Varios políticos de diversas nacionalidades mueren en un accidente de tránsito saliendo de la cumbre de las Américas, y van al infierno. Descubren que el infierno está compuesto por una serie de cuartos, y que las personas se distribuían en los cuartos según la nacionalidad. Sin embargo, en todos los cuartos ocurría lo mismo: todos los días alguien venía y los bañaba con excremento con un balde.
Un tiempo después, uno de los políticos organiza un reencuentro, al cual llegan todos bañaditos en mierda con excepción del venezolano, que llega de lo más acicalado. Todos los demás se acercan a él y le preguntan entusiasmados: "oye, y como es que tú estás tan limpio?" Y el venezolano, con una sonrisa socarrona, contesta: "Es que en el infierno venezolano, o falta el balde, o falta la mierda. Y si están los dos, no hay quien la eche!".
¿Se siente identificado?
Yo, particularmente, cada día me siento más limpiecita.
El gobierno, por un lado, tiene a los empresarios venezolanos (o a la empresa privada, como ahora se le llama al archienemigo) contra la pared, con las manos amarradas en la espalda y los ojos vendados. Secuestrados por la guerrilla, como quien dice. Entre los controles de precio, el control de cambio, el control de las importaciones, las amenazas de expropiación, y las amenazas sindicales, todas las empresas, incluídas las del gobierno, están en una condición metaestable. Si yo fuera dueña de una empresa ya me hubiera convertido en inversión extranjera, pero para otro país. Así que no culpo a nadie cuando leo en las noticias que fulano mudó sus plantas a Colombia, o que sutano se instaló en República Dominicana, con todo y el lamentable desempleo y escasez que eso provoca. El gobierno hace todo lo que está en sus manos por eliminar los baldes y el excremento.
Nosotros, los ciudadanos de a pie, los que no somos políticos ni queremos serlo, que ponemos nuestro granito de arena con nuestro trabajo, no lo estamos haciendo mucho mejor. Nosotros no queremos mover los baldes.
Hace muchos años, existió un hombre muy sabio que inventó un principio que según los gerentes modernos y los profesores de post-grado, se puede aplicar para absolutamente todo, y que evidentemente, también aplica para nuestros valores patrios. Este hombre se llamaba Paretto.
Principio de Paretto (según Wiki, y según Paretto):Para la mayoría de los eventos, el 80% de los efectos proviene del 20% de las causas.
Traducción: 20% de los trabajadores de una empresa hacen 80% del trabajo.
Traducción corporativa: la mayor parte del departamento está conversando en los pasillos, haciendo diligencias personales con muchísima calma, peleando con el marido o con la mamá por teléfono, viendo pornografía y chistes, chateando o chismeando en Facebook, mientras que hay dos o tres que están constantemente angustiados, con 15 pantallas diferentes abiertas en sus computadores, con el celular reventándose, y contestando una llamada al mismo tiempo que un correo.
Está claro que hasta el más entregado habla con su mamá en algún momento, se toma su cafecito, y va al médico y todo. Pero digamos que eso representaría 20% de su tiempo, y no 80 como en el caso del vecino, que recoge sus macundales 30 minutos antes de la hora de salida, y pasa los últimos 20 con todos los programas de la computadora cerrados, las manos cruzadas, y viendo el reloj fíjamente.
Mi trabajo me hace tratar con personas de muchas nacionalidades, y esto me ha permitido observar que hay veces en las que tratar de explicarle a un extranjero como funciona una empresa venezolana es imposible. Sencillamente no se lo creen. Elaboran complicadas teorías de conspiración: "tiene que ser a propósito", dicen. "Debe ser que están elaborando un complot para amotinarse contra su jefe", elucubran. Yo siempre los escucho divertida y les digo que tal vez tienen razón, pero se perfectamente que no hay tal complot, que nadie conspira (excepto los sindicatos, claro, pero a esos ni los considero en el grupo de trabajadores), y que la mayoría de los errores son producto del desinterés y de la flojera. Los más católicos se vuelven místicos después de un tiempo, y empiezan a poner la otra mejilla: "hay que aprender a perdonar a la gente, errar es de humanos, todos nos equivocamos". Y yo les contesto que es verdad, que aquí somos humanísimos.
Se me complican las explicaciones cuando el error que se cometió inicialmente se corrige mal, agravando el problema. Y les juro por lo más sagrado: hasta una sexta corrección defectuosa he recibido. Traten de explicarle eso a un alemán.
Esto, en un país como el nuestro, es perfectamente factible y muy fácil de visualizar una vez que aceptamos nuestra evolución patriótica. Al analizar nuestra autodefinición hombrillística, se hace evidente que cuando la mayoría del personal de una empresa evita su trabajo como a la peste bubónica, o como Chávez a la prosperidad, y se ponen a buscar algún atajo creativo, se olvidan de como esto le afecta a sus compañeros, a su empresa y eventualmente a sí mismo. Cada uno de estos maravillosos representantes de la idiosincracia nacional actúa como un multiplicador de problemas. Creadores de embudos y accidentes, los empleados hombrilleros viven a costa de recostarse y encaramarse en los demás para llegar más rápido y sin mucho esfuerzo a la hora de salida.
Lamentablemente para nosotros, las empresas extranjeras con las que me ha tocado trabajar no son así. Digo lamentable por dos razones: 1. se me hace dificilísimo explicarles la larga sucesión de problemas que han surgido por "razones ajenas a nuestra voluntad", y 2. una vez más resaltamos en el exterior, y no precisamente por nuestras virtudes. La raza alegre maldita, como dijeron por ahí.
Finalmente, cabe agregar que todo infierno que se precie a sí mismo es regido por una entidad maligna y todopoderosa, que influencia y lidera a los herejes y a los infieles, y es llamado por una gran variedad de nombres: Satanás, Belcebú, Mephistopheles, Lucifer, Hugo, Baphomet, Belial, entre otros...
1 comentario:
Coño estaba leyendo tu blog, me jalaste de nuevo al 1x1 de mi oficina.
GG
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