jueves, 2 de febrero de 2012

Logistics Logistics Logistics

De navidad, le regalé a mi esposo un juego de fútbol. Es fan de un equipo italiano desde pequeño, y nunca había tenido la oportunidad de verlos jugando, así que me pareció un regalo perfecto. Con meses de anticipación, me puse a buscar en internet ofertas y alternativas, y finalmente resolví que el lugar para ver el juego era Milano, ya que es una ciudad que él siempre ha querido conocer, y que el regalo aparte de fútbol incluiría dos días de romance por esta hermosa ciudad. Después de horas de diagramación y planificación, logré juntar por una suma asombrosamente pequeña dos pasajes por avión ida y vuelta, una noche en un hotel cercano al centro histórico, y dos entradas para el Giusseppe Meazza. 

En papel, la logística era perfecta. El avión salía el sábado a las 7 de la mañana, estaríamos alrededor de las 9 en el centro de la ciudad, y tendríamos todo el día y la mitad del domingo para pasear un poco y conocer las cosas más representativas de Milán. Afortunadamente, Milán no es Roma y se puede abarcar bastante en ese tiempo. El juego, según las indicaciones de las páginas de fútbol y las entradas impresas, era a las 3 de la tarde, así que teníamos suficiente tiempo para llegar al vuelo de regreso, que salía a las 9 de la noche. Incluso tomé la precaución de verificar la ruta desde el estadio hasta el aeropuerto, y el tiempo de recorrido eran unos cuarenta minutos en metro, que queda relativamente cerca del estadio. Llegaríamos a Fiumicino a las 10, y a Termini a las 11, con tiempo suficiente de tomar el autobús a la casa, sin tener que pasar por la agonía de un bus nocturno. 

Unos cinco días antes del viaje, caminábamos tranquilamente por el centro y vimos que había una concentración de personas en una de las cuadras de la vía del Corso. Todos se veían más o menos igual: chaquetas azul marino, barba mal afeitada, cara de ladilla, gorrito negro. Preguntamos de qué se trataba, y nos dijeron que era una manifestación de taxistas. La razón era que anteriormente para acceder a una licencia de taxi, había que desembolsillar una suma fuerte de dinero, y con el cambio de la ley, no. No sé si estaban pidiendo que les devolvieran lo que gastaron o que a los nuevos también les cobraran. Pero una de las frases favoritas de los italianos es "non è giusto" (no es justo), y ese día la escuché repetidas veces mientras atravesaba la manifestación.

Un par de días después, comenzamos a prepararnos para el gran fin de semana. Imprimir los pasajes (las aerolíneas económicas europeas son hágalo-usted-mismo), pensar qué nos íbamos a llevar, y cómo íbamos a llegar a Fiumicino a esa hora tan inhumana. Para los que no lo saben, en Roma hay dos aeropuertos: Fiumicino, que es el principal, y Ciampino, que es el secundario. Ambos quedan en las afueras de la ciudad, y a ambos se le llega en tren. Para Fiumicino hay incluso un trencito especial que te lleva directv en 35 minutos, sin paradas, que se llama el Leonardo Express (porque es el Aeropuerto Leonardo Davinci). El problema era que el primer Leo salía a las 6, y no daba chance de llegar al vuelo. Buscamos otras alternativas metropolitanas, pero no existen. Entonces recurrimos a la viejísima solución de los taxis. En Roma, agarrar un taxi no es simplemente llegarse a una principal y esperar un poco. Eso solo se puede hacer en el centro histórico, dada la abundancia de turistas. En las afueras hay que reservar el taxi con antelación, llamar por teléfono y esperar, o ir a una parada de taxis. Llamar a un taxi implica que el cobro de la tarifa va a incluir el viaje de ida a tu casa, así que si el hombre se encuentra a 40 minutos, pues te cobraron los 40 minutos. Más la bandera, más el viaje. Sin embargo, un viaje promedio al aeropuerto te debería costar, por ley, unos 45 euros, así que manos a la obra, consigamos un taxi. 

