Esa noche soñó que estaba en el medio de una guerra. Enormes bolas de fuego caían a su alrededor, mientras corría desesperada buscando donde resguardarse. Cada vez que una de estas bolas golpeaba el piso, todo se estremecía. Habían otras personas, corriendo o arrastrándose por el suelo, que gemían y gruñían, y podía percibir sonidos metálicos entre los estallidos y los gritos de la gente. Era de noche, y la única iluminación provenía de las pilas de escombro en llamas que dejaban los misiles, así que no podia ver bien. La silueta extraña de un monstruo se dibujó contra las llamas. Alguien dijo, muy cerca de ella: "¿qué hay ahí? ¿qué estás viendo?". En respuesta a la voz, la silueta movió lo que parecía la cabeza en su dirección y ella se detuvo en seco, conteniendo la respiración: dos ojos rojos, redondos y pequeños refulgieron desde la figura, y saltaron violentamente en su dirección.
Se despertó súbitamente, asustada y rodeada de ruidos extraños. Totalmente a oscuras, y con las pupilas dilatadas, trató de entender donde estaba y qué estaba sucediendo a su alrededor. La cama se movía, y la tela que usaban para refugiarse de la horda de mosquitos estaba prensada por un lado, y por el otro se arremolinaba entre las sábanas. Podía sentir el olor a polvo y humedad de la tela en la cara. Todavía con las imágenes del fuego y la guerra en la mente, sintió el miedo subir velozmente por su garganta hasta las orejas, cosquilleandole el rostro en llamas. Aún sentada, puso las manos a ambos lados de su cuerpo y trató de concentrarse en los sonidos. Lo que percibió la aterró aún más: algo bufaba y gruñía muy cerca de ella, en su lado de la cama. Se movió bruscamente hacia la derecha, y chocó con las piernas de él. De pie sobre la cama, su esposo susurró, en tono alterado: "¿qué hay ahí?, ¿qué encontraste?" mientras luchaba con desesperación con la tela del mosquitero para apartarlo y alcanzar el interruptor de la luz, ubicado en la pared del frente de la cama, como a un metro de distancia. De pronto, lo que gruñía comenzó a escarbar el suelo, y sintieron el sonido moverse alrededor de la cama. Por un instante ambos se petrificaron, y el único sonido fue el de las uñas del animal golpeando sobre la cerámica. Ella finalmente comenzó a distinguir algunas siluetas en la oscuridad, pero estaba tan asustada que todo tenía un tono rojizo y difuso. De pronto, todo se puso blanco y le dolieron los ojos. Se cubrió la cara con una mano: él había atinado con el interruptor de la luz. Hubo unos momentos de silencio absoluto: el animal había dejado de moverse. El único sonido que ambos escuchaban en ese momento eran los latidos de sus propios corazónes.
Sentado en el suelo, mirándolos con la cabeza lévemente inclinada hacia un lado mientras jadeaba con la lengua rosada colgando del otro, estaba el perro. Ella lo miró sin comprender, ya que los sonidos que había escuchado no se parecían en absoluto a los que el animal solía hacer. De hecho, casi no hacía ruidos, y rara vez ladraba. El perro siguió mirándolos hasta que se escuchó la voz de él: "¿qué pasó, qué estabas persiguiendo?". Inmediatamente el animal se incorporó y metió la cabeza debajo de la cama, olfateando, y rodeó la cama mientras seguía revisando minuciosamente por todos los costados.
