Suelo escuchar, entre los representantes políticos y en los medios de comunicación, que lo que está sucediendo en Venezuela es culpa de todos. También lo dicen algunos de mis profesores del postgrado, algunos de mis tíos y conocidos, y algunos de mis amigos también comparten esta noción.
Yo no estoy de acuerdo. Esto que está pasando, culpa mía, no es.
Le explico por qué.
No me estoy lavando las manos ni nada por el estilo, muy al contrario: suelo responsabilizarme de mis errores y trato de emprender las acciones correctivas inmediatamente. Aquellos que han trabajado comigo pueden dar fe que no suelo detenerme en buscar culpables, más bien mi reacción inmediata es buscar soluciones. Claro, es importante eventualmente buscar y ubicar culpables, pero más que para aplicar castigos, para aplicar correctivos, no vaya a ser cosa que el error se nos repita todos los días.
Cuando aquello de los 40 años de democracia y corrupción y los 80 del ta'barato dame dos, yo (y mi generación, la llamada por la de nuestros padres "Generación X"), o no habíamos nacido, o éramos unos muchachitos.
Ahí acaba mi explicación.
Es decir: cuando los venezolanos andaban parrandeando en los Miamis y en las Europas, conocidísimos en todo el resto del mundo por su inagotable capacidad de gastar dinero, gracias a esta bonanza petrolera que fue y sigue siendo nuestra perdición, la descomposición social del país ya había comenzado. El desorden, la corrupción, la falta de amor por las leyes, ya habían arrancado y de qué manera. Claro, yo sí lo recuerdo: nunca entendí muy bien por qué un Toronto no me dejaba ver mis comiquitas en las tardes si ya había hecho mi tarea, (Luis Herrera hacía interminables cadenas presidenciales con una frecuencia insoportable), y pensaba que el cuento Manzanita, de Julio Garmendia, era una historia de la vida real. (Las manzanas que se conseguían en aquella época eran pequeñitas y superácidas, ya que habían impuesto restricciones a la importación y no se conseguían manzanas grandes en ningún lado. El cuento comenzaba: "Cuando llegaron las grandes y sonrosadas manzanas del norte, la manzanita criolla se sintió perdida...")
Ahora, de los efectos sobre las restricciones al libre comercio sobre la industria nacional, no había nada en mi pequeña cabecita de 6 años. Yo solo quería mis comiquitas, y lamentablemente, no tenía interés sobre temas sociales y de radicalización de la corrupción, ni nada por el estilo. Llámenme fatua si quieren, pero yo lo que quería era saber si Candy se iba a casar con Terry o no.
Avancemos un poco más y lleguemos a los años de adolescencia: durante mis años de primaria y secundaria puedo recordar tres eventos fueron de vital trascendencia para el país. El Caracazo, el primer golpe de estado, y un poco más adelante, el segundo. Aunque confieso que no entendí su significado hasta mucho más adelante, pues en aquellos años en el colegio nos estaban hablando de Sucre, de Bóves, haciéndonos memorizar fechas patrias y nombres de próceres, más que explicándonos la trascendencia de sus actos. Del Caracazo, la verdad, casi ni me enteré. Supongo que mis padres decidieron protegerme del horror que se vivió en aquella época en la ciudad. Nunca interpreté el golpe de estado como algo más que un suceso aterrorizante que nos tuvo en vilo por muchos días. La caída del gobierno de Carlos Andrés Pérez fue otro suceso que viví sin realmente captar sus implicaciones. No voy a tratar de convencer a nadie de que a los quince años yo estaba en capacidad de hacer la evaluación financiera de la situación y de llegar a la conclusión de Carlos Andrés estaba tomando el camino correcto, y mucho menos voy a pretender que pude haberle hecho recomendaciones para que la población aceptara sus cambios. Aunque, francamente, de haberlo entendido y de haber hecho las recomendaciones, dudo que alguien me hubiera tomado en serio.
Una vez en la universidad, ya más crecidita y un poco dueña de mis acciones y opiniones, puedo decir con mi conciencia limpia que al adquirir mis primeras nociones políticas, económicas y sociales, he hecho los aportes que me corresponden a la sociedad que me ha tocado. Yo he votado consistentemente en contra de Chávez desde la primera oportunidad. Asistí a mítines, escuché a los candidatos, leí la información disponible (en las últimas 18 elecciones que han habido), marché, hice campaña, videos subersivos, fui miembro de mesa, lloré, grité, y hasta arriesgué mi propio pellejo por este país.
Por las razones antes expuestas, insisto en decir que lo que está pasando en la actualidad no es mi culpa.
Nosotros llegamos cuando el mal estaba hecho. A nosotros nos están entregando esto, que es como una casa en la que hubo una gran fiesta donde todo el mundo bebió y se emborrachó, donde los muebles y los adornos fueron destrozados, tumbaron las lámparas, rayaron el parquet del piso, arrancaron las cortinas y las llenaron de vino tinto, se comieron toda la comida y se fueron. Y ahora, a nosotros, que la verdad tuvimos una infancia de lo más linda y ahora somos unos adultos bastante presionados y un poco traumatizados, nos queda la bonita perspectiva de lavar el vómito de las paredes y de quitar la comida pisoteada con una espátula pequeña. Eso si: de ladito y callados, ya que nuestros mayores no quieren perder su protagonismo y quieren salir más adelante diciendo que gracias a ellos la casa quedó muy limpia.
Y ya que la cosa es así, pues bueno, habrá que limpiar. Eso si: al César lo que es del César. Si nosotros somos la Generación X, la anterior es la Generación Nula.
Y si después de haber leído todos mis argumentos usted sigue pensando que es mi culpa, yo le voy a hablar en sus propios términos para ver si me termina de entender.
No es mi culpa: es culpa de mis hijos. Los que no he tenido, pero que cuando los tenga, y crezcan y sean adultos, les podré decir, así como usted a mi: "hijo, este desastre de país que te heredo, es culpa tuya".