Conozco varios empresarios importantes que sienten inclinación por contratar mujeres para ciertos puestos clave en sus empresas. Sin embargo, reconocen que la preferencia se ve limitada exclusivamente a algunos puestos. El razonamiento detrás de esta preferencia se basa en que estos individuos han observado a lo largo de los años que las mujeres suelen ser más honestas, más ordenadas y más dedicadas. Evidentemente, me aclaran, no es una regla infalible, pero mejora considerablemente las estadísticas. Incluso conozco a alguien que tiene una predilección marcada por contratar madres solteras para los puestos gerenciales, ya que cuidan más a sus trabajos que cualquier otro, y suelen ser más agradecidas cuando se les presta apoyo y se les dan buenas oportunidades.
Yo, por mi parte, evitaría contratar mujeres con tanto cuidado como evitaría a los vampiros, hombres lobo y Death-Eaters que se presentasen a la puerta de mi negocio con un curriculum perfumado. Bueno, tal vez exagero: un vampiro sería super útil como cuidador nocturno de un almacén.
Tal vez, si no me queda más remedio, (pero de verdad que tendría que ser casi casi que a nivel de amenaza legal), contrataría a una solita y la convencería de que es la reina de la oficina, la reina del arroz con pollo y la reina pepeada, y la obligaría a usar uniforme.
Que extremista, estarán diciendo. Pero mis razones son simples y están fundamentadas en múltiples observaciones que documento con cuidado en mi memoria de mujer infalible, inborrable, e inmensa. Incluso estoy en vías de desarrollar un teorema que demostrará definitivamente el número de mujeres coexistiendo en el mismo ambiente que hace falta para que una compañía entre en resonancia. Estaba a punto de demostrar mi tesis, pero mis experimentos se vieron interrumpidos por una campaña fulminante en contra de uno de los sujetos de observación.
Una mujer, aislada de la presencia tóxica de otras de su mismo género, puede ser capaz de lograr muchas cosas. Una mujer, rodeada de muchas otras, no tanto. Es preciso aclarar algo antes de continuar: la falta de inteligencia, de proactividad, de creatividad, de responsabilidad o de carácter, no se relacionan con el sexo. Existen las mismas probabilidades de que tu compañero hombre sea un idiota a que tu compañera mujer lo sea. El problema que estoy planteando es añadido a esta situación: las mujeres tenemos una desventaja adicional en el mundo laboral, porque las pocas que sirven, se terminan autoanulando al entrar en contacto con otras.
Cuando dos hombres tienen una diferencia laboral, o incluso personal, por lo general la resuelven con un gesto agresivo, un par de palabras fuertes (¿Cual es tú problema conmigo?) una mirada iracunda, y una respuesta brusca. Después de un rato, estos dos siguen hablando, y seguramente hasta se toman las cervecitas de siempre al salir. La misma situación entre dos mujeres activa un millón de mecanismos ocultos. Elucubraciones, miradas de reojo. Un correo traicionero, certero, y disfrazado de inocencia. Un memo olvidado justo en el lugar indicado para ser visto por los ojos incorrectos. Una visita a la peluquería y la mejor pinta al día siguiente, para reunirse con el jefecito. En pocas horas, se tejió una intrincada maraña de intrigas y susurros, miradas de reojo y ojitos furtivos.
Un hombre se viste para ir al trabajo. Seguramente, está pendiente de varias cosas: su comodidad, su aspecto, y la imágen de éxito que desea proyectar. Ah, y que no lo chalequeen los compañeros: no es mentira eso de que más duelen los cachos que el chaleco. A más de uno he visto abandonar una blusita medio extravagante por haber sido objeto de las más crueles y divertidas burlas durante ocho interminables horas. Una mujer también está pendiente de eso, evidentemente. Pero también está pendiente de otras cositas. Qué se pusieron sus compañeras los días anteriores puede ser una pregunta crítica, capaz de arruinarle la semana a más de una. Quien es la primera que aparece con el último grito de la moda, es otra pregunta que mantiene más de un alma en constante vilo, ya que como sabrán, la moda también es mujer y se la pasa gritando como una guacharaca loca. Y más de una termina disfrazada de guacharaca, en su afán por andar luciendo en primicia exclusiva cuanta idiotez inventan los empresarios tratando de vender mil veces el mismo producto.
La ropa y los accesorios (incluyendo el carro, y el marido en ciertas ocasiones), son un sumidero inagotable de energías femeninas, pero lamentablemente no son el único. Conozco una psicóloga que sostiene la tesis de que las mujeres usan el peso de la misma manera que los hombres el dinero. Algo parecido a lo que yo he dicho en varias ocasiones: las mujeres están constantemente midiendo al ojo por ciento cuanto ha adelgazado la otra, cuanto ha engordado, si fue que se operó o se tomó unas pepas magicas, en fin, un montón de pequeñas miserias regordetas que también consumen una buena porción de energía y tiempo productivo.
Sin embargo, el aspecto más complicado, agotador y duro de trabajar con mujeres es la competencia. Las mujeres suelen ser exageradamente competitivas. Y no me estoy refiriendo a la competencia laboral, esa en la que los miembros de ambos sexos se arrancan las cabezas por ser los mejores profesionales, o por destacarse sobre los demás con buenas ideas o con extraordinaria eficiencia y proactividad. Me refiero a ese aspecto que Disney ilustró magistralmente en más de una de sus comiquitas: la competencia de las princesas. Esto es una verdad infalible y universal: todas las mujeres quieren ser las princesas del cuento. Les importan tres pepinos que el príncipe no exista, y son capaces de lo-que-sea, con tal de ser la más bella de la historia, la reina de la comarca, la preferida del rey. En un entorno laboral, esta competencia mágica se disfraza de competencia real, y es ahí donde se complica la cosa: de pronto, fulana y sutana no pueden trabajar juntas, mengana trabaja mal, y todas piensan que a perenceja hay que botarla a la brevedad posible. Y en realidad lo que pasa es que a fulana le saca la piedra que sutana y mengana sean más bonitas, pero fulana tiene un marido mejor que sutana y perenceja es más alta, y berengana y berenjena son futanas, y por ahí se empezó a desenrrollar una cabulla que es dificilísimo parar.
Lo más poético de todo esto, es que casi siempre, en sus intentos desbocados de aprincesarse a juro, terminan siendo las brujas de la historia. Y si el jefe es hombre, pues peor que peor, porque las tendencias gallinísticas se intensifican bárbaramente, y el cuento de hadas corre el riesgo de convertirse en una historia de terror.
Tal vez estas situaciones fueran un poco menos dramáticas si cada mujer, al ser contratada, fuera recibida con el brochure de la empresa, su descripción de cargo, y un espejo parlante, que le dijera constantemente: "En este reino, la más bella eres tú".
5 comentarios:
a esa competencia laboral te falto añadirle el genero humano de: "mira como te piso", porque si las peleas por ser la princesa son inmamables, imaginate si las princesas tienen posibilidad de ser reinas... a mas de una que se jugo las cartas la he visto despues casada con el jefe y mandando a las que estaban por encima, con un aire de: "yo no me gane esto, me lo merecia, ahora vete y haz tu trabajo de una vez por todas"
Me pregunto que te habra inspirado a escribir tan veridico relato... de verdad... la intriga me mata!! jejeje
:D
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia!
Veo que te la estás llevando muy bien con tus amigas laborales.
Buenísimo, ya solo quedamos siete, y somos las mejores amigas!!!!
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