viernes, 2 de diciembre de 2011

Don Pascuale y el acordeón


Es obvio que cuando uno se muda de país, las cosas van a ser diferentes. Es un idioma distinto, civilizaciones distintas, formas de pensar distintas. Pero las diferencias que uno se imagina son las obvias. En mi caso, nunca pensé que las pequeñas cosas que se hacen de otra manera son las que verdaderamente podían complicarme la vida.

Pongamos un ejemplo sencillo: la electricidad. Todos sabemos que del lado de allá se usa 120 V y del lado de acá, 220 V. Cuando estás del lado de allá reflexionando acerca de ese dilema, lo resuelves fácilmente: "Bueno, obviamente mis electrodomésticos se tendrán que quedar". Pero cuando llegas, resulta que no es tan simple como comprar electrodomésticos nuevos y comprarle adaptadores a los que se pueden usar: las paticas italianas de los enchufes tienen tres estilachos. Unas vienen con dos palitos flaquitos, otras con tres palitos flaquitos, y otras con dos palitos gorditos. A eso, agréguele las demás paticas europeas, que vienen con otros sabores y sus correspondientes adaptadores. Aparte, los enchufes son inmensos, como del tamaño de una mandarina. Esto hace las dimensiones de las regletas desproporcionadas. Hay que CALCULAR el espacio para poner una regleta, porque con frecuencia simplemente no tienes donde meterla. No solo eso: las regletas pueden venir con las paticas gordas, mientras que el enchufe puede tener los huequitos delgados, y si no te percatas a tiempo de eso, como la servidora aquí presente, puedes terminar con una regleta conectada a la pared con un adaptador, de la cual salen tres o cuatro cables, cada uno con un adaptador diferente, y una lámpara de IKEA con un enchufe desproporcionado a su tamaño. Todo esto yaciendo plácidamente a un lado de la cama. La ventaja de esto es que uno se siente acompañado por una especie de San Bernardo eléctrico, que te cuida en la noche y ladra si alguien lo pisa.

Todos mis aparatos eléctricos tienen un adaptador, cosa que francamente no entiendo, ya que prácticamente todos los compré en Italia. Quizás es una paradoja de adaptación.

Otro caso que encuentro francamente irritante es el hielo. Los venezolanos somos como los norteamericanos: generosos con el hielo. Quizás es porque tenemos calor más o menos el 80% del año, o porque tenemos agua que jode, pero en verdad, el hielo es algo que nunca falta en ninguna casa. Nuestras neveras vienen con hieleras incorporadas. En cualquier esquina hay algún negocio que te vende el hielo en bolsas inmensas. La curdita te la venden en combo con vasito de plástico, Coca Cola, y hielo. Si uno se sale de alguno de estos dos países, ese paraíso refrescante desaparece. Yo recuerdo que cuando viajaba a Colombia, en el hotel se me quedaban mirando como si fuera una loca, porque pedía jugo de naranja natural y me servía un vaso lleno de hielo hasta el borde, y me lo iba tomando felizmente, mirando desafiante a la gente a mi alrededor. Lo mismo me pasó en el resto de Latinoamérica. En Europa la cosa no cambia. Aparte que la palabra hielo en italiano es dificilísima de pronunciar: ghiaccio, que se pronuncia algo así como que yiakshio, aunque yo siempre la digo diferente, así que normalmente tengo que hacer la pantomima y el sonido "tin tin tin" para que me entiendan. Después de varios guiashio, yiacho, gacho, dicen "aaaaaah", y me entregan un vaso con dos hielos y una cucharita. Como si fuera un postre. Por otro lado, si uno quiere hacer hielo en casa, pues tienes que recorrerte varios chinos-vende-tutti para ubicar una hielera medianamente decente, pues en la mayoría de los casos, lo que te ofrecen son bolsas de plástico que por dentro tienen huequitos en forma de pelotas, que las llenas con el grifo y son de un solo uso. O unas hieleras mínimas que debes servirte toda la bandeja para satisfacer una pobre cocacolita. Y nadie, nadie, te vende una bolsa de hielo.

