En los últimos tiempos, mi vida se ha reducido trágicamente a la logística que rodea la cola. El tiempo siempre ha sido mi gran enemigo: nunca me alcanza para las cosas que quiero hacer, y cuando estoy esperando algo, se estira insoportablemente.
Este año, mis energías han sido succionadas de manera inclemente por la culebra mecánica que recubre las calles de la ciudad. Todo el tiempo estoy repasando mentalmente mi itinerario del día, verificando que no se me olvide nada. Consolidando cargas: tengo que ir para Chacao, así que no puede ser un martes, y también debería comprar un regalo que tengo que dar en agosto en el Sambil, paso de una vez por Bello Campo y pago el seguro, aunque no se vence sino hasta dentro de dos meses pero así aprovecho el viaje... Y resulta que son las 5 de la tarde y todavía estoy en la cola y no he hecho ni la mitad de las cosas que planifiqué, viéndome forzada a reevaluar la estrategia, volver a incluir los ToDo en la lista, y volver a consolidar.
Evitando la agresividad de la autopista, la incertidumbre del Cafetal, y la locura de Las Mercedes, he buscado rutas alternativas que ni sabía que existían. Y esto no puede ser más cierto: estuve unas 3 horas sentada con Google Earth, Google Maps y un mapa actualizado de Caracas, trazando rutas y leyendo nombres de calles, hasta lograr una ruta medianamente satisfactoria. Los primero días tuve que andar con un papelito con las direcciones anotadas: "en la calle X a la izquierda, luego en el semáforo a la derecha...." y con todo y eso me tuve que devolver un par de veces. No voy a revelar mi nueva ruta ni muerta. Y si el individuo del helicóptero sigue recomendando los caminos verdes, lo voy a tumbar de una buena pedrada. O lo voy a atormentar en Facebook mándandole miles de gadgets hasta que desista. Terrorismo electrónico del más ultramoderno.
¿Quien no se ha visto sumido en la desesperación de una mala elección de ruta, y quedado atrapado por horas en una cola? Para mí, eso es la definición del infierno. Cada minuto una autorecriminación: "para qué te pones a inventar", "si hubieras cruzado a la derecha", "pero si te dijeron que estaba trancado para qué insistes". ¿Nunca ha llorado en una cola? A lo mejor suena un poco trágico, pero me ha pasado unas tres veces. Vengo relajada, sintiendo la brisa suave en mi cara, pensando en todo lo que voy a hacer a continuación: "llego, recojo la ropa, luego cocino algo para mañana, trabajo un rato en la tesis, escribo en mi blog y me acuesto". Y de pronto el frenazo, luces en la cara, un par de insultos: cola cerrada, atrapada en el medio de la nada y sin ningún desvío a la vista, 5 kmh a 15 kilómetros de mi casa. Y en subida, para más vainas. Ya cuando llego, es a dormir. Luego de una buena taza de té de lechuga y 25 gotitas de valeriana, si es que se me agotó el Nervo-calm.
Me ha pasado que cuando llego al origen de la cola, al punto cero, al suceso impactante que está bloqueando la vía, ya estoy clamando sangre, como un dios primitivo: quiero víctimas, quiero sangre y tripas en la calle, quiero miles de ambulancias y un carro en llamas, quiero las torres del silencio con un avión clavado en el medio, cualquier suceso horripilante que justifique las horas que perdí leyendo una y otra vez la placa del carro de adelante. Y siempre me pasa que es un suceso tan irrelevante que no merece la pena ni una mención a los compañeros de la oficina al día siguiente: dos doñitas que chocaron por no darse paso, un amargado en una camioneta que destrozó el parachoques de alguna ama de casa histérica, una pickup accidentada que rueda desde el 74 sin siquiera un cambio de aceite. A veces he pensado que yo podría ser la que les saque sangre, por irresponsables, por hacernos pasar a todos los demás semejante tortura, así por lo menos los que vienen atrás tendrían algo que contar.
