When I set out to lead humanity along my Golden Path I promised a lesson their bones would remember. I know a profound pattern humans deny with words even while they actions affirm it. They say they seek security and quiet, conditions they call peace. Even as they speak, they create seeds of turmoil and violence. - Leto II, the God Emperor
Después de ver el video donde el gobierno nos amenaza con la última arma letal de la CIA, Facebook (agradecimientos a mi amigo Daniel por su nota: http://panfletonegro.com/ae/archivo/437), llegué a la conclusión de que somos una especie de comedia amarga cruzada con un libro de ciencia ficción un poco descabellado, bañado por un torrente de realismo mágico negro. Nada de fantasía épica: nada de Tolkien ni de Salvatore. Aunque tal vez se podría pensar que los orcos fueron usados como base para ciertos personajes, además, el parecido entre Saruman y José Vicente es innegable. Claro, que hay algunos que alegan que el personaje original fue Palpatine. (Esto está en discusión.)
El autor definitivamente tiene influencia de Bradbury, ya que creó una realidad alternativa que es extraordinariamente parecida a la original, pero con ese toque bizarro en el cual las cosas que antes eran normales ahora están vetadas. También tiene la gracia apocalíptica de Golding en El Señor de las Moscas: la idea de lo que les sucedería a un grupo de mocosos malcriados fuera del más estricto control se ve claramente reflejada en las reuniones internas del PSUV.
No cabe duda de que el cinismo de Oscar Wilde está presente, aunque sin toda la clase y elegancia que lo caracteriza. Nadie como Wilde para demostrar lo que le sucede a los seres ordinarios cuando deciden ignorar las verdades más obvias, y para resaltar la importancia de llamarse Ernesto. Si no me cree, salga a buscar algún producto cuyo precio se encuentre controlado. Edgar Allan Poe también tiene su papel. Si no, ¿de donde sacarían las historias macabras que leemos todos los días en las últimas páginas del periódico? La señora desmembrada que apareció una húmeda mañana en varios pipotes de basura, los morochos asesinados al pie de la escalera del barrio, una semana después que su padre, su tío, sus primos, y su abuelo... El pobre sacerdote de la nunciatura apostólica, aterrorizado en una esquinita de su cuarto por las noches, mientras imagina cuervos motorizados volando por todas partes y escucha las granadas latiendo en su puerta...
Yo le agregaría un toque de Stephen King y su inevitable cementerio indio (vamos, saben que resuelve la mitad de sus libros con ese cuento), desenterrando huesitos del Libertador para ver si les hablan como antes les hablaba Fidel... Moviendo a la María Lionza para acá y para allá, con el séquito de santeros, estratégicamente convirtiendo a Caracas en su cementerio de mascotas personal, donde en cualquier momento te desentierran un detestable gato que sepultaste hace 15 años y te chupa la vida retroactivamente. Si no me entienden, pregúntenle a los que promovieron la apertura petrolera.
Hay que agregar también que el narrador de nuestra realidad también leyó bastante literatura latinoamericana. Yo siento en mis huesos el mismo desasosiego de la terrible época de Macondo en la que nadie podía dormir por el virus del insomnio que trajeron los gitanos. Y más aún, cada vez que veo la leche llegando a un supermercado, me recuerdo de Aureliano cuando fue con su padre a conocer por primera vez el hielo, y tuvo que hacer su colita para entrar a la carpa de los gitanos. Estoy segura de que también leyó muchísimo a Vallejo, porque el barranco por el que nos estamos lanzando, lleno de sangre y humo, solo lo pudo haber sacado de alguno de sus tristísimos libros. La inevitabilidad de la violencia en una sociedad que toma estos rumbos, también se siente. Vallejo dice que los pobres solo sirven para hacer más pobres.
A mi favorito, Bryce Echenique, no lo leyeron tanto, porque él principalmente habla de amores y desamores, pero a su hijito Julius si: nuestra burguesía decadente se dedica a meter su dedito en la cocacolita helada mientras el país se deshace, y dice, chupandose la puntita: "no vale, yo no creo".
De Cortázar sacaron lo enrevesado de la trama, y los conejitos que todos vomitamos cada vez que estamos pagando el mercado. De Borges, la tristeza de ser los únicos que sabemos qué es lo que está pasando, y aún así no poder ayudar al bendito minotauro. De Isaac Chocrón, la ironía de las aburridas vacas flacas.
Puedo también sentir un poco de The Catcher in the Rye en la actitud del presidente, en su inestabilidad emocional y en sus tendencias destructivas: él también fue un niño horroroso y desadaptado del que todos sus compañeritos se burlaban por la personalidad adicional que cargaba colgando de la frente, y que tenía que entromparse con los del barrio para defender a su hermanito medio bobo. Finalmente, puedo asumir, sin temor a equivocarme, que leyó decenas de veces El Perfume de Patrick Suskind. Quien haya leído ese libro tiene grabada en la memoria la escena final, cuando todos los pordioseros destrozan al protagonista ansiosos por poseerlo. Como a PDVSA. Como al país.
Y, si algún día alguien decide hacer una película con esta historia, seguramente será dirigida por una dupla Tarantino-Stone.
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