El la miró en silencio, miró al perro, y en un solo movimiento apartó el mosquitero de un manotazo y saltó lo más lejos que pudo fuera de la habitación. Se alejó corriendo y regresó a los pocos segundos con una linterna encendida en una mano y una escoba en la otra. Llamó al perro a su lado y se agachó, alejado de la cama. Apuntó la linterna hacia el último punto en el que el animal se encontraba olfateando, blandiendo el palo de la escoba en la otra mano, como una espada. El perro se sentó a su lado, obediente. Su cola, usualmente enroscada como un tirabuzón de peluche blanco, estaba curiosamente gacha, como la de un lobo. Ella los miró, inmóvil, casi sin respirar. Después de un minuto de escrutinio, él se incorporó, perplejo, mirando al perro, y dijo: "no hay nada". El perro, que sentado era de la misma altura que la de su esposo agachado en el suelo, bajó las orejas, y sus patas traseras se escurrieron lentamente hacia atrás, como si se estuviera derritiendo, hasta que quedó acostado en una posición inusual, con las patas estiradas en forma de x. Sus ojos se tornaron vidriosos, suspiró y apoyó la cabeza cansadamente en el suelo. De prontó, comenzó a temblar violentamente y un chorrito de saliva de desprendió de su lengua, que ahora colgaba inerte y pálida. Ella se abalanzó sobre el animal, olvidándose del miedo, del sueño y de todo: "¿qué te pasa?" gimió, con voz quebrada. Él pasó por un lado y abrió la puerta del closet: en pocos segundos estaba completamente vestido y tenía las llaves del carro en las manos. "Vamos", dijo. "¿A donde?". "Al veterinario". Ella soltó al perro, que había dejado de temblar, pero seguía inerte, y corrió a buscar su cartera. Agarró un suéter grande que estaba en una silla a un lado y se lo puso: "Vamos". En ese momento el perro comenzó a moverse. Lentamente, se fue incorporando. Primero acurrucó las patas traseras a su posición regular, recogidas debajo del cuerpo. Con una mirada desolada, levantó las orejas triangulares y se lamió la nariz. Ella se arrodilló frente al perro y le acarició suavemente la cabeza, con lágrimas en los ojos. "¿qué le pasa?". El perro gimió y miró de reojo hacia la cama. Ella lo siguió acariciando, y dijo "vamos a darle agua antes de salir". El perro se sentó tembloroso, sus blancas y gruesas patas resbalándose en la cerámica. Temblando ligeramente, comenzó a caminar, con el hocico empapado de sudor y saliva, alejándose de la cama, y se sentó en el marco de la puerta. Él se adelantó, buscó el plato de agua del perro, lo llenó con agua fresca, y regresó al cuarto. El animal, visiblemente descompuesto, se acercó al plato, lamió dos veces, y se acostó pesadamente en suelo a un lado del plato. Comenzó a respirar más pausadamente, ya no temblaba.
Salieron del cuarto y se sentaron en las sillas del comedor, viéndose las caras. Ella se agarraba los brazos, clavándose las uñas sin darse cuenta, y él se retorcía las manos. "No entiendo", dijo. Ella le preguntó: "¿Por qué le preguntaste qué había abajo? ¿qué viste?". El le contestó: "cuando me desperté, el perro estaba correteando algo afuera, supuse que era un ratón o algo así. Lo escuché ir y venir varias veces, y de pronto lo ví venir corriendo hacia la cama. Pensé que iba a saltar encima, pero me dió la impresión de que en el último instante cambió de dirección y se lanzó debajo de la cama. Comenzó a escarbar y a gruñir, como tratando de sacarlo. Pensé que había un ratón, o una culebra, pero no ví nada con la linterna". Ella lo miró inquieta: "¿Y si lo que estaba buscando, sigue dentro del cuarto? ¿Y si se montó en la cama, o se escondió en otra parte? Si es una culebra puede seguir ahí..." El miró en dirección a la puerta y se incorporó de un salto. Ella lo siguió, y cautelósamente comenzaron a mover o a golpear todos los posibles escondites. Finalmente desistieron: no había absolutamente nada fuera de lo normal. Incluso encontraron un calcetín que tenía tiempo desaparecido.
El perro continuaba acostado al lado del plato de agua. Ella dijo "¿A donde lo podemos llevar a las tres de la mañana? yo no conozco ningún doctor que atienda emergencias", y él le contestó "Habrá que dar vueltas hasta conseguir a alguien" mientras salía del cuarto. A los pocos momentos, regresó con la correa en la mano. El perro, a la vista de la correa, se puso de pié de un salto, y comenzó a menear la cola y a dar pequeños saltos de alegría, sin ninguna secuela aparente de los recientes sucesos.
"No entiendo", dijo ella. "Ahora sí que no entiendo nada". Estuvieron un rato observando al animal. Este se terminó de tomar el agua del plato, e hizo algunos trucos para convencerlos del paseo. Al cabo de un buen rato decidieron que no tenía sentido llevarlo a ningún lado a esa hora, siendo que el perro no mostraba ningún malestar; ni siquiera tenía la nariz caliente. De todas formas, el perro se negaba a salir de la habitación, ni siquiera para buscar algo de comida.
Revisaron una vez más el cuarto, y se volvieron a acostar en la cama. El perro se acostó a un lado, como solía hacer en las noches frías, con la cabeza levantada y las orejas apuntadas hacia la puerta, en estado de alerta.