Valdría la pena una cola así tal vez por presenciar una anécdota como la que narraron el otro día en la oficina. Llega tarde uno de los muchachos y cuenta que había una cola tremenda, y que de pronto aparece un tipo en una camioneta que se come el hombrillo y le tira el carro a una mujer. Ella no le quiso dar paso, y el hombre fue acercándose con violencia hasta rozar su carro. La mujer comenzó a gritarle que era un abusador, que hiciera su cola, y de pronto, el hombre le tiró el carro, le chocó levemente la trompa, pasó por encima del brocal que dividía la calle, y se fue en sentido contrario. Antes de arrancar le gritó: "puta!" y soltó una carcajada. Mi amigo cuenta que la mujer se bajó del carro con la cara roja y casi llorando, corrió a ver el golpe, se volvió a montar, y sin hacer caso del tamaño de su vehículo, pasó también por encima del brocal y se fue en el mismo sentido de la camioneta. Nos dijo que lo que le impactó fue que era una mujer muy alta y de buen cuerpo, pero no flaquita, vestida con un taller gris de chaqueta y falda corta de lo más elegante, con el pelo castaño y largo, muy bonita, y se preguntó si lo habría alcanzado.
Unos diez minutos después llegó otro compañero muy feliz, contando que venía de otra cola, (en otro punto de la ciudad, como a unos 15 minutos del inicial), y que venía un tipo en una camioneta que se incorporó un poco bruscamente de la salida de la autopista. Unos segundos después apareció una mujer en un carrito pequeño, atravesó su carro trancando el tráfico sin importarle nada ni nadie, se acercó a la camioneta corriendo en unos tacones enormes y una faldita gris que le quedaba muy bien, y sacó al individuo de la camioneta por los pelos. Por supuesto que nadie intervino, más bien todo el mundo frenó y sacó sus cotufas. Cuenta mi amigo que eventualmente se vió obligado a avanzar, pero que lo último que pudo ver por el retrovisor fue a la mujer sentada a horcajadas sobre el individuo cayéndole a golpes y gritándole "así pegan las putas, desgraciado!".
Moraleja: la ciudad en la que vivimos no es la misma que antes. Respete a su vecino, respete a la persona en el carro de al lado, respete a su compañero de trabajo. Mire que ya no se sabe quien lleva 3 horas metido en una cola y quien no. Y tampoco sabe quien se va a alegrar cuando lo estén medio matando en el medio de la calle.
Este año, mis energías han sido succionadas de manera inclemente por la culebra mecánica que recubre las calles de la ciudad. Todo el tiempo estoy repasando mentalmente mi itinerario del día, verificando que no se me olvide nada. Consolidando cargas: tengo que ir para Chacao, así que no puede ser un martes, y también debería comprar un regalo que tengo que dar en agosto en el Sambil, paso de una vez por Bello Campo y pago el seguro, aunque no se vence sino hasta dentro de dos meses pero así aprovecho el viaje... Y resulta que son las 5 de la tarde y todavía estoy en la cola y no he hecho ni la mitad de las cosas que planifiqué, viéndome forzada a reevaluar la estrategia, volver a incluir los ToDo en la lista, y volver a consolidar.
Evitando la agresividad de la autopista, la incertidumbre del Cafetal, y la locura de Las Mercedes, he buscado rutas alternativas que ni sabía que existían. Y esto no puede ser más cierto: estuve unas 3 horas sentada con Google Earth, Google Maps y un mapa actualizado de Caracas, trazando rutas y leyendo nombres de calles, hasta lograr una ruta medianamente satisfactoria. Los primero días tuve que andar con un papelito con las direcciones anotadas: "en la calle X a la izquierda, luego en el semáforo a la derecha...." y con todo y eso me tuve que devolver un par de veces. No voy a revelar mi nueva ruta ni muerta. Y si el individuo del helicóptero sigue recomendando los caminos verdes, lo voy a tumbar de una buena pedrada. O lo voy a atormentar en Facebook mándandole miles de gadgets hasta que desista. Terrorismo electrónico del más ultramoderno.
