domingo, 18 de diciembre de 2011

Cocosette para el alma


Homesick es una palabra que creo que no tiene equivalencia perfecta en español. La traducen como "nostalgia", pero el hecho de incluir la palabra home me hace pensar que se refiere específicamente a la nostalgia del hogar. Siempre me había preguntado como se sentía eso: ¿ganas horribles de llorar? ¿un nudo en el corazón? ¿o en el estómago? o... ¿unas ganas chiquitas de llorar, todo el tiempo? Me preguntaba también... ¿y como te las quitas? ¿te las quitas alguna vez? Una de las preguntas más difíciles que me tuve que hacer cuando me fui de mi país fue esa. ¿Es que vale la pena cambiar una cosa por la otra? ¿Qué es más importante? Eventualmente, me di cuenta de que no tenía respuesta para ninguna de las preguntas que me estaba haciendo y más bien las preguntas generaban más preguntas. Finalmente, decidí que para saber si podía sobrevivir el homesick tenía que entenderlo primero.

Pues una vez aquí creo que ya puedo empezar a entender qué significa. Yo se que no ha pasado tanto tiempo, pero créanme: las navidades no ayudan. No es un dolor insoportable, ni unas ganas de llorar que no se te quitan nunca. Es como una cosita chiquita que tienes agazapada en un rinconcito. Imagínense un camaleoncito. A veces anda por ahí relajado, durmiendo, y se confunde con el resto y ni te acuerdas que está ahí. En ciertas ocasiones, aparece y te da un lengüetazo certero que te deja un poquito mareado y asustado. En esos momentos es que yo me me pongo toda filosófica a reflexionar si está bien lo que hicimos, cuales son las cosas importantes en la vida, qué tipo de persona soy por armar mi sistema de valores de esta manera y no de otra, y entro en un espiral analítico rarísimo del cual casi nunca saco una respuesta, porque todo es subjetivo y depende del cristal con que se mire y toda esa paja. Me consuelo pensando que no soy la primera que lo hace, me acuerdo de que la mayor parte de mi familia y amigos ya hicieron lo mismo, y que de los que quedan, muchos están o en proceso o en análisis. Trato de acordarme de que la mayoría de los que se fueron sobrevivieron y están bien. Pero no importa cual sea mi argumento, al final, el camaleoncito queda ahí vibrando en la boca del estómago, maripositas tristes que me dan ganas de llorar, porque extraño mucho a toda mi gente. Tratando de aplacarlo, le doy un poquito de moccacino di nocciola a mi camaleoncito con un pedacito de cocosette, lo pongo a jugar con mi gato un rato, y me voy a pasear por mi hermosa ciudad. Eso lo calma por unos días, hasta que me ponen alguna triste canción navideña que me hace llorar por diez minutos seguidos y me deja moqueando las próximas dos horas.

Sin embargo, y a nuestro favor, escogimos bien nuestro destino. A pesar del frío horroroso que empezó a hacer ayer en la tarde (no ha parado de llover en tres días y hay una brisa muy fuerte que bajó la temperatura más de 10° de golpe), Roma es una ciudad que ayuda a olvidar las penas. Algunos podrían decir, basado en todo lo que he escrito y publicado hasta ahora, que te las hace tragar, pero no es solo la comida lo que la hace encantadora. En este momento, me veo en la obligación de aclararles que de Venezuela lo que extraño es a mi gente: mi familia y mis amigos, los viernes en la noche, las arepas de arepera (porque arepa casera comemos cuando nos da la gana), los perros de Las Mercedes, Puerto La Cruz y a mi carro. De resto, a Caracas no la extraño ni un poquito. No extraño la violencia ni la hostilidad de sus habitantes, ni la sensación constante de peligro. No extraño las colas, ni el terror que le tenía a la lluvia por su impacto en el tráfico. No extraño que se me coleen en todos lados, ni los motorizados, ni a la policía, ni al gobierno metido hasta en mis pantaletas, ni la frustración de tratar de hacer cualquier cosa en esa ciudad y no poder. No se como será este año, pero hasta el año pasado, yo había contado once diciembres sin sentir realmente que era navidad. Entre elecciones, amenazas, secuestrados, y la peladera de todo el mundo, es como difícil mantener el ánimo festivo por más de dos días. A mí que me encanta comprar regalos, también eso se me había vuelto terrible: entre que no hay nada y lo poco que hay está carísimo, luego no me provocaba ni envolverlos. 