Otra cosa que complica notablemente la logística, sobre todo para los que todavía andamos a pie, es el tema de las bolsas. Irónicamente, te venden bolsas y cajas desechables por todos lados y por cualquier motivo. Paquetes de bolsas de basura en los más ingeniosos tamaños y empaques. Bolsitas especiales para botar la arena del gato o para recoger la pupusera del perro en el parque. (Que por cierto, asumo que los productores de estas bolsas deben estar quebrados). En IKEA venden las cajas para mudanzas en 1 Euro. Y consecuentemente, cuando haces una compra en un supermercados o en un negocio, las bolsas también te las venden, y a menos que digas expresamente que quieres una, no te dan. Esto nos generó una confusión horrorosa los primeros días, ya que pensábamos que uno tenía derecho a una bolsa por compra, porque en algún momento del proceso de bolsa preguntan: "bolsa?" y uno ve a su alrededor y hay 15 productos tirados en el mostrador, y responde "Si", pero con cara de "De bolas", y te dan UNA. Perplejos, la primera vez metimos lo que pudimos en esa bolsa, y suplicamos por una segunda que nos dieron a regañadientes. Terminamos cargando un corotero en las manos, produciendo así el viaje a la casa más incómodo hasta la fecha. Luego entendimos que podías pedir más de una pero pagándolas, y cuando me acuerdo, cargar conmigo uno de esos bolsos que se hacen una pelotica, que en el tercer mundo no se entiende su propósito, pero en el primero si. Hoy mismo me pasó: me distraje en el momento de la temida pregunta y salí con dos Coca Colas debajo del brazo. 10 centavos vale una bolsa en un supermercado.

Aunque no es caro, es como extraño pagar esos diez centavos. Lo mismo que cuando pides ketchup y mayonesa en Mc Donalds y te cobran 20 centavos por cada uno. Los pago, no me quejo, pero siempre me da como una sensación de que acabo de hacer algo a la vez tonto e inevitable.

Otro caso extraño y digno de mencionar es el del transporte. La cuestión funciona en una base de confianza. La gente se puede montar por cualquier puerta del autobús o del tren, (el metro funciona como cualquier otro, pero olvidémoslo, ya que es una triste cruz en el centro del mapa), y marca sus tickets en las maquinitas que se encuentran distribuidas a lo largo del transporte. "Bib-bip". Como es muy fácil disfrutar de viajes gratuitos, ya que el conductor del tren no se ocupa de los tickets, tienen implementado un sistema de vigilancia de "Terror-Random". Es decir: de manera aleatoria, se montan en algún autobús un grupo de entre 3 y 10 trabajadores de Atac con camisitas azules y empiezan a pedirle los tickets a la gente. Si no tienes o no lo marcaste al montarte, te ponen una multa. Esta es de 50 Euros si la pagas en el momento y de 100 si la pagas diferida. Me cuentan que de que la pagas, la pagas. Aunque seas turista: te llega luego por correo a tu casa, y tu consulado local se encarga de cobrártela. Ya he visto las temidas patrullas cuatro veces, siempre en horas pico, incluyendo los fines de semana. Si tratas de correr o te resistes, te hacen una rueda de pescado y te bajan, incluso a la fuerza. A un amigo lo agarraron así. Veníamos todos en el autobús, repleto de gente, y a él se le había olvidado meter el ticket. Le explicó esto al empleado, quien le contestó, muy amablemente: "yo entiendo que a tí se te haya olvidado, sobre todo porque eres turista, pero mi trabajo es recordártelo y que no se te vuelva a olvidar". La última vez casi fui yo la multada. Resulta que los tickets no los venden en las estaciones ni en los autobuses, sino en tabaquerías o en kioskos. Pero recordemos que a las dos de la tarde, todo eso está cerrado, y yo necesitaba llegar al centro. Adivinen: iba al banco. Así que decidí tomar el riesgo y comprarlo más adelante, cuando viera algo abierto. Para mi mala suerte, ese fue el autobús que decidieron verificar. Mientras yo mirada aterrada, con mis euros palpitando dentro de la cartera, como se iban acercando a mi, el autobús se detuvo en una parada, y yo dije "permesso", como si fuera una doña de la high, y me bajé, con todo el flair y la elegancia a los que le pude echar mano. Del tiro, ahora cargo un montón de tickets en la cartera, solo para evitar esos momentos desagradables.

El otro día salí, nuevamente, a comprar un adaptador y una extensión, ya que los anteriores no me funcionaron por no percatarme de lo gordito de las patas. Mientras regresaba de la tienda, rumiando lo ilógico del asunto, venía viendo a la gente en mi calle, que siempre están muy alegres y se saludan como en las películas italianas viejas: "buon giorno signorina!" "buon giorno, Don Pascuale!!!" con gritos, sonrisas, y el extraño doble beso en los cachetes comenzando por el izquierdo (o sea, dos veces al revés que nosotros), y me fijé que los dos que se saludaban en ese momento tenían cada uno una bolsita con luces de navidad y adaptadores. En ese momento empezó a sonar un acordeón con una canción bellísima de una ventana a un lado de la calle. La escena fue tan rara y tan simpática, que inmediatamente me dieron ternura mis adaptadores del tamaño de una naranja, y cuando llegué a la casa, los sumé felizmente al San Bernardo al lado de mi cama.

1 comentario:

Kike dijo...

Qué risa lo de los ketchups en el Mcdonald's... no te imaginas mi sorpresa cuando me los cobraron la primera vez