Fue entonces cuando el grupo de personas con chaquetas azules en la vía del Corso tomaron significado, ya que aún estaban en huelga y nos encontramos con que no había manera de llegar al aeropuerto en la madrugada. Tratamos de ubicar un taxi pirata, pero querían que le entregáramos a nuestro primogénito, así que desistimos.

El viernes en la noche, viendo la falta de alternativas, agarramos un bolso, metimos lo que nos íbamos a llevar, y arrancamos al aeropuerto antes de que se fuera el último tren. A las doce estábamos en el aeropuerto, junto con un montón de gente en la misma situación. Razón por la cual conseguir un par de sillas para no tener que sentarnos en el piso helado fue complicado, pero eventualmente las ubicamos y nos pusimos lo más cómodos que se puede en un aeropuerto en la madrugada. La tarjetita de Priority Pass me la metí por el culo. Sin sueño y sin posibilidad de conseguir una posición en la cual dormir, saqué mi PSP y empecé a jugar, viendo a todos a mi alrededor con aire de superioridad. Esto duró 20 minutos porque ahí mismo se le acabó la pila y me dí cuenta de que ni lo había cargado ni me había traído el cargador. La noche fue eterna. Mi esposo recorrió el aeropuerto una y otra vez, se aprendió las vitrinas de las tiendas, memorizó los menús de los restaurantes cerrados, se aprendió los jingles de las propagandas en los televisores. Hacía un poco de frío, pero con dejarse la chaqueta puesta era suficiente. Como un año después, amaneció y pudimos abordar. El vuelo a Milán es corto, dura alrededor de una hora, y del aeropuerto salían autobuses que te dejaban en la estación central. Ese paseo fue bellísimo, ya que las afueras de la ciudad son hermosas, y la arquitectura de los edificios de las grandes compañías que allá operan es increíble. Pasamos todo el recorrido señalando cosas por la ventana, impresionados.

La estación central de Milano es parecida a la conocidísima estación de trenes de Nueva York. Es un edificio antiguo, enorme, altísimo, lleno de detalles por todos lados. Mareados del sueño y del frío, nos desayunamos unos buenos paninos con cappuccinos, y decidimos ir al centro, porque la hora de check-in en el hotel era al mediodía.

Lo primero que vimos fue el Duomo. La ciudad está construida, literalmente, alrededor de esta catedral. Cuando estábamos entrando, en la puerta principal estaba sucediendo algo que tenía a la gente parada a los lados, viendo en silencio. Inicialmente nos pareció que era una especie de cambio de guardia, pues recordaba de cierta manera a la guardia suiza que custodia el Vaticano, así que tomamos algunas fotos, pero luego nos dimos cuenta de que a los lados de la puerta habían coronas de flores. Discretamente, preguntamos qué estaba pasando y nos dijeron que era "el velorio del policía". Sin más información, decidimos entrar a la catedral, porque finalmente, los turistas éramos nosotros. La catedral por dentro estaba repleta de policías en los bancos reservados para oir la misa, y dimos algunas vueltas tratando de verla y de entender que veíamos, pero luego nos percatamos de que efectivamente, lo que estaba sucediendo era que había un servicio especial en honor a un policía caído en la línea del deber (así me lo explicaron luego), así que nos fuimos hacia atrás, y cuando vimos que entraban unos ancianos llorando y luego un ataúd, nos fuimos sigilosamente por la puerta trasera, y decidimos volver al día siguiente. Luego me contaron que el pobre había muerto atropellado por dos gitanos estafadores, pues los mandó a parar y ellos lo embistieron con una camioneta y lo arrastraron por más de un kilómetro. La ciudad estaba conmocionada con el hecho, y en la iglesia, miles de personas lloraban.

Ni siquiera me voy a molestar en hacer la comparación de lo que pasa cuando un policía se muere en Caracas.

El resto del día, y la mañana del día siguiente fueron dedicados a descasar, comer y pasear por la ciudad. Está de más decir que quedamos enamorados de Milano, que es una ciudad hermosísima, y también hijoeputamente fría.

