sábado, 28 de julio de 2012

Mi primera experiencia peluquerística

Desde que tengo quince años me he cortado el pelo con la misma persona. Con ella recorrí al menos cuatro peluquerías, ya que si ella cambiaba, yo me iba detrás. Ella se sabe mi vida y yo la suya. Me peinó para mi graduación y para mi matrimonio. Me acompañó en todas las locuras que hice: pelo rojo, negro con rojo, rojo con negro, anaranjado con amarillo, anaranjado marrón y rojo, corto, muy corto, lánzate que no hay erizos. No soy muy delicada con mi cabello, porque ya aprendí que no importa lo que pase, él es noble y vuelve a crecer, pero si delicada con la persona que me lo corta. Cada vez que sucumbía a la presión de alguien o a las circunstancias y me lo cortaba con otra persona, el resultado era catastrófico. 

De hecho, la historia de mi cabello corto es esa: Martha estaba ocupada ese día y yo estaba de pasada por Caracas (en ese momento vivía en Margarita), y solo tenía esa única tarde para peluquearme. Así que ante la opción aterradora de cortarme el pelo en la isla, opté por ir a la peluquería de al lado y sentarme. Tenía el pelo muy largo, y lo quería un poco más corto por el calor, así que en una revista busqué un cortecito y se lo mostré a la muchacha. De reojo, vi como después del primer tijeretazo caían al menos veinte centímetros de cabello en el suelo. Pero pensé que era un corte escalonado, que era el lado más corto, qué se yo de peluquería. El segundo tijeretazo fue definitivo: brisa en la nuca. Con los ojos desorbitados le pregunté que qué diablos estaba haciendo, y ella me respondió: "Bueno mijita, el corte que me pediste!", y yo le señalé la foto, abierta frente a mí, y ella me dijo: "no, tu me dijiste el de al lado". Salí como un varoncito del Santo Tomás de Aquino, lagrimeando desde el Centro Plaza hasta mi casa. Eventualmente me acostumbré al tema, pero definitivamente, hubiera preferido que la transición fuese voluntaria. 

Aparte de mi peluquera de confianza, yo tenía mi esteticista de confianza. Una catira espectacular en el CCCT, con más cursos que un cirujano plástico enmarcados en las paredes, a quien le permitía arrancar de un tirón certero los rulitos que me salen en las cejas. Es una artista de la pinza: cualquiera que pueda acomodar mis cejas chicharronas tiene que serlo. Cualquier adicional referente al cutis también iba con ella: para algo tienen que servir ese montón de diplomas en las paredes. Antes de irme le supliqué que me enseñara que hacer sin ella, y pacientemente me explicó todo. De más está decir que no estoy ni cerca del mismo resultado.

Tengo que admitir que una de las cosas que me preocupaban de venirme a vivir a otro país era la ausencia de estas dos personas en mi vida. Ya me había advertido que aquí ese tema era bastante caro, y que no iba a poder estar yendo a la peluquería como lo hacía antes. Las europeas en general no invierten en sí mismas la cantidad de plata que invierten las latinas. Tengo que admitir que la diferencia se nota: las venezolanas siempre andan con el cabello, la cara y las manos arregladas, cosa que aquí no sucede. Esto hace que la amenaza de la gente sea certera: en la mayoría de las peluquerías (y estamos hablando de una peluquería en las afueras de la ciudad, vieja y fea) un corte te cuesta alrededor de 40 euros. Lo cual en comparación, es bastante. Ni siquiera pregunto cuanto vale un tinte, y mucho menos uno de esos en los que quieres tener cuatro colores en la cabeza, como solía hacer yo.

Adicionalmente, la noción de entrar a una peluquería y especificar como quiero el corte, con un peluquero nuevo, en un idioma que todavía me hace trampas, y sin conocer exactamente las costumbres del país (como por ejemplo, algo tipo "si no dices nada te ponen un baño de crema especial que vale 50 euros, tienes que avisar que no lo quieres", que son las cosas que me pasan a cada rato), me resultaba absolutamente aterradora. Por todas estas razones, pasé los primeros once meses aquí sin atreverme a solicitar el primer tijeretazo italiano. En algún punto me convencí de que lo que pasaba era que quería volver a tener el cabello largo. Un mes de verano romano fue suficiente para arrancarme de la silla y llegarme hasta una peluquería, recomendada, y tímidamente mostrarle una foto al peluquero de qué es lo que más o menos quería.

Hice cita, primeramente, porque aquí todo es con cita. Y llegué puntualísima. De hecho, un poquito antes. El chico me dijo que me podían ir lavando mientras él terminaba con la muchacha a la que le estaba secando, y que me atendía en seguida. "Subito". La asistente de lavado, una catirita simpática, me ofreció café y agua, y me llevó diligentemente a lavarme el cabello. Cerré los ojos y apreté los dientes por reflejo, porque no importa en qué peluquería caraqueña me lavaran, era como si estuvieran sacando mugre de hace mil años: uñas clavadas, rasguños, sangre en el cuero cabelludo. Esas mujeres lo tratan a uno como si estuvieran lavando un cochino para cocinarlo. Un minuto después, abrí un ojo, y después el otro, y luego aflojé los dientes. Esta chica me lavaba como si fuera una mamá bañando al bebé. Así que me relajé y la dejé hacer lo suyo. Al rato, después del conocido shampoo-shampoo-acondicionador, en lugar de el golpecito en la espalda y la toalla alrededor de la cabeza, lo que sentí me hizo abrir los ojos nuevamente un poquito alarmada. La chica me estaba haciendo un masaje en la cabeza. Y con un cariño, además, que por un momento hasta pensé que le gustaba. No solo eso: es el mejor masaje que me han hecho en mi vida. Ese día entré en la peluquería preocupada por un montón de cosas que todavía no logro recordar qué eran. Resulta que cuando ella terminó, el peluquero todavía le faltaban como diez minutos, así que la costumbre es que para que no te aburras, o te pongas un poquito triste mientras esperas, te hacen tu masajito, como quien dice, un servicio. 

