el centro y vimos que había una concentración de personas en una de las cuadras de la vía del Corso. Todos se veían más o menos igual: chaquetas azul marino, barba mal afeitada, cara de ladilla, gorrito negro. Preguntamos de qué se trataba, y nos dijeron que era una manifestación de taxistas. La razón era que anteriormente para acceder a una licencia de taxi, había que desembolsillar una suma fuerte de dinero, y con el cambio de la ley, no. No sé si estaban pidiendo que les devolvieran lo que gastaron o que a los nuevos también les cobraran. Pero una de las frases favoritas de los italianos es "non è giusto" (no es justo), y ese día la escuché repetidas veces mientras atravesaba la manifestación.

Un par de días después, comenzamos a prepararnos para el gran fin de semana. Imprimir los pasajes (las aerolíneas económicas europeas son hágalo-usted-mismo), pensar qué nos íbamos a llevar, y cómo íbamos a llegar a Fiumicino a esa hora tan inhumana. Para los que no lo saben, en Roma hay dos aeropuertos: Fiumicino, que es el principal, y Ciampino, que es el secundario. Ambos quedan en las afueras de la ciudad, y a ambos se le llega en tren. Para Fiumicino hay incluso un trencito especial que te lleva directv en 35 minutos, sin paradas, que se llama el Leonardo Express (porque es el Aeropuerto Leonardo Davinci). El problema era que el primer Leo salía a las 6, y no daba chance de llegar al vuelo. Buscamos otras alternativas metropolitanas, pero no existen. Entonces recurrimos a la viejísima solución de los taxis. En Roma, agarrar un taxi no es simplemente llegarse a una principal y esperar un poco. Eso solo se puede hacer en el centro histórico, dada la abundancia de turistas. En las afueras hay que reservar el taxi con antelación, llamar por teléfono y esperar, o ir a una parada de taxis. Llamar a un taxi implica que el cobro de la tarifa va a incluir el viaje de ida a tu casa, así que si el hombre se encuentra a 40 minutos, pues te cobraron los 40 minutos. Más la bandera, más el viaje. Sin embargo, un viaje promedio al aeropuerto te debería costar, por ley, unos 45 euros, así que manos a la obra, consigamos un taxi. 

Fue entonces cuando el grupo de personas con chaquetas azules en la vía del Corso tomaron significado, ya que aún estaban en huelga y nos encontramos con que no había manera de llegar al aeropuerto en la madrugada. Tratamos de ubicar un taxi pirata, pero querían que le entregáramos a nuestro primogénito, así que desistimos.

El viernes en la noche, viendo la falta de alternativas, agarramos un bolso, metimos lo que nos íbamos a llevar, y arrancamos al aeropuerto antes de que se fuera el último tren. A las doce estábamos en el aeropuerto, junto con un montón de gente en la misma situación. Razón por la cual conseguir un par de sillas para no tener que sentarnos en el piso helado fue complicado, pero eventualmente las ubicamos y nos pusimos lo más cómodos que se puede en un aeropuerto en la madrugada. La tarjetita de Priority Pass me la metí por el culo. Sin sueño y sin posibilidad de conseguir una posición en la cual dormir, saqué mi PSP y empecé a jugar, viendo a todos a mi alrededor con aire de superioridad. Esto duró 20 minutos porque ahí mismo se le acabó la pila y me dí cuenta de que ni lo había cargado ni me había traído el cargador. La noche fue eterna. Mi esposo recorrió el aeropuerto una y otra vez, se aprendió las vitrinas de las tiendas, memorizó los menús de los restaurantes cerrados, se aprendió los jingles de las propagandas en los televisores. Hacía un poco de frío, pero con dejarse la chaqueta puesta era suficiente. Como un año después, amaneció y pudimos abordar. El vuelo a Milán es corto, dura alrededor de una hora, y del aeropuerto salían autobuses que te dejaban en la estación central. Ese paseo fue bellísimo, ya que las afueras de la ciudad son hermosas, y la arquitectura de los edificios de las grandes compañías que allá operan es increíble. Pasamos todo el recorrido señalando cosas por la ventana, impresionados.

La estación central de Milano es parecida a la conocidísima estación de trenes de Nueva York. Es un edificio antiguo, enorme, altísimo, lleno de detalles por todos lados. Mareados del sueño y del frío, nos desayunamos unos buenos paninos con cappuccinos, y decidimos ir al centro, porque la hora de check-in en el hotel era al mediodía.

Lo primero que vimos fue el Duomo. La ciudad está construida, literalmente, alrededor de esta catedral. Cuando estábamos entrando, en la puerta principal estaba sucediendo algo que tenía a la gente parada a los lados, viendo en silencio. Inicialmente nos pareció que era una especie de cambio de guardia, pues recordaba de cierta manera a la guardia suiza que custodia el Vaticano, así que tomamos algunas fotos, pero luego nos dimos cuenta de que a los lados de la puerta habían coronas de flores. Discretamente, preguntamos qué estaba pasando y nos dijeron que era "el velorio del policía". Sin más información, decidimos entrar a la catedral, porque finalmente, los turistas éramos nosotros. La catedral por dentro estaba repleta de policías en los bancos reservados para oir la misa, y dimos algunas vueltas tratando de verla y de entender que veíamos, pero luego nos percatamos de que efectivamente, lo que estaba sucediendo era que había un servicio especial en honor a un policía caído en la línea del deber (así me lo explicaron luego), así que nos fuimos hacia atrás, y cuando vimos que entraban unos ancianos llorando y luego un ataúd, nos fuimos sigilosamente por la puerta trasera, y decidimos volver al día siguiente. Luego me contaron que el pobre había muerto atropellado por dos gitanos estafadores, pues los mandó a parar y ellos lo embistieron con una camioneta y lo arrastraron por más de un kilómetro. La ciudad estaba conmocionada con el hecho, y en la iglesia, miles de personas lloraban.

