Alguien me dijo hace poco que la mayoría de la gente que conoce no tiene sueños, y que se le ha vuelto una rara ocasión sostener una conversación en la que la otra persona se extendiera relajadamente en la silla y le contara algún plan bonito para el futuro. Esto me puso a pensar un poco y llegué a la conclusión de que esta persona tiene razón. La mayoría de la gente que yo conozco tampoco los tiene.
No me estoy refiriendo ni a los sueños que uno tiene por las noches, ni a los planes rutinarios de irse a la playa el fin de semana o a Margarita cuando los niños agarren vacaciones. Me refiero a esos sueños glamorosos y excitantes, en los que no se sabe qué puede pasar, en los que la incertidumbre es lo único cierto, y que cuando se cuentan despiertan suspicacia en nuestros interlocutores. Esta lo que está es soñando con pajaritas preñadas. Esos mismos.
Esto no me extraña en lo absoluto. Un ser humano normal, inmerso en el bombardeo del bolibananismo, se tiene que ver afectado. No hay, No se puede, No, NO, QUE NOOO. Una breve miradita alrededor y se consigue con un secuestrado, un atracado, un muerto. Una vueltita por la calle, para distraerse, y regresa a su casa con la ropa hecha jirones, despeinado, y sucio, casi como si hubiera sido víctima de una violación. Y más recientemente, empapado y lleno de barro. Si a eso le agregamos una dosis de Globobsesión, Noticiero Digital, Noticias24, dolarparalelo, y las últimas aventuras de las Kardashian, cualquiera termina un poquitico psicótico, o depresivo, o las dos cosas.
Muchos venezolanos están pasmados desde hace muchos años, esperando que la situación cambie para seguir avanzando con sus vidas. Se autoconvencen de que este si es el año, de que ahora si que si que se va, y se les van los meses esperando un evento que nunca llega, un golpe de aire, un aleteo de papeletas electorales que no llevan a ningún lado. Cuando vienen a ver, ya es diciembre, el antiguo mes de la navidad, ahora el mes de las elecciones (¿se recuerdan aquellos años felices en los que ese mes era únicamente sinónimo de familia, gaitas, regalos, rumbas, hallacas, pan de jamón y ponche crema?). Se acabó el año, y viene enero, con toda su carga de energía vengativa presidencial, y ahora si, este si es el año, así no llega a marzo… Estas personas han puesto toda la carga de sus responsabilidades, problemas y decisiones en un tercero. Llámese estado, presidente, oposición, situación, o lo que sea que determinaron culpable de sus males, simplemente dejaron de ocuparse de su propia vida y se sentaron a dejarla pasar.
Yo soy de la opinión de que cada persona es el único responsable de su propia felicidad. De que ir por la vida sufriendo, víctima de las circunstancias, en esa mala nota de "pobrecito yo", "nadie me ayuda", "a mi siempre me va mal", "así no hay quien pueda", es una decisión personal. De que los que andan por ahí, vacíos de sueños, es porque no quieren tenerlos.
Esta semana vi a una señora sacando de una bolsa un cuaderno recién comprado. Estaba sentada en un café, y cuidadosamente, casi con cariño, le quitó el envoltorio plástico que lo protegía, y lo miró cuidadosamente por todos lados. Se puso el cuaderno entre ambas manos, perpendicular a su rostro, y apoyada sobre la mesa, entrecerró los ojos y suspiró, con una sonrisa apenas perceptible. Me causó extrema curiosidad todo el ritual de la señora con el cuaderno, y no pude dejar de mirarla, aunque tratando de no ser descubierta para no arruinarle el momento. Después de unos segundos, sacó de la misma bolsa de donde provenía el cuaderno un bolígrafo, supongo que también nuevo, y lentamente, como disfrutando el momento, lo destapó. Abrió el cuaderno en la primera página, tomo un sorbo de su café con leche, y comenzó a escribir.
Me alejé sonriendo, secretamente identificada con la señora. Yo hago lo mismo: usualmente, mis proyectos, ideas y sueños se comienzan a materializar con un cuaderno nuevo. Corro a comprar el cuaderno más ridículamente lindo que consigo, con un bolígrafo que escriba suavecito y dure para siempre, le pongo un título evocador en la primera página, y empiezo a escribir. A veces siento que compro más cuadernos de los que puedo llenar, a veces reciclo cuadernos, ya que no siempre los proyectos son como me los imagino, a veces simplemente, el proyecto pudo más que yo y me veo obligada a abandonarlo (temporalmente, me miento, y no reciclo el cuaderno). Hay sueños que son durísimos, que implican sacrificios, abandonos, inseguridad, cambios de paradigmas, cuadernos que se llenan más lentamente que otros. Cuadernos que me hacen sentir culpable, otros que me dan un poco de miedo, otros que me dan sueño.
Sin embargo, he aprendido que los sueños más duros son los que más me hacen sonreír: sonrisa de medio lado, ojos brillantes, nudo en la garganta. Son esos los que me hacen levantarme en la mañana todos los días, los que me permiten continuar, bajo el chaparrón de desastres que es nuestra irrealidad nacional.