Cuando me tocó a mi, y el chico me volvió a pedir que le explicara bien el corte, estaba tan relajada y tan absolutamente feliz, que le respondí: "la verdad es que ya ni me importa, córtalo como quieras"... 

martes, 12 de junio de 2012

Curriculum Bizarro

Es un clásico de la literatura venezolana el comentario de que los que se quedan están "trabajando por el país". Se infiere evidentemente que los que se van, no lo están haciendo. En la realidad actual, la emigración es un tema calientísimo. Basta rozarlo para que se prenda una discusión acalorada. El que defiende la inmigración es un apátrida, en cambio el que dice que se va a quedar a "defender su patria" no lo es. Ese es un patriota, un verdadero orgullo nacional.

El otro día me estuve tratando de contestar una pregunta sin éxito alguno. ¿Qué significa trabajar por el país?

Pasé un buen rato analizando las opciones. Digamos que trabajar por el país (y en este caso, el país es Venezuela, ya que si aplicamos la pregunta a otra nación la respuesta es totalmente diferente) se trata de intervenir activamente en su futuro político. Para lograr esto, tendría que ser militante de algún partido con el que estoy de acuerdo, y participar en mitings, hacer pancartas, distribuir panfletos, contribuir a la causa, y todas esas cosas. Conozco gente que lo hace, y creo que hasta reciben sueldo por hacerlo, sin embargo, es una minoría muy chiquita. Por otro lado, reconozco que detesto la política, me enferman los bululús, y no soy del tipo de persona que quiere convencer a los demás de que piensen como yo. Así que la política no es lo mío. También pienso que esto está bien: ¿se imaginan un mundo en el que todos fuéramos políticos?

De aquí mi análisis me llevó a las obras sociales. Tal vez dedicarle mi tiempo a la ayuda de los menos afortunados, trabajar en alguna Misión entregando lochas a las familias pobres, meterme con los pantalones arremangados en las curvas más intrínsecas de Petare a enseñar a los niñitos a leer y a escribir, porque la educación es lo que nos va a sacar de abajo. Bueno, del primer día no salgo viva, así que evaluemos otra alternativa... ¿quizás hacerlo más de lejitos? ¿Donar plata a las iglesias o a las organizaciones para que otros más valientes o mejor conectados lo hagan por mi? No creo que la limosna sea la solución para una sociedad, y los cincuenta años de populismo salvaje se han encargado de demostrarlo. ¡Que traigan los niños a mi!. No, no vienen. 

Bueno, quizás si soy una persona honesta y trabajadora, que sale todos los días a la calle a enfrentarse al día a día con honestidad y espiritu luchador, emprendiendo negocios nuevos que nos permitan crear un futuro competitivo y exitoso. 

Veamos.