Ni siquiera me voy a molestar en hacer la comparación de lo que pasa cuando un policía se muere en Caracas.

El resto del día, y la mañana del día siguiente fueron dedicados a descasar, comer y pasear por la ciudad. Está de más decir que quedamos enamorados de Milano, que es una ciudad hermosísima, y también hijoeputamente fría.

El domingo por la tarde, después de almorzar, nos fuimos relajadamente al estadio para ver nuestro juego a las 3 de la tarde. Llegamos alrededor de las 2 y 50, para conseguirnos que el estadio estaba.... vacío. Ni siquiera los puestos de comida habían abierto. Un par de vigilantes por aquí, un policía por allá, y ya. Aterrados, le preguntamos a un vigilante que a qué hora era el juego, y nos dijo que a las 9 de la noche. Con un derrame cerebral en proceso, le mostré las entradas y nos explicó que cuando se compran las entradas con mucho tiempo de anticipación, la hora del juego no está definida, así que se pone 3:00 pm por default.

Con la amable ayuda de mi hermana en Caracas, de los adorables milaneses de la tienda del Inter, y del Blackberry (digan lo que quieran, pero siempre me saca las patas del barro), logramos habilitar dos pasajes de regreso en el primer tren del lunes, en vista de que no habían trenes o aviones más cercanos a la hora de salida del juego. Antes de tomar esta decisión, nos miramos a la cara y nos preguntamos uno al otro: "¿tú le echas bola?", y como los dos respondimos "yo le echo bolas si tu le echas bola", pues compramos. O compró mi hermana, en Caracas, después de una lucha interminable con las páginas web italianas.

Ya eran alrededor de las 5 pm, y el estadio queda lejos de todo, así que decidimos comprarnos un par de cafés y sentarnos por ahí hasta que dejaran entrar al estadio. Lo que no calculamos era que al anochecer, la temperatura bajaría drásticamente y ya lo que queríamos era café pero para sumergirnos dentro. Helados hasta el cerebelo, entramos finalmente al estadio. (El cuento del juego lo dejo para otro post, porque aquí el futbol es algo especial y merece su lugar propio). Al terminar el juego nos fuimos en los autobuses destinados para tal fin, que nos dejaron frente a la estación del metro, agradecidos por el calorcito. Llegamos a la estación de trenes, nos ubicamos un local que estuviera abierto por los alrededores, y nos sentamos a comer algo y a esperar hasta que nos botaran, ya que nuestro tren salía a las 7 de la mañana.

Y aquí es cuando la historia se pone bizarra. Pero eso también lo dejamos para otro post, porque si no, la gente se me queja de que "mis cuentos son muy largos". Lo cual.... es cierto!

El local cerró a eso de las dos y media de la mañana, así que nos dirigimos, casi corriendo debido al intenso frío, a la estación, solo para encontrarnos que estaba cerrada. Resulta que la cierran de 12 a 4 de la mañana. El panorama fue tan desolador que nos reímos y buscamos refugio en el vano de una puerta, donde pegaba menos brisa. Ahí nos volvimos dos bolas de ropa, y esperamos. Mientras tanto, yo conversaba con mi mamá por el Blackberry, quien en sus 18° de la Caracas en Enero, me consolaba del frío y me recomendaba que dejara pasar algún tiempo antes de hacerle otro gran regalo a mi esposo, porque lo iba a terminar matando.

Finalmente, a las 4 en punto, abrieron las puertas de la estación, lo cual no cambió para nada la situación de la temperatura (hacía tanto o más frío que afuera), pero al menos había sillas. Increíblemente nos quedamos dormidos un rato, como dos bovinos guindando en la nevera de una carnicería. Abrieron la primera panadería a las 6, y creo que para que yo dejara de verlos desde afuera con ojos gigantescos. Ahí nos quedamos hasta la hora de abordar, tomando café caliente y disfrutando del calor como nunca. Ese día descubrí que una de las sensaciones más desesperantes es mucho frío durante mucho tiempo, creo que puede ser un poco traumático y todo, pero también es una de las cosas que más rápido se te curan y se te olvidan.

Una vez dentro del tren, siendo uno de los lentos que se paran hasta en Caripe del Guácharo, apenas arrancó nos quedamos dormidos. Solo me desperté una vez y cuando vi hacia afuera, me dí cuenta de que estábamos en Florencia. Se me dispararon todas las alarmas, ya que en ese momento no lograba ubicar a Florencia dentro del mapa, y mucho menos la ubicaba entre Roma y Milán. Me dió un mini-ataque de pánico pensando que estábamos en el tren equivocado, y que iba a ir a dar a Venecia, pero estaba tan cansada que me quedé dormida pensando que no sería tan malo despertar en Venecia.