"Mañana lo llevamos a un veterinario", dijo él, y apagó la luz.
Una hora después, ella seguía despierta y asustada. Escuchaba ruidos extraños, chasquidos y rasguños de todo tipo, provenientes de distintos puntos de la casa. Seguía pensando en los sucedido, analizando todas las posibles respuestas, sin encontrar ninguna que le satisfaciera. Había brisa esa noche, y la escaza luz de la luna jugaba trucos con las sombras en la ventana. Escuchó un golpe seco en el techo, y algo rodó por las tejas hasta el jardín. El perro levantó la cabeza y gimió casi imperceptiblemente. Ella se incorporó sobre los codos y acercó su cuerpo al de su esposo, que dormía profundamente a su lado. El corazón le latía en los oídos nuevamente. "Qué noche tan larga", pensó. Escuchó antentamente: lo que había caído afuera pareció no moverse más. "Debe haber sido un mango", se dijo. Volvió a poner la cabeza en la almohada. Cuando ya comenzaba a adormilarse, surgió una idea en su mente, tan clara y fuerte que se sintió completamente lúcida.
Despertó a su esposo, temblando, sin poder evitar las lágrimas que bajaban silenciosas por sus mejillas. Él se incorporó en la cama, miró hacia afuera, y luego la miró a ella. "¿Qué pasó?", le dijo cansadamente. Ella le susurró, con terror en la voz: "¿Y si no estaba persiguiendo nada? ¿Y si estaba huyendo de algo? ¿Y si había algo afuera que lo asustó tanto que estaba tratando de protegerse?". Su esposo la miró con el ceño fruncido, y comenzó a decir, mirando hacia afuera del cuarto: "No te sigas preocupando, no fue nad...". Ella siguió la dirección de su mirada hacia afuera y sintió su corazón estallar en el pecho. Claramente, dos puntos rojos los miraban de vuelta.
Se despertó súbitamente, asustada y rodeada de ruidos extraños. Totalmente a oscuras, y con las pupilas dilatadas, trató de entender donde estaba y qué estaba sucediendo a su alrededor. La cama se movía, y la tela que usaban para refugiarse de la horda de mosquitos estaba prensada por un lado, y por el otro se arremolinaba entre las sábanas. Podía sentir el olor a polvo y humedad de la tela en la cara. Todavía con las imágenes del fuego y la guerra en la mente, sintió el miedo subir velozmente por su garganta hasta las orejas, cosquilleandole el rostro en llamas. Aún sentada, puso las manos a ambos lados de su cuerpo y trató de concentrarse en los sonidos. Lo que percibió la aterró aún más: algo bufaba y gruñía muy cerca de ella, en su lado de la cama. Se movió bruscamente hacia la derecha, y chocó con las piernas de él. De pie sobre la cama, su esposo susurró, en tono alterado: "¿qué hay ahí?, ¿qué encontraste?" mientras luchaba con desesperación con la tela del mosquitero para apartarlo y alcanzar el interruptor de la luz, ubicado en la pared del frente de la cama, como a un metro de distancia. De pronto, lo que gruñía comenzó a escarbar el suelo, y sintieron el sonido moverse alrededor de la cama. Por un instante ambos se petrificaron, y el único sonido fue el de las uñas del animal golpeando sobre la cerámica. Ella finalmente comenzó a distinguir algunas siluetas en la oscuridad, pero estaba tan asustada que todo tenía un tono rojizo y difuso. De pronto, todo se puso blanco y le dolieron los ojos. Se cubrió la cara con una mano: él había atinado con el interruptor de la luz. Hubo unos momentos de silencio absoluto: el animal había dejado de moverse. El único sonido que ambos escuchaban en ese momento eran los latidos de sus propios corazónes.
Sentado en el suelo, mirándolos con la cabeza lévemente inclinada hacia un lado mientras jadeaba con la lengua rosada colgando del otro, estaba el perro. Ella lo miró sin comprender, ya que los sonidos que había escuchado no se parecían en absoluto a los que el animal solía hacer. De hecho, casi no hacía ruidos, y rara vez ladraba. El perro siguió mirándolos hasta que se escuchó la voz de él: "¿qué pasó, qué estabas persiguiendo?". Inmediatamente el animal se incorporó y metió la cabeza debajo de la cama, olfateando, y rodeó la cama mientras seguía revisando minuciosamente por todos los costados.