En mi vida, he cambiado tres veces de carrera. Cuando trato de explicar esto a un tercero, siempre trato de hacer trampitas y de exponerlo como si se hubiera tratado de una decisión propia. "Es que a mi me gusta mucho el diseño y por eso decidí hacer de mi hobby una carrera". Aunque en el fondo es cierto, la razón real de mi bizarro curriculum no tiene nada que ver con decisiones propias. Me maté estudiando ingeniería. Me costó Dios y su ayuda graduarme, lo confieso, pero lo hice. Caminé temblando por ese pasillito resbaloso para casi arrancarle mi título al rector, en ese entonces Malpica. Salí de la universidad feliz y pedante, creyendo que en dos meses estaba seleccionando el color de mi Ferrari. Nada más lejos de la realidad. Debí saberlo antes, en el momento en el que empecé a buscar pasantía y me encontré con una cartelera vacía. Desde que entré a la universidad, la cartelera de Mecánica siempre estuvo llena de papeles de empresas buscando pasantes. Imagínense: quien no quiere un nerd de la Simón Bolívar trabajando como un esclavo sin pagarle ni en especies? Resulta que cuando me tocó a mí, el amigo Chávez ya estaba haciendo de las suyas y las empresas dejaron contratar. Me tocó adaptar una pasantía de Industrial a Mecánica, lo cual logré gracias a mis dotes lingüisticas más que matemáticas. Y esta la conseguí gracias a que durante toda la carrera trabajé por horas en una sub-contratista de PDVSA. La cual, para el momento en el que me tocó comenzar a buscar trabajo, un par de trimestres después, ya había sido víctima del paro y había prácticamente cerrado sus puertas. Todos los contactos que hice durante esos años de trabajo se volvieron agua, ya que el paro acabó con los IPC y todos hicieron reducción de personal simultáneamente. Aún así, insistí, (no de gratis salí de la universidad más prepotente del país). Mi curriculum era absolutamente profesional, asesorado por expertos en el área. Lo entregaba en una carpetita de plástico impreso en opalina, una belleza. Y tristemente, veía como lo colocaban en una torre, mientras la secretaria me explicaba: "como ves, la cosa está difícil, no estamos contratando". En PDVSA ni hablar: en el momento en que chequeaban si había firmado empezaba a sonar una alarma y se prendía un bombillo rojo y tenía que salir corriendo del sitio. Eventualmente amplié mi espectro de búsqueda, pero entonces me rechazaban diciendo que no tenía ni experiencia ni estudios. Como buena economía en recesión, comenzaron a exigir tres y cuatro años de experiencia en ventas para trabajar en una tienda de ropa, por ejemplo. Un año y medio después, y ya habiendo fracasado con una excelente iniciativa de montar un negocio de importaciones (pues en ese momento nació CADIVI), y habiendo matado todos los tigres imaginables, ubiqué finalmente mi primer trabajito post-graduación. Era en ventas de exportación y pagaba una mierda. Mi jefe del momento estaba más loco que una cabra. El ambiente era absolutamente hostil, y de paso, yo no tenía ideas ni de ventas ni de exportación. A los pocos días descubrí que la empresa estaba dispuesta a pagarme todos los cursos que quisiera hacer, por lo que mi curriculum pronto engrosó una página completa con todos los cursos de aduanas, comercio exterior, inventario, negociación, y cartas de crédito que pude conseguir. En poco tiempo, el inventario de exportación lo tuve militarizado, los procesos organizados, y al personal semi-educado (dificilísimo hacer que los chivacoenses se organicen), y podía sacar del puerto cuarenta contenedores en dos semanas. Después de cuatro años levantando el departamento de exportación, y después de haber hecho un postgrado en Negocios Internacionales, un día me tuve que levantar de mi puesto y caminar a la oficina del dueño. Le dije: "ya, es hora". Y él me contestó: "si, es hora". El último contenedor que exporté tardó cuatro meses en salir del puerto. Ese día lloré, porque cerramos el Departamento de Exportación. Repartí mi impecable inventario de paletas especiales entre los buitres de las ventas nacionales,  y cuatro años de arduo trabajo, de viajes agotadores y de adaptar a los clientes a nuestras extrañas costumbres (como CADIVI, por ejemplo) se esfumaron en menos de cinco minutos. Mi reinado de terror entre los montacarguistas había terminado. Junto conmigo, todo el resto de los exportadores del país hicieron lo mismo, más o menos en el mismo período. ¿Quien aguanta las condiciones inhóspitas para los productores en Venezuela? Control de cambio, control de precios, control de materia prima, negado el CADIVI, ya tus productos no están en la lista, no hay producción nacional pero no los puedes reponer, la frontera con Colombia está cerrada nuevamente porque Chávez se peleó con Uribe, Puerto Cabello no está recibiendo barcos porque hay vacas flotando en el puerto desde hace un mes, el general eructante hizo un desastre y las navieras retiraron sus rutas de nuestros puertos, los camioneros hicieron un sub-sindicato y le cargan a quien les de la gana. Nos salimos del G3. Nos salimos de la CAN. No nos metimos en ningún lado. En fín: podría escribir páginas y páginas describiendo el sin fin de problemas causados por la imbecilidad del gobierno que eliminó las exportaciones de productos no-tradicionales y obligó al país a volverse dependiente, casi en un 100%, del petróleo. Durante ese tiempo me enamoré del comercio exterior: quería trabajar en una naviera, quería ser gerente del puerto de Los Angeles, quería montar mi propio negocio de exportación-importación de silicona. Imposible, en mi país. Pero aún así, yo no me iba, porque estaba "trabajando por mi país". Mi ramo de trabajo cambió nuevamente. De ingeniería, ni hablar. En verdad después de cuatro años ni siquiera recordaba los nombres de las materias que había visto en la universidad. En esos días, el dueño de la empresa llegó de Italia con un software especializado para hacer renders de ambientes, que es la mejor forma de exponer la cerámica. Como de costumbre, no sabía nada de render, nada de diseño gráfico y nada de nada, y vuelta a hacer cursos y a aprender remotamente. Tuve que aprender a usar un software en italiano sin hablar el idioma, y aprender de iluminación y texturas sin ningún tipo de preparación. Eventualmente me volví una experta en el tema. Y me fue muy bien, hasta que la empresa nuevamente entró en crisis gracias a la imbecilidad del gobierno. Sindicatos, control de precio, control de importaciones, control de materia prima. El país en recesión y las ventas en picada. Mi trabajo, inicialmente un proyecto inmenso de digitalización y mercadeo, se convirtió en una campaña interna basada en el deseo de salvar a la empresa del desastre. 

Durante todo este tiempo, yo marché, y marché y marché. Pinté pancartas. Hice videos. Traté de convencer a mis conocidos chavistas de que estaban equivocados. Grité hasta quedarme sin voz hablando de política. Investigué y leí de política y me hice una experta en derecha y en izquierda. Hablé con los rotarios y con los liberales. Me reuní con adultos y con niños buscando soluciones. Hablé con dirigentes políticos que hoy en día están presos o exiliados ofreciéndoles mi ayuda. Y eventualmente me dí cuenta de que la vida se me estaba yendo entre los dedos sin yo poder tomar una decisión que no fuera en respuesta a las malacrianzas de los gobernantes. Nada de lo que hice cambió nada. Todo lo que hice desapareció, borrado de un gacetazo.

Cuando decidí irme del país, una de mis motivaciones más fuertes fue el deseo de crear el futuro que deseo, y no el que me toca.

lunes, 4 de junio de 2012

Juego de niños

Caracas, valle de balas, ha sido blanco mundial de críticas en materia de seguridad durante mucho tiempo. Las estadísticas son espeluznantes. Los muertos se amontonan en las morgues, a los presos los sueltan a la calle porque no hay suficientes cárceles, (este tema es más complicado que eso pero no quiero entrar en esos deprimentes detalles), la gente se ha autoimpuesto un toque de queda en zonas perfectamente delimitadas tratando de evitar ser el número rojo de la noche. Nadie hace nada, aparte de hablar del tema, y la cuestión ha empeorado progresivamente durante los últimos quince años. Se han "puesto en práctica" veinte operativos de seguridad en este tiempo, y los resultados son desoladores. Estamos entre los países más inseguros del mundo,  y los gobiernos emiten circulares a sus ciudadanos advirtiéndoles del peligro que correrían de viajar a Venezuela. 