¿Quien no se ha visto sumido en la desesperación de una mala elección de ruta, y quedado atrapado por horas en una cola? Para mí, eso es la definición del infierno. Cada minuto una autorecriminación: "para qué te pones a inventar", "si hubieras cruzado a la derecha", "pero si te dijeron que estaba trancado para qué insistes". ¿Nunca ha llorado en una cola? A lo mejor suena un poco trágico, pero me ha pasado unas tres veces. Vengo relajada, sintiendo la brisa suave en mi cara, pensando en todo lo que voy a hacer a continuación: "llego, recojo la ropa, luego cocino algo para mañana, trabajo un rato en la tesis, escribo en mi blog y me acuesto". Y de pronto el frenazo, luces en la cara, un par de insultos: cola cerrada, atrapada en el medio de la nada y sin ningún desvío a la vista, 5 kmh a 15 kilómetros de mi casa. Y en subida, para más vainas. Ya cuando llego, es a dormir. Luego de una buena taza de té de lechuga y 25 gotitas de valeriana, si es que se me agotó el Nervo-calm.
Me ha pasado que cuando llego al origen de la cola, al punto cero, al suceso impactante que está bloqueando la vía, ya estoy clamando sangre, como un dios primitivo: quiero víctimas, quiero sangre y tripas en la calle, quiero miles de ambulancias y un carro en llamas, quiero las torres del silencio con un avión clavado en el medio, cualquier suceso horripilante que justifique las horas que perdí leyendo una y otra vez la placa del carro de adelante. Y siempre me pasa que es un suceso tan irrelevante que no merece la pena ni una mención a los compañeros de la oficina al día siguiente: dos doñitas que chocaron por no darse paso, un amargado en una camioneta que destrozó el parachoques de alguna ama de casa histérica, una pickup accidentada que rueda desde el 74 sin siquiera un cambio de aceite. A veces he pensado que yo podría ser la que les saque sangre, por irresponsables, por hacernos pasar a todos los demás semejante tortura, así por lo menos los que vienen atrás tendrían algo que contar.
Valdría la pena una cola así tal vez por presenciar una anécdota como la que narraron el otro día en la oficina. Llega tarde uno de los muchachos y cuenta que había una cola tremenda, y que de pronto aparece un tipo en una camioneta que se come el hombrillo y le tira el carro a una mujer. Ella no le quiso dar paso, y el hombre fue acercándose con violencia hasta rozar su carro. La mujer comenzó a gritarle que era un abusador, que hiciera su cola, y de pronto, el hombre le tiró el carro, le chocó levemente la trompa, pasó por encima del brocal que dividía la calle, y se fue en sentido contrario. Antes de arrancar le gritó: "puta!" y soltó una carcajada. Mi amigo cuenta que la mujer se bajó del carro con la cara roja y casi llorando, corrió a ver el golpe, se volvió a montar, y sin hacer caso del tamaño de su vehículo, pasó también por encima del brocal y se fue en el mismo sentido de la camioneta. Nos dijo que lo que le impactó fue que era una mujer muy alta y de buen cuerpo, pero no flaquita, vestida con un taller gris de chaqueta y falda corta de lo más elegante, con el pelo castaño y largo, muy bonita, y se preguntó si lo habría alcanzado.
Unos diez minutos después llegó otro compañero muy feliz, contando que venía de otra cola, (en otro punto de la ciudad, como a unos 15 minutos del inicial), y que venía un tipo en una camioneta que se incorporó un poco bruscamente de la salida de la autopista. Unos segundos después apareció una mujer en un carrito pequeño, atravesó su carro trancando el tráfico sin importarle nada ni nadie, se acercó a la camioneta corriendo en unos tacones enormes y una faldita gris que le quedaba muy bien, y sacó al individuo de la camioneta por los pelos. Por supuesto que nadie intervino, más bien todo el mundo frenó y sacó sus cotufas. Cuenta mi amigo que eventualmente se vió obligado a avanzar, pero que lo último que pudo ver por el retrovisor fue a la mujer sentada a horcajadas sobre el individuo cayéndole a golpes y gritándole "así pegan las putas, desgraciado!".
