viernes, 13 de junio de 2014

A veces extraño las flores del Avila

Tengo siglos que no escribo. A veces me pregunto si es que ya no tengo nada que decir. Otras veces pienso que más bien tengo demasiado que decir. Tampoco tengo mucho tiempo disponible, y en mi caso el proceso de escribir es incluso más lento que el de dibujar, y odio escribir por compromiso. Finalmente me doy cuenta de que quiero decir un montón de cosas, pero que me he autoimpuesto una censura fastidiosísima producto de las ladillisimas discusiones en el fb. Para lo cual asumo que alguien lee esta vaina, y una vez que establezco que eso es paja, que ya ni mi mamá le para bolas, termino admitiendo que esto no es más que hablar sola en el metro, y una vez más soy capaz de escribir lo que me da la gana.

Entonces, como me iba diciendo...

En estos días el tema de la emigración venezolana está nuevamente de moda. La historia se repite, una y otra vez, como decía Ursula en 100 años de soledad. Cada cierto tiempo ocurre algo en Venezuela que levanta las expectativas y esperanzas de la gente, para luego disolverse en la rutina y el conformismo llegando misteriosamente a un estado aún peor que el inicial. Justo después de la aparatosa caída la gente vuelve a abordar el tema de la inmigración furiosamente, los blogs de emigrantes se llenan de comentarios, y las historias de fracasos son repetidas una y otra vez hasta convertirse en leyendas urbanas. Rara vez se comparten las de éxito. Pienso que es la gente, asustada ante la perspectiva cada vez más cercana y real de que esta será la única opción para una vida relativamente normal, dándose palmadas en sus propias espaldas y auto convenciéndose de que los que se fueron pasan tanto trabajo como nosotros.

Bueno, probablemente si, y en muchos quizás más. Pa'qué voy a decir que no si si. Acaso será mentira que aquel día en el que la temperatura bajó 10º sin avisar y que el bus nos dejó botados en el medio de la nada a las doce de la noche yo cerré los ojos y me pregunté que qué coño hago aquí. O que suspiro enfáticamente extrañando mi carro con aire acondicionado mientras me monto en el bendito tren sin ningún tipo de ventilación a 36ºC. 

A estas alturas del camino ya estoy absolutamente segura de que emigrar no es para todo el mundo, y francamente, ya hasta dejé de recomendarlo. Uno se encuentra con demasiados sinsabores en el destino. Trancas burocráticas que ni siquiera te podías imaginar al planificar. Dificultades con el idioma, y ya ni siquiera estamos hablando de saber o no hablarlo, es simplemente esa imposibilidad de ser naturalmente graciosos o irónicos en un idioma nuevo, o de poder captar sutilezas que cambian por completo el significado. Y yo que hablo con 80% de ironías, no se imaginan lo silenciosa que me he vuelto. A veces lo intento, o sea, hablar, pero después de dos o tres miradas de evidente perplejidad, desisto, y digo que nada, que qué bonito tu dibujo, qué te parece el mío. Más de una sutileza me ha dejado con los crespos hechos sumida en una complicación totalmente innecesaria, en un estado de confusión absoluta, que un tiempo después, y usualmente por alguna casualidad, se aclara y es seguido por un largo Oh y una mentada de madre con epicentro en el hígado.

Hay todavía un montón de misterios que no hemos podido resolver. La basura es uno, por ejemplo. No se imaginan la cantidad de dificultades que hemos tenido con ese bendito asunto. Parece bastante simple para el ojo no entrenado: vidrio por un lado, plástico por el otro, papel y cartón, orgánicos, y finalmente, todo lo demás que no es reciclable. Primer día: cartón de pizza en "todo lo demás" porque tiene restos de comida. Me lo devuelven, porque es cartón. Lo pongo en cartón, y me lo devuelven, porque tiene grasa. Conclusión: lo pongo desmenuzado en una bolsa negra para que dejen de joder. La comida del gato viene en unas latitas que usualmente quedan con unas partículas de comida y un poco del líquido. En un día y medio esa lata huele peor que un muerto de una semana. Los del aseo me reclaman porque la basura huele mal, así que debe contener orgánico y que orgánico va en otra bolsa. Finjo demencia y los ignoro: no pienso fregar latas de comida de gato usada. Esta última semana boté algunas pinturas de uña en la basura, y al día siguiente las conseguí delicadamente organizadas frente a la puerta. Estaban dentro de una bolsa que tenía desde papel toilette hasta polvo de la aspiradora. Desde ese día me atormentan las dudas y las preguntas. Finalmente opté por contrabandearlas una por una en cada bolsita, discretamente escondidas dentro de otra cosa, como si yo fuera un preso abriendo un hueco en mi celda y ahora tengo que botar la arena por los pasillos. Tengo que admitir también que mi internet del primer mundo es más bien como que del segundo mundo, ya que a los italianos esto de la tecnología aún no les entra muy bien, y más es el tiempo que paso haciendo reload que el que paso navegando, aúnque en el papelito digan 20 mb y se pague una barbaridad en la cuenta. Nada que hacer para mejorar, por cierto. El cambio se pierde en un laberinto dantesco de papeles así que resignadamente, vuelvo a darle F5 y cada cierto tiempo, exploto en una nube combinada de insultos en italiano y en venezolano a los dioses del internet. 