El tema de la inseguridad, como bien se conoce entre los venezolanos, es la razón principal que dan los que deciden (decidimos) emigrar. No es la única, pero ciertamente es una razón de peso. Muchos de los que se han ido toman la decisión el día en que los atracan o los secuestran. Otros, la toman antes tratando de evitar justamente eso. Yo confieso que fui muy afortunada, ya que nunca me atracaron ni me secuestraron. No voy a contar aquella vez en la universidad que me persiguieron dos malandros enormes hasta la puerta de mi casa para quitarme "mi mochila", la cual no tenía la más mínima intención de entregar ya que adentro tenía mi fabulosa y nuevecita HP-48G, y todas mis notas de Transferencia de calor II, elementos indispensables para no volver a ver la materia que tanto me estaba costando pasar. Claro que eso fue en otras épocas más inocentes y la amenaza provino inicialmente de un niñito con un cuchillo. Comencé a correr como una loca cuando vi de reojo que dos monstruos venían corriendo hacia mí. El problema terminó cuando tranqué la puerta de la casa: los monstruos siguieron de largo y se olvidaron de mi suculenta mochila estudiantil y de mis notas de transfe dos. Estoy segura de que este episodio no hubiera culminado tan amigablemente en estos días, pero de igual manera no lo puedo contabilizar. En dos ocasiones vi en la autopista como a alguien le quitaban el celular, una vez pensé que me habían robado el carro pero solo me lo habían remolcado (el susto fue el mismo, créanme), y una vez me robaron una Texas Instrument en la universidad. De resto, siempre tuve la grandísima fortuna de ser oyente de las historias y nunca protagonista. Me cansé de escuchar cuentos de como al amigo de este lo mataron el día de su cumpleaños, o al otro que se llevaron por semanas, o aquella fiesta a la que nunca pude ir porque secuestraron a uno de los invitados antes de que yo llegara, o la otra fiesta a la que no fui pero entraron dos coleados y atracaron a todo el mundo, o la otra que ha chocado dos veces el carro contra un muro por que se niega a llevar a los delincuentes a su casa. No quiero entrar en detalles, porque son demasiados y todos muy muy tristes, los cuentos abundan y en muchos casos son muy cercanos. Tan cercanos como mi mamá, por ejemplo, quien pasó el peor susto de su vida una noche tranquila, tempranera, después de pasarse un día riquísimo conmigo. 

El día de hoy, irónicamente, y por primera vez en mi vida, estuve presente y en primera fila en el robo a un establecimiento. Digo irónicamente porque se supone que estoy tratando de vencer a las estadísticas venezolanas. Estaba tranquilamente haciendo la cola para pagar en el automercado con mi esposo, y de pronto sentí una conmoción más adelante. La cola estaba larguísima, como es costumbre en ese sitio. Al principio, y por la reacción de la gente (una mezcla de sorpresa y disgusto), pensé que habían cerrado la caja en la que estaba haciendo la cola y que tendría que hacer una cola considerablemente más larga en una de las otras cajas abiertas. Estiré el cuello para ver que estaba pasando, y mi esposo me dijo "hmmm.... están atracando el supermercado". Pero me lo dijo con tal tranquilidad que instintivamente volteé porque pensé que estaba bromeando. Efectivamente, en mi caja había un muchacho inmenso vestido de motorizado (aquí los motorizados usan ropa muy específica, como si fueran a participar en una carrera en cualquier momento), con una capucha como los malhechores de las comiquitas, y una Beretta que blandía silenciosamente de un lado a otro. Instintivamente, mi esposo y yo retrocedimos tranquilamente y nos fuimos al fondo del supermercado. Algunas personas hicieron lo mismo, otras reaccionaron un poco más histéricamente y se fueron corriendo, y otras simplemente se quedaron ahí, estableciendo su indignada posición ante los hechos.

En cinco minutos ya el hombre había barrido con el efectivo de las cuatro cajas y con la misma rapidez y silencio con la que entró, se fue. El supermercado cerró las puertas para que no pasaran más clientes, pero a los que estábamos dentro nos permitieron pagar, lo cual hicimos con un poquito de pena ya que las pobres cajeras lloraban mientras le cobraban a la gente. Antes de que nos tocara a nosotros ya había llegado la policía y estaban tomándole declaraciones a la gente. De manera muy informal, debo aclarar.

Cuando llegamos a la casa nos conseguimos con uno de los vecinos, con quien comentamos los sucesos. Se mostró sumamente sorprendido, ya que ha vivido aquí toda su vida y es la primera vez que escucha que pase semejante barbaridad en su zona. Las exclamaciones de horror e indignación fueron abundantes, sobre todo porque aparentemente, todos en Italia conocen nuestra situación de inseguridad ("Oh! Venezuela! Pelicoroso! Dangerous!"). Y luego nos preguntó: "¿y pasaron mucho miedo?", a lo cual nosotros contestamos riéndonos: "que va, nosotros venimos de Venezuela!".

jueves, 31 de mayo de 2012

Lost in translation, o l'amore tradotto

Finalmente cedimos a la presión general y nos metimos en clases de italiano. Me hubiera gustado hacer esto antes de venir a vivir a Italia, pero los cursos de italiano en Caracas son extraordinariamente caros y además duran entre dos y tres años, y ante la falta de tiempo y recursos, recurrimos a los cursos caseros. Juiciosamente me compré un curso completo de Berlitz, niveles básico, intermedio y avanzado, el cual como buena niña empecé a estudiar meses antes de venirme para acá. Cuando llegó el momento de montarnos en el avión, yo me sentía medianamente preparada para enfrentarme al nuevo idioma, ya que podía entender, por ejemplo, las páginas web en italiano, buscar apartamento o pedir comida y pagar en un negocio.