No me estoy refiriendo ni a los sueños que uno tiene por las noches, ni a los planes rutinarios de irse a la playa el fin de semana o a Margarita cuando los niños agarren vacaciones. Me refiero a esos sueños glamorosos y excitantes, en los que no se sabe qué puede pasar, en los que la incertidumbre es lo único cierto, y que cuando se cuentan despiertan suspicacia en nuestros interlocutores. Esta lo que está es soñando con pajaritas preñadas. Esos mismos.
Esto no me extraña en lo absoluto. Un ser humano normal, inmerso en el bombardeo del bolibananismo, se tiene que ver afectado. No hay, No se puede, No, NO, QUE NOOO. Una breve miradita alrededor y se consigue con un secuestrado, un atracado, un muerto. Una vueltita por la calle, para distraerse, y regresa a su casa con la ropa hecha jirones, despeinado, y sucio, casi como si hubiera sido víctima de una violación. Y más recientemente, empapado y lleno de barro. Si a eso le agregamos una dosis de Globobsesión, Noticiero Digital, Noticias24, dolarparalelo, y las últimas aventuras de las Kardashian, cualquiera termina un poquitico psicótico, o depresivo, o las dos cosas.
Muchos venezolanos están pasmados desde hace muchos años, esperando que la situación cambie para seguir avanzando con sus vidas. Se autoconvencen de que este si es el año, de que ahora si que si que se va, y se les van los meses esperando un evento que nunca llega, un golpe de aire, un aleteo de papeletas electorales que no llevan a ningún lado. Cuando vienen a ver, ya es diciembre, el antiguo mes de la navidad, ahora el mes de las elecciones (¿se recuerdan aquellos años felices en los que ese mes era únicamente sinónimo de familia, gaitas, regalos, rumbas, hallacas, pan de jamón y ponche crema?). Se acabó el año, y viene enero, con toda su carga de energía vengativa presidencial, y ahora si, este si es el año, así no llega a marzo… Estas personas han puesto toda la carga de sus responsabilidades, problemas y decisiones en un tercero. Llámese estado, presidente, oposición, situación, o lo que sea que determinaron culpable de sus males, simplemente dejaron de ocuparse de su propia vida y se sentaron a dejarla pasar.
Yo soy de la opinión de que cada persona es el único responsable de su propia felicidad. De que ir por la vida sufriendo, víctima de las circunstancias, en esa mala nota de "pobrecito yo", "nadie me ayuda", "a mi siempre me va mal", "así no hay quien pueda", es una decisión personal. De que los que andan por ahí, vacíos de sueños, es porque no quieren tenerlos.
Esta semana vi a una señora sacando de una bolsa un cuaderno recién comprado. Estaba sentada en un café, y cuidadosamente, casi con cariño, le quitó el envoltorio plástico que lo protegía, y lo miró cuidadosamente por todos lados. Se puso el cuaderno entre ambas manos, perpendicular a su rostro, y apoyada sobre la mesa, entrecerró los ojos y suspiró, con una sonrisa apenas perceptible. Me causó extrema curiosidad todo el ritual de la señora con el cuaderno, y no pude dejar de mirarla, aunque tratando de no ser descubierta para no arruinarle el momento. Después de unos segundos, sacó de la misma bolsa de donde provenía el cuaderno un bolígrafo, supongo que también nuevo, y lentamente, como disfrutando el momento, lo destapó. Abrió el cuaderno en la primera página, tomo un sorbo de su café con leche, y comenzó a escribir.
Me alejé sonriendo, secretamente identificada con la señora. Yo hago lo mismo: usualmente, mis proyectos, ideas y sueños se comienzan a materializar con un cuaderno nuevo. Corro a comprar el cuaderno más ridículamente lindo que consigo, con un bolígrafo que escriba suavecito y dure para siempre, le pongo un título evocador en la primera página, y empiezo a escribir. A veces siento que compro más cuadernos de los que puedo llenar, a veces reciclo cuadernos, ya que no siempre los proyectos son como me los imagino, a veces simplemente, el proyecto pudo más que yo y me veo obligada a abandonarlo (temporalmente, me miento, y no reciclo el cuaderno). Hay sueños que son durísimos, que implican sacrificios, abandonos, inseguridad, cambios de paradigmas, cuadernos que se llenan más lentamente que otros. Cuadernos que me hacen sentir culpable, otros que me dan un poco de miedo, otros que me dan sueño.
Sin embargo, he aprendido que los sueños más duros son los que más me hacen sonreír: sonrisa de medio lado, ojos brillantes, nudo en la garganta. Son esos los que me hacen levantarme en la mañana todos los días, los que me permiten continuar, bajo el chaparrón de desastres que es nuestra irrealidad nacional.
2 comentarios:
Yo no uso cuadernos. Sueño mis sueños, y cuando despierto se me olvidan.
En mi mente logré ver también a la viejita mientras leía esa parte. Excelente escrito.
xoxo
Heishiro
Nuevamente te felicito: 20 puntos. Y de paso, actualizado.
Besos,
Pa.
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