La cuestion del clima, que ya he mencionado un montón de veces, es uno de los temas que más le cuestan a los emigrantes. Por ejemplo, yo pensaba que la primavera era esta época bellisima de colores y alegría, flores y niñas en columpios por doquier, donde todo es como CSI Miami: dorado, hermoso y obvio. Lo único obvio es la puta alergia que tengo desde hace un mes, que me tiene mareada a punta de antialérgicos y de estornudar 150 veces en un día. El polen viaja en bolas del tamaño de un puño, es visible, está ahí, no es un mito aceptado como el de las flores del Avila: lo puedes ver como llega a tu cara y explota en un billón de partículas compuestas de lágrimas y mocos. Me pica el cerebro por dentro, me arde la garganta, los ojos me lloran continuamente, y yo me asomo y miro desolada por la ventana como absolutamente todas las casas del mundo están forradas de unos arbustos bellísimos de florecitas blancas que huelen a arena de gato y están acabando con mis vías respiratorias. Y ojo: yo soy una persona alérgica por definición, pero esto no tiene precedentes.

Y ahora viene el verano, con sus aterradoras ráfagas de calor mortal con nombre y apellido. El primer verano nos agarró mal preparados y mi computadora se derritió. Este año ya pasó Cíclope, uno de los anticiclones africanos con nombre más ridículo hasta el momento (Nerón fue mucho más decente, vamos) y nos llegó hasta 36º, una tontería, estoy clara, comparado con lo que viene más adelante. Lo único que me consuela es que todas y cada una de las nefastas florecitas blancas sufriran una muerte lenta y cruel bajo el sol inclemente del infernal verano romano.

Para concluir, estos y muchos otros detalles hacen que la vida del emigrante no sea fácil. Y que la gente tenga razón al decir que no se van a ir de su maravilloso país a pasar trabajo en otra parte. Sin embargo, si en el momento en el que yo me monté en el avión hubiera sabido todo lo que iba a pasar al llegar aquí, igualmente me hubiera montado. Porque pasar trabajo por pasar trabajo no es mi hobby, y la diferencia radica, principalmente, en que afuera uno tiene por lo menos un chance de mejorar la situación después de un tiempo, lo cual es diagonalmente opuesto a lo que pasa en Venezuela desde hace más de diez años, donde el estatus quo se ha deteriorado constantemente, y en donde las personas se han ido acostumbrado a una serie de barbaridades impensables, pero que de tanto verlas se han ido filtrando dentro de la rutina y ya nadie sabe ni se interesa por el nombre del último muchachito que mataron el las protestas, porque ay mija, es que son tantos que no hay quien pueda acordarse 

O si no, levanten la mano aquellos cuya situación es mejor ahora que hace dos años. O hace un año. O hace seis meses.

3 comentarios:

Dayana dijo...

Vanesa tu siempre tan acertada, y reforzando mi teoria una vez más, hay que ponerse los patines y huir

ensagc dijo...

Muy buena Vanesa, me miró en ese espejo. Un abrazo

Alphz dijo...

Chica, y es que extrañar tu país, extrañar esa comodidad es normal... pero nos malcría, Venezuela ya no es lo que recordamos y nunca lo será, tenemos que enamorarnos de lo que tenemos porque es bonito, porque nos hace suspirar, porque nos da seguridad, porque es nuestro.

Hasta la alergia que conlleva es nuestra y hasta esos mocos infernales pueden ser bonitos si los miras de esa forma.

Los quiero flaca, y les deseo lo mejor de este mundo... hasta les deseo un polen y una ola de calor estupida, porque eso forma parte de su vida hoy por hoy. besos.