Una vez acá, me di cuenta de que aunque podía entender lo que estaba pasando, en el momento de hablarle a alguien o pedir algo, mi douchebag brain me daba pantalla azul, y me quedaba viendo a mi interlocutor con cara de vaca atragantada, ya que a pesar de tener una noción de las palabras que debo utilizar, se me formaba un merengue entre el español, el inglés y el poco italiano que tenía registrado en los archivos. Aparentemente, si quiero pensar en otro idioma, automáticamente paso al inglés, y de ahí trato de saltar al italiano, pero el español se me atraviesa, ergo, ojos de vaca cagona. Por ejemplo: disculpe, en italiano, se dice "scusi". En inglés, "excuse me". En una ocasión, una chica me hizo una pregunta referente a una dirección. Casualmente conocía el lugar, así que orgullosamente le iba a contestar cuando ella me dijo algo que no entendí. Así que le dije "escuisi", mezcla originalísima de los tres idiomas. La chica me miró, se rió e hizo un gesto así como que "ni de vaina vas a saber lo que te estoy preguntando" y se fue. Me quedé con las ganas de demostrar mi recién adquirido conocimiento de la ciudad, y molestísima, porque desde que llegué, esa es la primera palabra que aprendí y la que más he usado.

El italiano es muy parecido al español. Esto es una ventaja notable en el momento de leerlo, ya que es tan parecido que prácticamente se puede leer corrido, y las palabras desconocidas se sacan por contexto. La pronunciación también es fácil de aprender. En el momento de escuchar a alguien hablarlo, depende totalmente del interlocutor. Por ejemplo: mi casero anterior era rumano, así que prácticamente no le entendía nada y la comunicación era, por decirlo bonito, tortuosa. Si es un italiano de Roma o del norte, se le entiende bastante bien, pero si es del sur, (digamos, napolitano), está hablando en otro idioma. Al grupo de los extranjeros y de los sureños hay que agregarle los ancianos: por alguna razón a ellos tampoco les entiendo ni papa.

Nos pasó más de una vez que por las dificultades lingüisticas terminábamos pasando mucho más trabajo del necesario, sobre todo en el tema del transporte. Más de una vez llegaba a la casa furiosa, y pasaba días pegada a la computadora estudiando rabiosamente, determinada a que "esto no me vuelve a pasar". Eventualmente, y viendo que el enfermo no mejoraba, decidí cambiar de técnica ya que mi maravilloso curso de Berlitz esté en inglés y aparentemente, eso no me ayudaba con el caso, y me bajé otro curso llamado Rosetta Stone, el cual está completamente en italiano y se basa en la asociación de palabras con imágenes. También le dediqué horas y horas a este método, que es muy conocido y de hecho, si se compra el programa original, carísimo. (Yo ho ho ho a pirate's life for me!). Eventualmente me dí cuenta de que entendía mucho mejor, pero aquello de poder hablar con alguien aún no sucedía. La cara de vaca cagona seguía apareciendo cada vez que necesitaba expresar algo medianamente complejo. Digamos: puedo pedir una pizza y una Coca Cola, puedo pedir pan salado y blando, comprar tickets o pedir e incluso explicar una dirección. Pero si tengo llamar al proveedor de internet y armarle un peo porque no han mandado al técnico y llevo dos semanas esperando, se podría decir que no soy tan exitosa.

Cuando llegamos a Roma buscamos cursos de italiano para extranjeros, que son muy comunes aquí ya que para obtener la nacionalidad debes presentar un examen del idioma. Los cursos son prácticamente gratis, y los dan en los colegios públicos. En donde vivíamos antes, el curso más cercano se encontraba a dos horas en autobús: irónicamente, aunque en el mapa estaba muy cerca de la casa, para llegar al sitio había que dar un vueltón enorme, ya que las rutas de los autobuses no se triangulan muy bien entre esos dos puntos. Cuando nos mudamos reiniciamos la búsqueda, y logramos ubicar un cursito cercano y la verdad, bastante cómodo. Nuestra profesora se llama María y es una mujer inmensa, tanto en persona como en corazón. Nos metió en un curso super intensivo ya que llegamos con ocho meses de retraso, así que nos dijo que fuéramos todos los días para ver si podíamos alcanzar a los otros. Los otros son una catajarra de bengaleses, (del Bangladesh), dos chinas, un africano (ghanés, y habla inglés pero es como si fuera extraterrestre) y un dominicano. Afortunadamente, los cursos caseros pagaron el esfuerzo y rápidamente no solo los alcanzamos, sino que ya los pasamos y más bien ayudamos a la teacher a explicarles a los muchachos. Y es que también el hecho de venir del español ayuda mucho: al menos nosotros no tuvimos que reaprender el alfabeto. Las pobres chinitas son las que pasan más trabajo: cada sílaba es agónica, y termino con la garganta seca cada vez que las ponen a decir algo. María, pacientemente, le grita cada vez que se equivoca. Es italianísima, María, grita por todo y en los momentos menos pensados, y al mismo tiempo, es puro amor y empatía. 