El la miró en silencio, miró al perro, y en un solo movimiento apartó el mosquitero de un manotazo y saltó lo más lejos que pudo fuera de la habitación. Se alejó corriendo y regresó a los pocos segundos con una linterna encendida en una mano y una escoba en la otra. Llamó al perro a su lado y se agachó, alejado de la cama. Apuntó la linterna hacia el último punto en el que el animal se encontraba olfateando, blandiendo el palo de la escoba en la otra mano, como una espada. El perro se sentó a su lado, obediente. Su cola, usualmente enroscada como un tirabuzón de peluche blanco, estaba curiosamente gacha, como la de un lobo. Ella los miró, inmóvil, casi sin respirar. Después de un minuto de escrutinio, él se incorporó, perplejo, mirando al perro, y dijo: "no hay nada". El perro, que sentado era de la misma altura que la de su esposo agachado en el suelo, bajó las orejas, y sus patas traseras se escurrieron lentamente hacia atrás, como si se estuviera derritiendo, hasta que quedó acostado en una posición inusual, con las patas estiradas en forma de x. Sus ojos se tornaron vidriosos, suspiró y apoyó la cabeza cansadamente en el suelo. De prontó, comenzó a temblar violentamente y un chorrito de saliva de desprendió de su lengua, que ahora colgaba inerte y pálida. Ella se abalanzó sobre el animal, olvidándose del miedo, del sueño y de todo: "¿qué te pasa?" gimió, con voz quebrada. Él pasó por un lado y abrió la puerta del closet: en pocos segundos estaba completamente vestido y tenía las llaves del carro en las manos. "Vamos", dijo. "¿A donde?". "Al veterinario". Ella soltó al perro, que había dejado de temblar, pero seguía inerte, y corrió a buscar su cartera. Agarró un suéter grande que estaba en una silla a un lado y se lo puso: "Vamos". En ese momento el perro comenzó a moverse. Lentamente, se fue incorporando. Primero acurrucó las patas traseras a su posición regular, recogidas debajo del cuerpo. Con una mirada desolada, levantó las orejas triangulares y se lamió la nariz. Ella se arrodilló frente al perro y le acarició suavemente la cabeza, con lágrimas en los ojos. "¿qué le pasa?". El perro gimió y miró de reojo hacia la cama. Ella lo siguió acariciando, y dijo "vamos a darle agua antes de salir". El perro se sentó tembloroso, sus blancas y gruesas patas resbalándose en la cerámica. Temblando ligeramente, comenzó a caminar, con el hocico empapado de sudor y saliva, alejándose de la cama, y se sentó en el marco de la puerta. Él se adelantó, buscó el plato de agua del perro, lo llenó con agua fresca, y regresó al cuarto. El animal, visiblemente descompuesto, se acercó al plato, lamió dos veces, y se acostó pesadamente en suelo a un lado del plato. Comenzó a respirar más pausadamente, ya no temblaba.
Salieron del cuarto y se sentaron en las sillas del comedor, viéndose las caras. Ella se agarraba los brazos, clavándose las uñas sin darse cuenta, y él se retorcía las manos. "No entiendo", dijo. Ella le preguntó: "¿Por qué le preguntaste qué había abajo? ¿qué viste?". El le contestó: "cuando me desperté, el perro estaba correteando algo afuera, supuse que era un ratón o algo así. Lo escuché ir y venir varias veces, y de pronto lo ví venir corriendo hacia la cama. Pensé que iba a saltar encima, pero me dió la impresión de que en el último instante cambió de dirección y se lanzó debajo de la cama. Comenzó a escarbar y a gruñir, como tratando de sacarlo. Pensé que había un ratón, o una culebra, pero no ví nada con la linterna". Ella lo miró inquieta: "¿Y si lo que estaba buscando, sigue dentro del cuarto? ¿Y si se montó en la cama, o se escondió en otra parte? Si es una culebra puede seguir ahí..." El miró en dirección a la puerta y se incorporó de un salto. Ella lo siguió, y cautelósamente comenzaron a mover o a golpear todos los posibles escondites. Finalmente desistieron: no había absolutamente nada fuera de lo normal. Incluso encontraron un calcetín que tenía tiempo desaparecido.