El domingo por la tarde, después de almorzar, nos fuimos relajadamente al estadio para ver nuestro juego a las 3 de la tarde. Llegamos alrededor de las 2 y 50, para conseguirnos que el estadio estaba.... vacío. Ni siquiera los puestos de comida habían abierto. Un par de vigilantes por aquí, un policía por allá, y ya. Aterrados, le preguntamos a un vigilante que a qué hora era el juego, y nos dijo que a las 9 de la noche. Con un derrame cerebral en proceso, le mostré las entradas y nos explicó que cuando se compran las entradas con mucho tiempo de anticipación, la hora del juego no está definida, así que se pone 3:00 pm por default.

Con la amable ayuda de mi hermana en Caracas, de los adorables milaneses de la tienda del Inter, y del Blackberry (digan lo que quieran, pero siempre me saca las patas del barro), logramos habilitar dos pasajes de regreso en el primer tren del lunes, en vista de que no habían trenes o aviones más cercanos a la hora de salida del juego. Antes de tomar esta decisión, nos miramos a la cara y nos preguntamos uno al otro: "¿tú le echas bola?", y como los dos respondimos "yo le echo bolas si tu le echas bola", pues compramos. O compró mi hermana, en Caracas, después de una lucha interminable con las páginas web italianas.

Ya eran alrededor de las 5 pm, y el estadio queda lejos de todo, así que decidimos comprarnos un par de cafés y sentarnos por ahí hasta que dejaran entrar al estadio. Lo que no calculamos era que al anochecer, la temperatura bajaría drásticamente y ya lo que queríamos era café pero para sumergirnos dentro. Helados hasta el cerebelo, entramos finalmente al estadio. (El cuento del juego lo dejo para otro post, porque aquí el futbol es algo especial y merece su lugar propio). Al terminar el juego nos fuimos en los autobuses destinados para tal fin, que nos dejaron frente a la estación del metro, agradecidos por el calorcito. Llegamos a la estación de trenes, nos ubicamos un local que estuviera abierto por los alrededores, y nos sentamos a comer algo y a esperar hasta que nos botaran, ya que nuestro tren salía a las 7 de la mañana.

Y aquí es cuando la historia se pone bizarra. Pero eso también lo dejamos para otro post, porque si no, la gente se me queja de que "mis cuentos son muy largos". Lo cual.... es cierto!

El local cerró a eso de las dos y media de la mañana, así que nos dirigimos, casi corriendo debido al intenso frío, a la estación, solo para encontrarnos que estaba cerrada. Resulta que la cierran de 12 a 4 de la mañana. El panorama fue tan desolador que nos reímos y buscamos refugio en el vano de una puerta, donde pegaba menos brisa. Ahí nos volvimos dos bolas de ropa, y esperamos. Mientras tanto, yo conversaba con mi mamá por el Blackberry, quien en sus 18° de la Caracas en Enero, me consolaba del frío y me recomendaba que dejara pasar algún tiempo antes de hacerle otro gran regalo a mi esposo, porque lo iba a terminar matando.

Finalmente, a las 4 en punto, abrieron las puertas de la estación, lo cual no cambió para nada la situación de la temperatura (hacía tanto o más frío que afuera), pero al menos había sillas. Increíblemente nos quedamos dormidos un rato, como dos bovinos guindando en la nevera de una carnicería. Abrieron la primera panadería a las 6, y creo que para que yo dejara de verlos desde afuera con ojos gigantescos. Ahí nos quedamos hasta la hora de abordar, tomando café caliente y disfrutando del calor como nunca. Ese día descubrí que una de las sensaciones más desesperantes es mucho frío durante mucho tiempo, creo que puede ser un poco traumático y todo, pero también es una de las cosas que más rápido se te curan y se te olvidan.

Una vez dentro del tren, siendo uno de los lentos que se paran hasta en Caripe del Guácharo, apenas arrancó nos quedamos dormidos. Solo me desperté una vez y cuando vi hacia afuera, me dí cuenta de que estábamos en Florencia. Se me dispararon todas las alarmas, ya que en ese momento no lograba ubicar a Florencia dentro del mapa, y mucho menos la ubicaba entre Roma y Milán. Me dió un mini-ataque de pánico pensando que estábamos en el tren equivocado, y que iba a ir a dar a Venecia, pero estaba tan cansada que me quedé dormida pensando que no sería tan malo despertar en Venecia.

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