Lo bueno de los cursos es que me ha ayudado a entender por qué me equivoco tanto hablando. Las reglas del lenguaje van todas más o menos así: "se usa x para tal y tal caso", peeeeero "si estás nadando con un pez azul se dice diferente, y cuando vas en caída libre desde el Coliseo también cambia, y si te tropiezas y te caes cuando vas cayendo lo dices de esta otra manera"... los bengaleses se agarran la cabeza y gimen. Esto se conjuga de esta manera a menos que te hayas levantado después de las once de la mañana. Pero si lo escribes con un bolígrafo azul también cambia y le pones una doppia t delante del apóstrofe. Las chinas se ponen a textear en los celulares, que parecen una extensión de sus manos. El africano mira al cielo como rezando, y yo sigo preguntando: "pero por qué?????" buscando una explicación lógica. Más de una vez la respuesta es: "eeeeeh... porque sí!". Y fin del caso.

Supongo que eventualmente lograré mimetizarme con las reglas gramaticales y ortográficas del idioma. Ese día llamaré a mi proveedor de internet y le diré hasta de qué se va a morir.

viernes, 25 de mayo de 2012

Pizza sin Pepperoni

Mi primer pedazo de pizza italiana fue particularmente terrible para mi: en una pizzería rustica pedí un trozo de una pizza con lo que parecían champiñones gigantes y queso. Amante de los champiñones, pero ignorante de su variedad, pensaba que todos los champiñones eran iguales, y al llegar aquí descubrí que hay un montón de tipos de hongos, y que una de sus variedades es llamada hongo champiñón, y aparentemente, es el único que me gusta. Estos hongos que pedí en mi primera pizza en Italia eran (descubrí luego) funghi porcini, y su textura es gelatinosa: es como morder un pedazote de grasa fría. Aquí son un hit, pero yo no puedo con ellos. De más está decir que ese primer pedazo de pizza me lo comí quitándole los pedazotes de "grasa" y dándoselos a mi hermana, que felizmente se los devoraba porque ella no tiene problemas con la textura de las comidas, como yo. A esta terrible experiencia siguió un profundo aprendizaje pizzístico, porque esta es mi comida preferida, y como es posible venir a Italia y que no le guste a uno la pizza del lugar.

En Venezuela se come básicamente dos tipos de pizza: la que se hace en hornos de leña al estilo italiano, y la  americana, que es la que venden en locales como Pizza Hut o Domino's. Ambos tipos de pizza llevan bastante salsa de tomate, queso mozzarella, y una buena cantidad de adornos. A veces hasta extravagante. (De hecho, recuerdo que hay una pizza que se llama Extravaganza o algo así). Mi pizza favorita en Caracas lleva su base de salsa de tomate y queso, con pepperoni, cebolla, champiñones y algún extra como jamón o maíz. Me gusta la masa normal, que es más bien gordita, no me gusta la extra-gruesa porque es como comer solo pan, y la extra-delgada tampoco, porque entre la salsa y el montón de cosas se hace imposible de comer con las manos. 

En las pizzerías italianas en Caracas, la pizza es muy delgada, y también lleva múltiples ingredientes sobre una masa particularmente delgada, con salsa y queso. Esa pizza es cocinada con horno de leña y usualmente hay que comérsela con cubiertos. 

Cuando uno viene a Italia llega con todo tipo de recomendaciones pizzísticas. Finalmente, aunque no se ha determinado quien la inventó, ciertamente fueron los italianos quienes la perfeccionaron, así que las expectativas con las que llegamos a Roma a comer pizza eran muy altas. La impresión inicial en mis primeros días fue un poco de sorpresa y de desilusión: la pizza aquí no tiene nada que ver con lo que yo estaba acostumbrada. Olvídense de una pizza repleta de adornos, con mucha salsa y queso. Eso aquí no existe. Y lo que orgullosamente llamamos "pepperooonnnni", aquí no existe, y una pizza con peperoni es una pizza con pimentón. Que por cierto, aquí es dulzón. Y el equivalente al peperoni es un salami picantoso, que se parece pero no es igual, pero las rodajitas rojas como tal, nadie sabe como se llaman o a qué demonios me estoy refiriendo. Así que es muy fácil quedarse lost in translation, con la fortuna de que aunque te equivoques ordenando, la comida va a ser buena, a menos que tenga unos pedazos inmensos de grasa fría que se hacen llamar a sí mismos "hongos".

Los romanos (no hablo por el resto de Italia porque sé que es diferente en cada región) tienen un ángulo bastante práctico con respecto a la pizza. Desayunan, almuerzan y cenan pizza. La comen en el metro, caminando, en sus casas, en frente de la computadora. Hay más de una pizzería por cuadra. Es abundante y barata, y puede resolver cualquier apuro. Hay tantas pizzerías aquí que es hasta un poquito cliché.


Además, hay varios estilos básicos de pizzería: está la pizza al taglio o pizza rustica, (que significa al corte), que viene en bandejas cuadradas y se vende por peso: uno le indica al vendedor más o menos cuanto quiere comer, y ellos cortan, pesan y entregan. De la misma forma se vende la pizza alla palla, con la diferencia de que esta pizza se cocina en una bandeja larga y se saca con largas palas de madera. También la cortan con una tijera y te la entregan envuelta en una servilleta. El pan es gordito y suave, y es casi imposible conseguir una pizza que tenga salsa y queso simultáneamente. Las combinaciones más comunes son: chorizo y queso, salsa y orégano, tomates cherry con albahaca y pedazos de mozzarella, jamón y queso, camaroncitos con rúgula, salchichon picante, queso y papas, y distintos tipos de hongos combinados con queso o con prosciutto. Nótese que en ningún caso dije "salsa y queso y..." Son buenísimas todas y conforman el tente-en-pie perfecto para cualquier momento. Cuando se pide para "portare via", o para llevar, te pican tu cuadrado por la mitad y lo cierran como un sandwich, llegando al extremo de la practicidad pizzística.