Moraleja: la ciudad en la que vivimos no es la misma que antes. Respete a su vecino, respete a la persona en el carro de al lado, respete a su compañero de trabajo. Mire que ya no se sabe quien lleva 3 horas metido en una cola y quien no. Y tampoco sabe quien se va a alegrar cuando lo estén medio matando en el medio de la calle.
6 comentarios:
jajajajaja... a mi me pasa algo diferente, cuando entro a una cola empiezo a daydream... el problema es en realidad que la gente se arrecha conmigo cuando me ven sonriendo y ellos tambien llevan 2 horas en cola.
ahora, como siempre hay una excepcion: cuando estoy con gente no puedo daydream, por lo que termino como tu, dandole golpes al volante y pensando en las mil maldiciones que le voy a hechar encima al malnacido que se accidento.
...como consejo adicional a la moraleja, lleve siempre un bate de aluminio dentro del carro.
Heishiro
Vane, créeme que te comprendo totalmente. Esta ciudad esta sumergida en la rabia y la intolerancia. La anécdota que relatas es dramática, aún cuando arranque alguna risa en nuestro afán de negar la violencia en la que vivimos.
Me encantó el blog. Me tendrás por aquí con frecuencia.
Abrazos
Brillante.
Durante un tiempo acaricié la idea de llevar una bolsa de piedras en el piso del copiloto. Me convertiría en 'El Corrector', título honorífico que saqué de un cuento muy viejo de un pana (http://historiasenlapared.blogspot.com/). Con las piedras castigaría todas las infracciones e injusticias que veía a diario. Sería una especie de Robin Hood + Mad Max. Sería feliz.
Hay veces que, con cierta nostalgia, recuerdo esa etapa.
Yo al igual que tú hice mi investigación en google earth para encontrar 'mi ruta'. Pero no anoté en un papelito, sino más bien me tiré a la aventura. Encontré sitios donde me gustaría vivir si fuese un chavista millonario.
Sin embargo, de un tiempo para acá, parece que la solución más sana para la humanidad (es decir, para mi y mis potenciales víctimas) es salir a las 6am, para hacer en 15 minutos lo que a las 7 tardo una hora. Pronto, supongo, será a las 530.
No puedo irme sin mencionar que casi todas las mañanas recuerdo a Garantón, el abogado que introdujo el recurso contra Pico y Placa, quien vive en La Alameda y seguramente tiene y tendrá por siempre menos problemas de tráfico que esta fauna suburbana.
(http://panfletonegro.com/ae/archivo/412)
Cronopio: Gracias. Me encanta tu blog.
Heishiro: Si me dieran a escoger, preferiría rayo desintegrador de idiotas automático. (Si lo pido manual llegaría demasiado cansada a mi casa y tampoco es la idea)
Pratter: Sabes que comencé el post hablando de los hermanos Caradura (Garantón) y tuve que borrar todo el párrafo porque la mitad eran insultos sofisticados. Pero no te preocupes: a cada cochino le llega su sábado, y algún día el Carantón del odio prenderá el auto dentro del estacionamiento de su edificio y ya estará en cola.
(PD: yo recogí firmas de gente de la Alameda para el pico y placa!)
Gracias a todos por sus comentarios! :D
¡Que maravilla de historia! Esa mujer nos vengó a todos. Como escribe Der Pratter, tuve una época hace mucho tiempo que ejecuté esa venganza literariamente, y aún hoy siento que es lo que más he disfrutado escribiendo.
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