domingo, 21 de agosto de 2011

Fucking Hippies

En la vida diaria, uno toma muchas decisiones, a veces sin darse cuenta. ¿Me voy por la autopista o por los caminos verdes? ¿Compro bonos o dólares? ¿Voy al cine o a comer sushi?
Cuando uno decide irse de su país y empezar de nuevo en otro lado, las decisiones que hay que tomar diariamente se multiplican. No solo eso: de cada decisión que uno toma, se derivan un montón de sub-decisiones, que a su vez, se convierten en un montón de micro-decisiones, y así sucesivamente. Lo más difícil del asunto es lo siguiente: en la mayoría de los casos, yo no tengo ni idea de cual es la mejor respuesta, ya que desconozco la ciudad y las costumbres del sitio al que voy, y tengo que terminar confiando en mi intuición.
Un ejemplo sencillo es el de las cosas que se van y las cosas que se quedan. Yo no soy de la gente que acumula demasiadas cosas: cuando algo está viejo o feo, lo boto o lo regalo. No soy de esa generación que no bota ni un potecito de arroz chino de 1982, porque "puede servir para que alguien se lleve un pedacito de torta". Así que en realidad, no tengo taaaantas cosas.
Aún así, me vi obligada a reducir mi carga material. No tengo suficientes cosas como para justificar una mudanza internacional, y tampoco tan poquitas como para que no sean problema.
Los electrodomésticos (los cuales no sirven en Europa, de cualquier forma) fueron los primeros en irse. Mi bella nevera de Space Invaders, mi Tostiarepa de dos arepas, de esos que ya no se consiguen, mi wafflera nueva. Mis platos incompletos y llenos de roticos. Mis ollas en las que los huevos fritos inevitablemente terminaban revueltos, mi tostadora bipolar marca Pancho Gomita, que unas veces sancocha el pan y otras lo incinera... todos pasaron a otras manos.
A los electrodomésticos y línea blanca, le siguieron los adornos de la casa. Bye bye Mr. Potato Head, te regalo mis iguanitas que compré en la juguetería en Mérida, por 5 Bs. cada una llévate las 30 cestas que pasé años recolectando en todas las ventas de mimbre de Venezuela. Es más, ya no se que hacer con ellas, te las regalo todas. Y estos potes de arroz y azúcar? Están casi nuevos! Me los regalas?.... Bueno, sí, llévatelos...
Luego tuve que darle una larga y honesta mirada a mi closet. De eso no quiero ni hablar, todavía estoy deprimida.
Cuando pensé que ya me había desprendido de demasiadas cosas, que quizás se me había ido la mano, me di cuenta de que aún faltaban mis libros... Ooooooh dolor!, no quiero regalar ninguno, no quiero donar ni dejar a nadie, a todos los amo por igual, a todos los voy a extrañar. Pero una evaluación objetiva del asunto arrojó resultados indeseables: muchachos, los amo pero no pueden venir conmigo. A esos si que los metí en cajas, recé por ausencia de inundaciones inapropiadas, y los sellé con la esperanza de irlos mudando de a poquito. Pero en el fondo sé que cuando sea el momento de sacarlos, van a ser amarillos, feos y tristes... pero tal vez en ese momento yo esté lista para decir adiós.
Mi perro Kaiser me enseñó hace muchos años la valiosa lección de que las cosas son cosas y se dañan y se pierden y la vida continua. Sin embargo, hay cosas que duelen más que otras, y cuando se trata de un desprendimiento tan generalizado, el resultado final es aplastante: me siento como si me hubieran arrancado un pedazo grande de piel.
La gente se pone un poco insensible, o tal vez es no se dan cuenta, pero a veces me caen dos y tres persona encima y empiezan a agarrar cosas al azar, preguntando si se lo pueden llevar... una vez alguien agarró mi cartera y me dijo: ¿y esto también lo estás regalando? Casi le digo: "si, y mi culo también, llévatelo si quieres", pero me contuve a tiempo. Cada vez que alguien me pide algo que no he ofrecido, o que no he considerado regalar, es como un punzón en el hígado, me siento como una vaca atropellada en el llano con un montón de cuervos encima. En el fondo, yo sé que lo que me duele es darme cuenta de que eso que me están señalando, tampoco me lo puedo llevar, y al final, se lo voy a terminar regalando o vendiendo a la persona que mostró interés.
Hay gente que me dice: "no sé para qué te preocupas tanto, mete todo eso en cajas y luego te lo mandan". La noción de recibir a posteriori un millón de cajas de corotos viejos y buscarle ubicación en un apartamentito romano me aterra. Por el otro lado, la alternativa de dejar mis cosas en cajas por años y años, para que eventualmente alguien las abra y concluya que todo esto ya es basura, me entristece. La opción más razonable para mi es darle colocación a la mayoría lo más rápido posible, más o menos como cuando uno tiene diez cachorritos en casa, y tratas de conseguirle un buen hogar a todos.
También hay personas que me hablan de lo superficial que es aferrarse a objetos inanimados, (y eso es a veces extrapolado a los animados = mi gato), de que las posesiones personales no definen quienes somos, y que tenemos que liberarnos de las ataduras monetarias para ser verdaderamente libres y encontrarnos a nosotros mismos.

A quienes les digo: fucking hippies.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Si decides dejar la cartera Avisa, anonimamente seria feliz de recibirla !