El otro estilo de pizza es el que se come sentado en un restaurante, o que se pide en el mismo restaurante para llevar. Aunque el estilo callejero me encanta, reconozco que este es mi preferido. Estas pizzas son más parecidas a las que conocemos en Caracas, ya que son hechas con un pan bien delgadito y crujiente en los bordes. Por lo general, en cualquier restaurante al que uno vaya, conseguirá más o menos el mismo menú: margarita, con queso y salsa, napolitana, (salsa, queso y anchoas), cuatro quesos, caprichosa (salsa, queso, aceitunas, huevo y alcachofas, a quien se le ocurre!), diavola (salsa, queso y salami picante), marinara (salsa, ajo y orégano), y algunas combinaciones con berenjena y hongos. Aquí la berenjena da hasta para postres y es muy común encontrarla en todos los platos.

Las pizzas además suelen ser individuales, por lo que los amantes de las anchoas como yo no nos tenemos que reprimir ante el disgusto general por el pobre pescadito. Curiosamente, la pizza con anchoas en Roma se llama "napolitana", mientras que en Nápoles se le llama "romana".

Los espero para darles el tour de la pizza romana  ;)

miércoles, 9 de mayo de 2012

Receta de Pan de Jamón con Queso Crema

Esta receta es de mi creación. Fue un experimento con ingredientes sobrantes que quedó tan bueno que decidí compartirla. Por esta razón uso la masa del cachito de jamón que es dulzona, en lugar de la del pan de jamón, que no lo es.

Masa:

Ingredientes:
3 huevos (uno para pintar)
1 cucharadita de sal
½ taza de azúcar
½ taza de aceite vegetal (o de mantequilla derretida no muy caliente, el aceite es más fácil)
3/4 taza de leche
5 tazas de harina para todo uso (más un poquito extra para amasar)
1 cucharada de levadura en polvo o fresca (depende de la cantidad de harina que vaya a usar)

1. Active la levadura: coloque la levadura (fresca o en polvo) en un poquito de agua caliente con una cucharadita de azúcar hasta que le salga espuma. Esto tarda para la seca unos 10 minutos. Yo lo hice con fresca y no vi ninguna diferencia.

2. Bata los dos huevos en un recipiente grande. Agregue la leche, el azúcar, la sal, el aceite y la levadura y mezcle bien.

3. Agregue el harina taza por taza y siga revolviendo hasta que no queden grumos. Preste atención a las primeras tazas especialmente. 

4. En una mesa enharinada, amase con ganas durante diez minutos hasta que la masa no se le pegue a los dedos. Si hace falta agregue más harina, cuidando de no secarla demasiado. Si la masa queda muy seca, puede humedecerla con un poco de leche.

5. La masa debe quedar suave y esponjosa. Colóquela en el recipiente grande. Tape con un trapo húmedo y guarde en un sitio tibio durante dos horas (no en la nevera). La masa duplicará su tamaño.

6. Vuelva a enharinar la mesa y sáquele el aire a la masa con la punta de los dedos. Divida en tres o cuatro partes iguales y trabaje cada porción a la vez. Si desea guardar algo, envuelva con plástico y guarde en el congelador.

Con eso saldrían 3 o 4 panes de jamón (grandes o medianos).

Relleno:

- Entre 400-500 grs de jamón cocido en lonjas. (En Europa el jamón normalmente viene seco, si se usa el que viene con agua queda mejor)
- 1 taza de pasitas (o más, dependiendo del gusto de cada quien)
- 1/2 taza de aceitunas rellenas con pimentón picadas en rueditas
- 220 grs de queso crema (esto también es al gusto, sin embargo si se le echa demasiado puede quedar pastoso)

Montaje de los panes:

1. Sobre una mesa enharinada, se extiende una parte de la masa y se amasa con un rodillo hasta un espesor de aproximadamente 5 mm. Si le gusta el pan de jamón con más masa, déjela más gruesa. Con un corta-pizzas o con un cuchillo bien afilado, corte los bordes de la masa para hacer un cuadrado.

2. Con un dedo mágico, extienda el queso crema en una capa delgada, de 2 o 3 mm de espesor, dejando un espacio en el borde de unos 3 cm. Este espacio es importante porque es lo que le va a permitir cerrarlo al final.

3. Coloque las lonjas de jamón sobre el pan y rocíe las aceitunas y las pasitas al gusto.

4. Tome la masa de un extremo y enróllela sobre si misma como un brazo gitano. Los extremos se cierran apretando la masa y enrollando hacia adentro, o apretándola, como más le guste. Con la masa que sobra puede hacer pequeñas decoraciones, incluso puede agregar estrellitas, círculos, corazones hechos con un cortagalletas. Si decide decorarlo, tome en cuenta que esas decoraciones pueden hasta triplicar su tamaño, así que es mejor hacerlas bien delgaditas.

5. Bata un huevo con un poquito de leche y una cucharadita de azúcar en un recipiente pequeño. Con una brocha o con los dedos, cubra bien el pan con esta mezcla. Deje reposar por dos horas en un sitio tibio y preferiblemente cubierto con un trapo húmedo.

6. Una vez transcurridas las dos horas, vuelva a cubrir con al mezcla de leche y huevo, y coloque en el horno por 30-40 min precalentado a 200°C. De todas formas, como todos los hornos son distintos, esté pendiente de la superficie del pan: cuando esté bien doradita, seguramente el pan ya está listo.

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* Fotos cortesía de internet :)

viernes, 4 de mayo de 2012

Me iría demasiado (Odio Viral, Parte II)

Esta mañana me empezaron a llegar a mi FB una serie de comentarios acerca de un video llamado "Caracas Ciudad de Despedidas". Según entiendo, más no lo he podido comprobar, se trata de un video realizado por unos estudiantes para una entrega de comunicación social o periodismo o alguna carrera similar.

