lunes, 18 de agosto de 2008

La mosca en la sopa

Fuimos a la playa este fin de semana. Decir la playa es un eufemismo, ya que desde hace años es una locura meterse en esas aguas. Las playas de Río Chico se fueron enturbiando con el pasar de los años, hasta adquirir la apariencia de una sopa de arvejas con paticas de cochino. La última vez que me bañé ahí fue hace nueve años, y un par de días después me veía como una cobija floreada, con tanto microorganismo oportunista haciendo su agosto sobre mi piel. Personalmente, considero que las personas que frecuentan esa zona y sumergen sus humanidades en semejante caldo biológico constituyen el futuro de la raza humana: aguantan lo que sea.

Retomando la idea, contaba que fuimos a la costa este fin de semana, buscando alejarnos un poco del despelote citadino. Nos quedamos en un apartamento con piscina y vista al canal. Los canales, por cierto, tampoco se han salvado del vil paso del socialismo y de la desidia: las aguas están tan turbias que es imposible adivinar lo que hay en el fondo. Uno se vuelve un poco paranoico, ya que de vez en cuando se ven burbujas en la superficie, uno que otro movimiento anormal en el agua formando ondas, algo que se asemeja a una aleta... no puede ser nada bueno si es capaz de sobrevivir en semejante medio. Tal vez sean los más asiduos bañistas de las playas, que mutaron y desarrollaron branquias y un sistema de visión capaz de atravesar la materia sólida. Sea lo que sea, después de algunas horas al lado del canal es imposible evitar una miradita nerviosa de reojo, cada cierto tiempo.

Resignados hace muchísimo tiempo a ir a la playa sin playa, y a ir a los canales sin canales, agarramos nuestros corotos y nos presentamos en la piscina con Pink Floyd, cornetitas, cavita con bolsita de basura amarrada a una de las asas, protectores, bronceadores, sombreros, libros, revistas y hasta flotador. Apenas dispusimos nuestras majestuosas posaderas en las sillas y estiramos los deditos de los pies con satisfacción, apareció en pleno la familia Telerín. Los nuevos del edificio. Primero bajaron unas 6 personas y pusieron una mesa con un mantel floreado en la sombra de unas palmeras, con varias sillas. Mi muñequito del msn levantó una ceja en ese momento, pero decidí darles la oportunidad. Al rato bajaron varios niños pequeños, que se lanzaron en la piscina y procedieron a encharcar todo en poco tiempo, incluyendo las cornetitas y las revistas. Rápidamente rescatamos a Pink Floyd del naufragio y lo llevamos a tierras más altas, decididos a no permitir que nada empañara nuestro breve paréntesis. Luego bajaron más personas con un reproductor amarillo que no ofrecía buen augurio. Era una familia grande, para nada tímida, cuyas edades variaban entre 5 y 55 años, con una marcada preferencia por las gorras y las camisetas rojas. Mi conclusión personal, y me disculpan el atrevimiento, es que eran un producto bastante estereotípico de la nueva Boliburguesía. Conteo final: 18 personas.

El reproductor, primero tímido, tocó durante unos minutos en un volumen moderado. Al cabo de un tiempo, decidimos guardar a nuestros australianos en la cartera, en parte porque se habían vuelto puramente ornamentales, y en parte porque peligraban entre tanto chapuzón infantil. Una señora gorda, presumiblemente la matriarca del grupo, subía y bajaba con un platón repleto de empanadas, las cuales aparentemente les infundían valor, porque al cabo del tercer plato ya tenían reaggeton a todo volumen y gritaban al tope de sus voces, incluso al lado nuestro, totalmente ajenos al resto de los presentes en el sitio.

Tratando aún de mantener el espíritu ligero que no me caracteriza, traté de ignorar la violenta invasión de nuestra privacidad y espacio personal, y seguí conversando como si nada. Mis dos acompañantes también hicieron de tripas corazón y, con algo de colaboración de los empresarios de Smirnoff y Frica, transcurrieron algunas horas de precaria convivencia con nuestros nuevos vecinos.

En un punto de la tarde, me quedé pensativa, con la mirada perdida en el horizonte, mientras cavilaba acerca de mis prejuicios. Pensaba con algo de arrepentimiento en mis primeras impresiones de los vecinos. Que no es posible que a la primera vista de una prenda roja yo arrugue la nariz como si se tratase de un zorrillo. Que tal vez la equivocada sea yo, y es normal que los demás pongan aromatizadores de baño en sus escritorios. Que a lo mejor estoy muy amargada, y realmente no vale la pena molestarse porque los niños de otros mojen tus electrónicos, tus libros, tus toallas y tu ropa.

En ese momento, mis pensamientos se vieron interrumpidos por mi esposo, que sostenía algo en la mano, y nos decía: "¿Qué será esto? Estaba en el fondo de la piscina". La combinación de piscina y vodka le suelen inducir la búsqueda de pequeños tesoros perdidos en el fondo del agua. Mientras todos mirábamos su mano con curiosidad, él súbitamente abrió muchísimo los ojos y lanzó lejos el objeto nadador no identificado. Lo lanzó con tanta fuerza que cayó en el canal. Inmediatamente se salió del agua, dejándonos dentro, completamente sorprendidos. "Hay otro en el fondo", dijo, "sálganse". "¿Otro QUÉ?" El nos señaló algo que flotaba, inocentemente, en el agua a unos metros de nosotros.

Y ahí estaba. Como una evidencia implacable de la pírrica realidad nacional. Gritándome a todo volumen y sin necesidad del reproductor amarillo, que no importa cuanto trate de hacerme la vista gorda con respecto al estado de las cosas, siempre podré contar con esos pequeños detalles que me regresan de un empujón a la dura verdad. Me acordé de que tenemos playas, pero están contaminadas. Tenemos llanos, donde secuestran a los hacendados. Tenemos selvas, invadidas por la guerrilla. Tenemos petróleo, que financia nuestra propia destrucción. Terminaron la carretera que comenzaron hace treinta años, pero ya se rompió un pedazo. Que nuestra gente es tan alegre y tan jodedora, que se caga en sus propias piscinas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Vane,

Eeeeewwww!

Impresionante. Una historia de antología.

Anónimo dijo...

Vane: Creo que Víctor como que ya necesita lentes! ... y un buen desinfectante! (jeje)
La próxima vez que primero lo huela y lo pruebe, y cuando sepa lo que es, entonces que llame a María! jajaja!!
QUE ASCO!!

Anónimo dijo...

... y pensar que tocó mi guitarra de Guitar Hero!!!.. YA LA QUEMO!!!!!

Que bolas... ;)

Heishiro..