El perro continuaba acostado al lado del plato de agua. Ella dijo "¿A donde lo podemos llevar a las tres de la mañana? yo no conozco ningún doctor que atienda emergencias", y él le contestó "Habrá que dar vueltas hasta conseguir a alguien" mientras salía del cuarto. A los pocos momentos, regresó con la correa en la mano. El perro, a la vista de la correa, se puso de pié de un salto, y comenzó a menear la cola y a dar pequeños saltos de alegría, sin ninguna secuela aparente de los recientes sucesos.
"No entiendo", dijo ella. "Ahora sí que no entiendo nada". Estuvieron un rato observando al animal. Este se terminó de tomar el agua del plato, e hizo algunos trucos para convencerlos del paseo. Al cabo de un buen rato decidieron que no tenía sentido llevarlo a ningún lado a esa hora, siendo que el perro no mostraba ningún malestar; ni siquiera tenía la nariz caliente. De todas formas, el perro se negaba a salir de la habitación, ni siquiera para buscar algo de comida.
Revisaron una vez más el cuarto, y se volvieron a acostar en la cama. El perro se acostó a un lado, como solía hacer en las noches frías, con la cabeza levantada y las orejas apuntadas hacia la puerta, en estado de alerta.
"Mañana lo llevamos a un veterinario", dijo él, y apagó la luz.
Una hora después, ella seguía despierta y asustada. Escuchaba ruidos extraños, chasquidos y rasguños de todo tipo, provenientes de distintos puntos de la casa. Seguía pensando en los sucedido, analizando todas las posibles respuestas, sin encontrar ninguna que le satisfaciera. Había brisa esa noche, y la escaza luz de la luna jugaba trucos con las sombras en la ventana. Escuchó un golpe seco en el techo, y algo rodó por las tejas hasta el jardín. El perro levantó la cabeza y gimió casi imperceptiblemente. Ella se incorporó sobre los codos y acercó su cuerpo al de su esposo, que dormía profundamente a su lado. El corazón le latía en los oídos nuevamente. "Qué noche tan larga", pensó. Escuchó antentamente: lo que había caído afuera pareció no moverse más. "Debe haber sido un mango", se dijo. Volvió a poner la cabeza en la almohada. Cuando ya comenzaba a adormilarse, surgió una idea en su mente, tan clara y fuerte que se sintió completamente lúcida.
Despertó a su esposo, temblando, sin poder evitar las lágrimas que bajaban silenciosas por sus mejillas. Él se incorporó en la cama, miró hacia afuera, y luego la miró a ella. "¿Qué pasó?", le dijo cansadamente. Ella le susurró, con terror en la voz: "¿Y si no estaba persiguiendo nada? ¿Y si estaba huyendo de algo? ¿Y si había algo afuera que lo asustó tanto que estaba tratando de protegerse?". Su esposo la miró con el ceño fruncido, y comenzó a decir, mirando hacia afuera del cuarto: "No te sigas preocupando, no fue nad...". Ella siguió la dirección de su mirada hacia afuera y sintió su corazón estallar en el pecho. Claramente, dos puntos rojos los miraban de vuelta.
6 comentarios:
WTF !! no me hagas esto, termina la historia !! btw el toque del calcetin fue espectacular, rei como por 5 minutos !
Terminalo !!! NOOOOOOOO
Ghosty! Está terminado! Usa tu imaginación, se supone que tú tienes que imaginarte qué pasa después, es como si Stephen King te fuera a explicar exactamente como el bendito cementerio indio va a mordisquear las entrañas de sus protagonistas!
me pregunto si la idea de contar esta historia surgio antes o despues de sentarte a escribirla ....
A mi me gustó muchísimo. Me encanta lo sugerido. Creo que fue Borges (o Cortázar, ya no recuerdo bien) que dijo de uno de sus relatos algo así: "lo extraordinario de este relato no se muestra, se sugiere".
Nada hay mejor, en mi opnión, que dejar que sea el otro el que termine la obra.
Para cerrar con otra cita (¡que fastidioso soy!) que Borges hace en los prólogos de su colección Biblioteca Personal:
"Un libro es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo, hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos. Ocurre entonces la emoción singular llamada belleza, ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica. La rosa es sin porqué, dijo Angelus Silesius; siglos después, Whistler declararía El arte sucede."
Creo que aplica perfectamente a tu relato Vanne.
Saludos y disculpa lo tedioso.
Ghosty: la verdad, surgió antes. Pero esos son secretos del autor ;)
Cronopio: no eres nada fastidioso, me encantan esas citas!
mira o tu me dices que habia afuera o yo no regreso a tu casa.
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