Después de leer un montón de comentarios insultando a los muchachos, y llamándolos de las peores formas posibles, sucumbí a mi malsana curiosidad y terminé viéndolo.  El video dura 17 minutos y es francamente insoportable.

Son unos chamos hablando de como cada vez más sus amigos y familiares se van del país. Algunos están a favor, otros no tanto, unos se van, otros no. Hay algunas personas a las que la cámara los ama, y en el caso de estos chicos, a casi ninguno los favorece. No es que sean antipáticos, porque la verdad no creo que lo sean, pero creo que la forma como se editó los presenta, diciéndolo suavemente, como unos odiosos. Los caraqueños del este mandibuleamos todos, pero cuando uno lo ve desde afuera, choca más que cuando estás adentro.

Sin embargo, y como suele suceder con las iniciativas principiantes, tanto el video como sus participantes han sido inmolados en el fuego del cyber-hate. Los llaman sifrinitos, cotufas, mentepollos, les dicen que son unas mierdas, que no representan el sentir venezolano, que no son para nada reflejo del pensamiento nacional, que son unos pendejos, y algunos llegan más allá, diciéndoles que se vayan del país y que no vuelvan jamás. Ya tienen su propio trend en Twitter, ya están en el meme generator, e incluso salieron reseñados en La Patilla en un artículo obviamente diseñado para incitar más comentarios odiosos. La gente está subiendo el video en Youtube para poder burlarse de ellos, y para poder ensañarse más y más.

Sin embargo, yo difiero con la mayoría de las opiniones que he leído hasta ahora. Yo pienso que ellos tienen derecho a opinar lo que les dé la gana, así sea mandibuleado y mal redactado. ¿O es que acaso ya en Venezuela estamos tan acostumbrados a la mordaza en la boca que nos escandaliza una opinión distinta a la propia? Se ha formado una especie de dictadura opositora donde, al igual que los chavistas, todos repiten al unísono lo que les mandan a decir los "líderes opositores". Al que se salga un poquito de la línea, los demás le caen a peinillazos. En nuestro caso, ni siquiera hace falta una autoridad macabra que nos venga a pegar: nosotros mismos nos damos. La oposición está claramente en contra de la inmigración: la orden es de que nadie se vaya, todos se tienen que marchitar hasta que ellos logren afinar la fórmula mágica que va a acabar con los problemas. De hecho, recuerdo claramente una propaganda de Globovisión donde las principales personalidades del canal cantaban una canción en la que llamaban traidores y apátridas a los que decidían "abandonar el barco, como las ratas en un naufragio". Cuando terminó esa propaganda, borré a Globovisión de mi lista de canales y no lo volví a agregar jamás. Irónicamente, sé que los hermanos, padres e hijos de muchos de los cantantes escogidos para el evento ya se fueron del país.

Yo entiendo que el tema de la emigración se ha vuelto un concepto muy delicado para todos los venezolanos. Creo que en este momento, casi todos tenemos al menos un amigo, o familiar o conocido, que se fue. Y en algunos casos, muchos. También estoy clarísima que emigrar no es para todo el mundo. Para mí ha sido difícil, y yo era una convencida del tema. Me imagino que si uno se va teniendo leves dudas, será el doble de duro, y si tienes fuertes dudas, pues será infinitamente duro. También creo que cuando la gente tiene esas reacciones tan fuertes y tan severas, es porque de alguna manera le están metiendo el dedo en la llaga. Algunos porque no logran reunir el valor para tomar la decisión, otros porque están amarrados por terceras personas, otros porque les da ladilla... quien sabe. O tal vez es porque simplemente son de izquierda y no creen en la libertad del individuo de hacer lo que les parezca mejor con su limitado spam de vida. Cada quien hace de su culo un florero y busca quien se lo adorne, como pinta El Bosco. Y si estos chamos decidieron que en su tarea de la universidad iban a hablar de un tema que los atormenta, ellos también son venezolanos, y también forman parte del país, y también tienen derecho de decir lo que les venga en gana. Aparentemente, ya la Misión Jabón logró convencer a todo el mundo de que en Venezuela solo importa ese pueblo que está muerto de hambre y que no puede satisfacer las necesidades elementales, así que ahora la misma mal llamada oposición se encarga de auto-marginarse y termina haciendo lo mismo. Los sifrinos criticando a los sifrinos por serlo, qué irónico. La dictadura opositora es tan severa que ya nadie puede hablar en voz alta de los problemas del país sin recibir una lluvia de insultos por parte de sus "compatriotas". Hay que callarse, entonces, para poder pertenecer. De Venezuela solo se pueden decir cosas bonitas y cursis, como que hay arepas ricas, playitas incomparables y niñas bonitas. Hay que ponerse una venda en los ojos y Vic Vaporub en la nariz para no percibir el desastre escatológico que se desmorona a nuestro alrededor.

Entonces, para encajar en esta nueva clase media, todos tenemos quedarnos tranquilitos en casa, esperar las órdenes del magno líder supremo (el nuestro, no el de ellos), y estar atentos a cualquier movimiento en falso de alguien en nuestras redes sociales para atacarlo sin piedad.

Los chilliditos de cochino en Facebook o en Twitter ni te hacen más útil, ni te hacen más patriótico, ni te hacen más venezolano. Y como dice mi esposo, es tan hipócrita el que se queda y habla bien del país, como el que se va y hace lo mismo. 

Al menos estos chicos hicieron algo, y eso es más de lo que puedo decir de la mayoría de sus detractores. Fue su primer intento y seguramente están sorprendidos con el resultado, pero probablemente ellos, a diferencia del resto, aprendieron algo de la experiencia y para la próxima, lo harán mejor.