Aunque este año mi arbolito no tiene casi regalos abajo, y mi familia y mis amigos están muy lejos, mi espíritu navideño no está tan alicaído como pensé que iba a estarlo. Mi arbolito de navidad, por primera vez, es natural. Mi casa huele a pino, sobre todo en la mañana. Es un arbolito mínimo, porque tuvo que ser traído en un carrito de mercado de esos de viejitas desde muy lejos, en tres autobuses. Es tan pequeño que aún cuando está adornado por detrás y hasta por debajo, nos sobraron la mitad de los adornos que optimistamente le compramos. Tiene una hermosa estrella plateada totalmente desproporcionada en la punta. No es fashion ni cool: es super navideño. En las noches, y sobre todo los fines de semana, vamos al centro a ver las decoraciones. Aquí la gente es amante de lo tradicional: ellos aman sus arbolitos verdes con lucecitas, sus monumentos de mármol clásicos, y su comida italiana. Si les cambias cualquiera de estas cosas se molestan y arman unas pataletas horrorosas. Este año, algún creativo trató de pensar fuera de la caja y quiso hacer algo especial, por lo que decidió cambiar el arbolito de la Piazza Venezia, uno de los símbolos locales de la llegada de la navidad, por un cono plateado decorado con una guirnalda con los colores de la bandera, que casualmente, son también los de la navidad. En dos días tuvieron que desmontar el arbolito y montar uno natural, tal fue el berrinche que armó la gente. No me dieron ni tiempo de verlo. Acoto que este arbolito está frente al monumento a Vittorio Emanuele, que tampoco les gusta porque se sale de lo convencional romano (aunque a mi me encanta y siempre que paso por ahí lo miro como si fuera la primera vez). Las calles están llenas de adornos y de luces, y no solo las del centro. Incluso mi urbanización, por más botada que está, tiene adornos enormes de estrellas y arbolitos. En todas las plazas hay ferias de navidad, en la mayoría de las tiendas hay muñecos y ofertas, y hasta la ropa es navideña. Los centros comerciales están inundados de gente, todo el mundo con bolsas y helados en las manos. Se quejan de la crisis, y viven en una sola berreadera de que así no se puede vivir, pero caramba, que bien viven.

Una de las cosas que más afecta al que se va es saber que en el sitio de donde salimos, la vida continua, estés o no estés. Afortunadamente, decidí vivir en la época de la informática, y por más que critiquen a Facebook y a Twitter, el hecho de poder seguir más o menos la vida de mi gente me ayuda a no sentirme tan alejada de todos. Reconozco que, aunque me encanta contar como es todo aquí y lo que hemos aprendido y los tortazos que nos hemos dado, me gusta aún más que me cuenten que están haciendo todos, aunque sean las rutinas neuróticas diarias de los caraqueños. Odio cuando me contestan "bueno, aquí, lo de siempre, y tú?" porque ya mi parte la sé, yo quiero que me cuenten la que no sé porque no estoy ahí. Mi camaleoncito y yo agradecemos la existencia de Blackberry, Google Talk, Skype, Ventrilo, FB chat, Whatsapp, y TheSimsSocial. A veces, hasta mando a la gente a leer mi blog, para no tener que contar todo y más bien aprovechar para que me cuenten a mi. 

Afortunadamente, mi camaleoncito no es tan difícil de complacer, sobre todo cuando nos mandan de regalo de navidad una maleta cargada de ron, chucherías y amor, y aunque hay días en que anda enfurruñado y sentimental, hay otros en que ronronea satisfecho en un rinconcito.

4 comentarios:

Konrad Koesling dijo...

Excelente articulo!

Anónimo dijo...

HERMOSAS PALABRAS!!!

Oscarpintero dijo...

Muy bien articulados tus bellos sentimientos. Dile al camaleón que duerma 12 horas y que trabaje poco. Que recuerde que es venezolano.. besos.

Amfer dijo...

De principio a fin simplemente excelente... Que manera de describir lo que siente el que esta fuera de su pais y probablemente no tiene las palabras para plasmarlas como lo has hecho tú. Un beso.